FP y PLD, peces en la misma pecera

Marino Beriguete

Esto no es política. Es biología marina. Dos peces atrapados en la misma pecera, girando en círculos cada vez más estrechos. Uno, el viejo PLD: pez gordo, color morado, lento, agotado por años de sobrealimentación presupuestaria y clientelismo crónico. El otro, la Fuerza del Pueblo: pez juvenil, verde brillante, escamas nuevas, pero con el mismo ADN del pez original. Nadando distinto, pero con la memoria de Juan Bosch en sus filas.

Se miran, se rozan, se huelen. No se devoran aún, pero se estudian con la paciencia del que sabe que la lucha final es inevitable. Porque en esta pecera no caben dos egos inflados, dos liderazgos cruzados, dos pasados que no se han perdonado. Aquí no hay espacio para coexistencias: solo para sobrevivientes.

El escenario es electoral, sí, pero también es una telenovela de traiciones y orgullos heridos. Leonelistas y danilistas: hermanos siameses que se separaron en plena cirugía de poder. Heridas abiertas, cuentas pendientes. Y un público que mira desde fuera del cristal, esperando con morboso interés que uno muerda primero. Porque esto no va de pactos. Esto va de instintos. De oxígeno. De quién se queda flotando y quién se hunde.

¿Alianza? Un espejismo en el fondo turbio. Si la Fuerza del Pueblo crece, lo hará alimentándose del cadáver político del PLD. Y el PLD lo sabe. Lo disimula con sonrisas y declaraciones decorativas, pero por dentro tiembla. En los salones cerrados, los estrategas rezan encuestas, invocan transfuguismo y juegan a la ruleta rusa con los votos.

La juventud, esa palabra que todos agitan como bandera, pero nadie traduce en acción, tiene la última carta. Pero no basta con ser joven. Hay que romper moldes, patear peceras. Porque los peces decorativos nadan bonitos… pero no hacen olas, ni apuntan al futuro electoral.

El 2028 no es solo una fecha. Es vivir o morir. Y el tiempo, como el oxígeno en esta pecera morada y verde, se está acabando. O reinventan la política, o terminan flotando panza arriba, víctimas de su vanidad, su letargo y su historia mal dirigida.

La pecera no perdona. Solo sobrevive el que sabe hacia dónde nada.

El Caribe

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