Franciscus

Por Marisol Vicens Bello

El papa Francisco terminó su paso por esta vida terrenal el lunes después de la Pascua, conocido como el “Lunes del Ángel”, una fecha que tiene un significado especial para los cristianos pues como él mismo expresara en una de sus homilías, así como “quien anunció la Encarnación del Verbo fue un ángel, Gabriel, así también no era suficiente una palabra humana para anunciar por primera vez la Resurrección”, y él como ángel de Cristo continuará su misión más allá de su partida.

En su último mensaje para la ciudad de Roma y para el mundo “urbi et orbi” que por su delicada condición de salud no estuvo en capacidad de leer, y luego de bendecir con esfuerzo a los fieles que estaban en la Plaza de San Pedro pidió se leyera, una vez más nos recordó que “Dios nos ha creado para la vida y quiere que la humanidad resucite” y por eso nuevamente lamentó tanta  “voluntad de muerte” en los numerosos conflictos en diferentes partes del mundo, cuanta violencia contra las mujeres o los niños y cuanto “desprecio se tiene a veces hacia los más débiles, los marginados y los migrantes.”, expresando su sentido anhelo de  que “volviéramos a esperar en que la paz es posible.”

Fue precisamente por su mensaje de amor, de compasión, de misericordia, de cercanía, de valiente denuncia, de apertura, de humildad, de no creerse capaz de poder juzgar a nadie, que fue amado por tantos en el mundo, católicos y no católicos, creyentes y no creyentes, y resentido por otros que en nombre de Dios y al servicio del conservadurismo que los aúpa se han creído muchas veces superiores, capaces de negar el derecho a ser tratados como hijos de Dios a muchos simplemente porque no son como ellos y de aferrarse más a los ritos y pompas que al mensaje simple y llano de amor de Jesús que precisamente rechazó la hipocresía de los fariseos.

El Papa Francisco incesantemente nos presentaba un Dios de amor, distinto a ese Dios de temor que muchos en la Iglesia durante largo tiempo enseñaron, un Dios que acoge siempre a sus hijos para ayudarlos a levantar una y otra vez, y con cada uno de sus mensajes y de sus acciones nos enseñaba lo que es ser un verdadero cristiano, señalando también cuando debía en su condición de líder mundial las actitudes que hacían que algunos que se proclamaban cristianos realmente no lo fueran.

Al Papa Francisco no hubo que recordarle lo efímero de los triunfos como resume la locución latina que se utilizó en ceremonias de coronación de papas “sic transit gloria mundo”, así pasa la gloria del mundo, pues desde el momento mismo de su elección que no buscó, dio un poderoso ejemplo de sencillez, humildad y humanidad, escogiendo convertirse en el primer papa llamado Francisco en honor a San Francisco de Asís, el “Santo de los Pobres”, declinando vestir la capa papal y los famosos zapatos rojos, para salir al balcón simplemente ataviado con su sotana blanca, sus zapatos negros y su crucifijo de siempre, y en un acto inusual tratándose del jefe de la Iglesia católica, pedir a la multitud de fieles ese inolvidable día de su elección que lo bendijeran. Asimismo, decidió no vivir en los amplios aposentos vaticanos sino en la Casa Santa Marta donde como Cardenal se hospedó cuando visitaba la Santa Sede, y escogió vivir allí cerca de sus hermanos del modo más sencillo posible, y hacer sus comidas junto a los demás en el comedor, porque eso fue siempre lo que buscó, estar cerca de la gente, conocer sus problemas, aliviar sus penas y sembrar esperanzas.

Con la misma inagotable fuerza que defendía a los pobres y clamaba por la compasión y la aceptación, rechazaba la avaricia, la corrupción, el consumismo, la hipocresía, como expresó en muchas de sus encíclicas y trató de reformar la curia romana, enfrentando los abusos y sancionando delitos sexuales y financieros cometidos por algunos religiosos, lo que le generó muchas hostilidades. Por eso no sorprende que en su testamento dejara una última enseñanza de humildad al pedir que sus restos no reposen en la Basílica de San Pedro, sino en la Basílica Papal de Santa María la Mayor, a la que tantas veces acudió a orar como gran Mariano que era, en un sepulcro en la tierra, “sencillo, sin decoración particular” llevando como única inscripción: «Franciscus.” ¡Cuan grande e inmenso en su sencillez!, que sus enseñanzas y su legado sean imperecederos.

Acento

Comentarios
Difundelo