Gaza: el asedio del horror
Juan T. Monegro
“Lo que está ocurriendo en Gaza es un genocidio: Gaza ha dejado de existir, ha sido destruida completamente. El ritmo indiscriminado de asesinatos, la destrucción de infraestructuras, el desplazamiento masivo, la inanición deliberada y la deshumanización sistemática representan un acto de exterminio.”
—Amos Goldberg, historiador israelí, especializado en memoria del Holocausto
Dios es el que es. Es —como se nos inculcó en clase de catecismo— “un espíritu purísimo y perfectísimo … que premia a los buenos con la gloria del cielo y castiga a los malos con la pena eterna del infierno”. Si es que existe, tengo la certeza de que él no tiene alternativa: sólo puede ser pura bondad. Su plenipotencialidad llega hasta ahí. Ontológicamente, está determinado. No puede —aunque quisiera— ser lo contrario. Y lo mismo hay que decir: Dios no tiene libertad —como los hombres— para ser malo. Son sólo los humanos quienes poseen esa facultad, la de optar por la desgracia.
La precisión introductoria viene al caso para mirar y valorar desde esta perspectiva lo que está pasando en Gaza: ese enclave de Palestina, sin continuidad con Cisjordania —la otra parte del territorio palestino—, rodeado al norte por Israel, al suroeste por Egipto, y al Oeste por el Mar Mediterráneo. Con más de 2 millones de habitantes en una extensión territorial de a penas 365 km2 —41 km de largo x 6-8 km de ancho—, Gaza es un confinamiento donde sobreviven 2.3 millones de seres humanos.
Comparando con nuestro contexto: la extensión de Gaza es 3.5 veces la del Distrito Nacional en la República Dominicana, pero su población es unas 2.3 veces más numerosa. Así, la densidad poblacional de la Franja de Gaza (en torno a 5,480 personas por Km2) es menor que la del Distrito Nacional (alrededor de 11,000 personas por Km2): Los gazatíes, sin embargo, están encapsulados territorialmente, mientras que los “capitaleños”, no.
El horror diario
En Gaza-Palestina no se vive; se resiste a duras penas, como si cada aliento fuera un milagro sostenido por un hilo a punto de romperse entre explosiones incesantes y el zumbido mortal de los bombardeos israelíes. Se trata de un paisaje de casas en ruinas, con polvo y cenizas cubriendo las zonas arrasadas, mientras el eco de las armas y el rugido de los tanques no cesan. Las viviendas tiemblan o caen una tras otra bajo el peso del fuego o de la mano de contratistas fanáticos que completan la devastación para que no quede piedra sobre piedra.
La consigna es clara: arrasar, extinguir todo vestigio, matar y destruir. En esa balanza macabra, la vida de familias enteras —mutiladas o borradas— apenas cuenta. Lo que verdaderamente importa es el objetivo estratégico: consumar la colonización.
Hambre y exterminio
Bajo este propósito, en Gaza está pasando de todo. Las estimaciones oficiales de los muertos en la guerra —desde octubre-2024 hasta la actualidad— son alrededor de 60 mil, según el Ministerio de Salud de Gaza; de los cuales, alrededor de 18 mil son niños. Las estimaciones académicas y estudios independientes sugieren que la cifra real podría ser entre 25% y 40% más alta que los datos oficiales. Es un horror bélico sin precedentes.
En estos días se han multiplicado las evidencias y denuncias que confirman que los hombres de la guerra —con Netanyahu a la cabeza— están usando el hambre como arma estratégica en su guerra contra Gaza. La semana pasada, Tedros Adhanom Ghebreyesus, director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), describió la crisis humanitaria en Gaza como una “hambruna masiva provocada por el prolongado asedio y bloqueo de Israel a la ayuda humanitaria”.
A esto se suma que la Oficina de prensa del Gobierno Gazatí ha denunciado que el bloque de Israel ha generado una escasez casi total de alimentos, agua y medicinas, agravada por los constantes bombardeos a hospitales y centros de salud. Asimismo, organizaciones como Save the Children, Médicos sin Fronteras y más de un centenar de ONG han alertado que la hambruna se extiende mientras miles de toneladas de alimentos y medicinas, detenidas en camiones refrigerados, esperan poder ingresar a Gaza. En el interior del territorio, la población sobrevive en condiciones extremas, entre el hambre, la sed y la desnutrición.
Colonización y limpieza étnica
Los estrategas de esta guerra —que incluso llaman “operación especial”, influenciados por el lenguaje de Putin— dirigen la masacre, que persiste y se ejecuta de forma sistemática. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), junto al sector ultra ortodoxo, accionan y ejecutan un plan premeditado que utiliza el hambre como arma para arrinconar a la población de la Franja de Gaza. El control de la distribución de alimentos mediante centros estratégicamente localizados —en 4 centros para 2.3 millones de personas— revela una intención: saben bien que el hambre humilla, obliga y fuerza desplazamientos, facilitando el cumplimiento inexorable del propósito final: echar a los gazatíes de su territorio y ejecutar una limpieza étnica.
Las matanzas masivas de palestinos, la decisión de provocar inanición, la falta de agua, combustible y comida para bebés, son atrocidades que se han normalizado a la vista de la opinión pública. Obligar a la gente a abandonar sus hogares en camiones, autobuses o a pie es una política deliberada de expulsión y terror. Esta huida masiva representa la culminación de años de violencia y colonización.
El desplazamiento forzado, la destrucción de infraestructuras, los bombardeos implacables y la privación de elementos básicos para la vida se combinan con el uso del hambre como arma de control. El supuesto “reparto de ayuda” es, en realidad, un instrumento de sometimiento y humillación.
Las constantes matanzas de cientos de palestinos que buscan comida en los citados cuatro “centros de distribución de ayuda” muestran la dimensión de la estrategia. En lugar de permitir que cientos de centros humanitarios gestionados por organizaciones neutrales operen libremente, se utiliza la distribución como mecanismo de control y aniquilación. Es una forma abominable de matar de hambre, arrebatar la dignidad y forzar la dependencia de quienes sobreviven; vilmente humillados al ser obligados a depender de sus propios carceleros armados para paliar la inanición.
Ejercer el monopolio del reparto y el uso del hambre como arma de guerra para concretar el objetivo estratégico de limpiar de gazatíes a Gaza es un crimen de guerra y contra la humanidad.
La declaración del propio Netanyahu el 1 de mayo pasado lo dejó claro: “la recepción de la ayuda estaría condicionada a que los gazatíes no regresaran a los mismos lugares desde los que habían acudido a los puntos de distribución”. Evidencia la estrategia deliberada: primero: bloquear los alimentos y la ayuda esencial para agravar las penurias; y segundo: emplear el monopolio de su distribución como arma de control y sometimiento sobre la población civil.
El hambre y la distribución de alimentos camuflado como ayuda humanitaria en las condiciones impuestas por el ocupante son dos formas complementarias de utilizar los alimentos como arma” para obligarlos a huir. Y eso, no tiene perdón.
Es preciso ver en Gaza hoy en día el espejo de una humanidad que ha perdido su brújula moral. Allí, donde la vida se reduce a sobrevivir un día más entre ruinas, hambre y dolor, el horror se ha normalizado como estrategia política. No se trata solo de una guerra: es un lento y deliberado exterminio que exige ser nombrado y condenado, porque callar —o mostrarse indiferente—es convertirse en cómplice.
Los hombres de la guerra en Israel —y sus cómplices— han elegido el mal: una estrategia arbitraria y despiadada que está en las antípodas de la bondad que se atribuye a Dios. El genocidio contra Gaza no debe prevalecer.