Gestionar la confianza para el desarrollo institucional, opacando la vileza
Por Cándido Mercedes
“La confianza social es un recurso fundamental para el desarrollo económico y político”. (Francis Fukuyama: La confianza).
La confianza lo permea todo, si hay un elemento trascendental en la vida individual y colectiva, es la confianza. Ella es transversal a todos los circuitos de las relaciones, de las interactuaciones sociales. La confianza es el eje nodal de los acuerdos duraderos. La confianza genera en sí misma los costos/beneficios de una sociedad, más allá de los factores inmateriales, intangibles que la contienen.
La confianza, como un factor cultural, colectivo, fragua el sentido de identidad que hace que las sociedades operen de manera más efectiva, pues logra que los trámites, transacciones y procesos sean más expeditos La confianza se convierte en la trinchera inexorable de la inteligencia social. La confianza impide la tautología y el sin sentido de la procrastinación. Donde hay confianza como sociedad y en los grupos sociales, el desarrollo democrático se alcanza más holgadamente.
Hoy sabemos que la confianza está umbilicalmente unida como una relación dialéctica, dinámica, entre esta y la transparencia, la corrupción, la opacidad, la rendición de cuentas, el Estado de derecho. Las sociedades que mejores índices de desarrollo humano logran, que más propician la posibilidad de formas de organización social justa, con más bienestar, son aquellas donde los niveles de confianza son más altos. Porque ella, en gran medida, es el soporte medular del capital social y en consecuencia, de la cohesión social.
La confianza, con el capital social y la cohesión social, son el aglutinante perfecto para alcanzar proyectos y contratos de largo aliento. En los países nórdicos el grado de confianza se encuentra en un 70% y la desconfianza apenas un 30%. En América Latina y el Caribe los niveles de confianza están entre 13-16 % y la desconfianza en un 80%. Cuando buscamos el hilo conductor de los países de ALC que mejor valoración tienen con respecto a la democracia, al desarrollo humano, a lo institucional (Uruguay, Costa Rica, Chile), encontramos los niveles de confianza entre los grupos, los individuos y los distintos actores sociales involucrados, tienen mejores y mayores grados de confianza y, con ello, de civilidad.
Esos países no se encuentran en el ranking de democracia defectuosa, y es que, el valor del desarrollo democrático va más allá del crecimiento económico, dicho de otra manera, no es lineal crecimiento económico con el desarrollo democrático. En este último ha de reflejarse el desarrollo institucional y la cultura política, que es parte consustancial del grado de confianza de los distintos actores económicos-políticos.
Pero, ¿qué es el Capital social? Para el sociólogo Pierre Bourdieu es el contenido de ciertas relaciones y estructuras sociales, son las actitudes de confianza y reciprocidad de cooperación entre los sujetos sociales. Es también, según él, el conjunto de los recursos actuales o potenciales que están ligados a la posesión de una red durable de relaciones más o menos institucionalizadas.
Para James Coleman el Capital social tiene que ver con el grado de integración social de un individuo, su red de contactos sociales. Es, al final de cuentas, relaciones, expectativas, comportamientos confiables. Robert Putnam nos define el Capital social como el grado de confianza existente entre los actores sociales de una sociedad, las normas de comportamiento cívico y el nivel de asociatividad que caracteriza a esa sociedad.
Para Putnam, el Capital social son los rasgos de la organización social como confianza, normas y redes que pueden mejorar la eficiencia, la eficacia y la calidad de las distintas interacciones entre los sujetos sociales, en la búsqueda de objetivos comunes. El Capital social es el conjunto de factores psicológicos, culturales, cognoscitivos e institucionales que coadyuvan al fortalecimiento de un grupo o de una comunidad, en tanto estos expresan, viven, solucionan sus oportunidades y problemas materiales y existenciales.
Como nos diría Francis Fukuyama “El Capital social es importante para construir comunidades fuertes y resistentes. Es una forma de control social”. Por eso, el Capital social genera círculos virtuosos entre las personas, los grupos y la familia, pues con sus actitudes de cooperación fortalecen el sentimiento de grupo, construyen más identidad y en consecuencia, visualizan sus horizontes como un proyecto individual-colectivo que se anida en un país.
La confianza es el mecanismo por excelencia de la integración social. Es más, hoy en día, el grado y/o los niveles de confianza guardan una determinada relación con la ventaja competitiva de una sociedad, de una organización o empresa. Por qué decimos esto, porque la confianza es de tan amplio espectro como una onda expansiva que repercute en el tiempo y su velocidad, en el espacio, en el dinero. ¿Por qué el grado de incertidumbre es hoy mayor, sobre todo a partir del 21 de enero del 2025? Porque Donald Trump ha generado mayor desconfianza en el mundo y con ello, más expectativas negativas con respecto a la economía (recesión, ralentización, inflación, estanflación, tasa de interés más alto, disminución del crecimiento del PIB mundial, volatilidad en las bolsas mundiales, guerra comercial, impuestos a las remesas).
Cuando el liderazgo no genera confianza, los indicadores económicos, sociales, políticos, institucionales, se caen. La confianza entra en las hendiduras de no solo la satisfacción de los actores involucrados, sino en la lealtad y con ello, en la plausible vinculación, que se derivan en los momentos de la verdad, los cuales aúnan de manera sinérgica la toma de decisiones y los problemas se convierten en oportunidades. La confianza trae consigo las relaciones óptimas. La confianza es definida por Javier Fernández “como el sentimiento de pertenencia que cualquier persona ha de desarrollar para integrarse en un determinado colectivo. Sin confiar no se puede pertenecer y sin pertinencia no puede crearse un espacio para la convivencia”.
La falta de confianza origina desafección, poca o nula participación y la pérdida de la ilusión, de la esperanza, anulando los tiempos, pues la mirada no alcanza a vislumbrar el futuro y se agolpa a la nostalgia sin entender el presente. La confianza es como el liderazgo, no se logra aisladamente, sin el concurso de los demás. Alcanzan sus objetivos como un puente donde son las intersecciones con los actores involucrados, haciendo más viables las relaciones. La confianza tiene como paradigma esencial el futuro. Hace referencia al presente en una perspectiva de esperanza en el futuro.
Es una mirada de alcance y vuelo alto, de hermosa visión de largo plazo. Expresa, de manera meridana, la plenitud del espacio compartido. Merced a la debilidad profunda de la confianza en América Latina y el Caribe, tenemos una fuerte debilidad institucional, una fragilidad de las instituciones, lo que hace posible el vaivén del diván en el surgimiento de los caudillos. Tenemos instituciones, empero, no institucionalidad donde esta última se define como el grado de aplicación de las normas y leyes establecidas. De la imposibilidad de desconocerlas, de actuar e inobservar como si ellas no existieran.
Verbigracia: En República Dominicana tenemos la Ley de Migración 285-04 del 15 de agosto de 2004. El Reglamento de aplicación 631-11, que se aprobó cuatro días, dos meses y siete años de promulgada la ley. Tenemos La Ley 1683 de 1948 sobre Naturalización. El Decreto 327-13 sobre Plan Nacional de Regularización y la Ley 169/14 que establece un Régimen especial de Regularización. Tenemos el Código de Trabajo.
Pues bien, la elite política que nos ha gobernado en los últimos 30 años, no ha llevado a cabo con firmeza, ninguna de esas leyes. Se supone que, si a un indocumentado lo van a deportar y lo encuentran trabajando, el empleador tiene que pagar todo el dinero en que incurra el Estado al momento de deportarlo. La Ley de Migración habla del protocolo para la deportación y las expulsiones y las condiciones. Un hombre o mujer dominicano (a), con una relación de pareja con una extranjera por más de 10 años, goza de los estándares de un ciudadano dominicano, al igual que los hijos.
Por ello, como decía un gran cientista, politólogo y experto en relaciones internacionales “las instituciones deben ser diseñadas de manera adecuada para fomentar la transparencia y la rendición de cuentas”. Debemos de empujar y fortalecer el desarrollo institucional, pues es la más clara obviedad entre la personalización del poder y el desarrollo, el poder personal y el poder institucional. Los indicadores del poder personal desaparecen. Los institucionales permanecen, cambian, evolucionan, para responder a los nuevos desafíos, a los nuevos contextos, se modifican y se recrean, pero ellas son el significado del alcance sostenible de un país. Las instituciones y los niveles de institucionalidad miden, por su protección y pertinencia, el grado en que nos encontramos frente a una sociedad.
Las instituciones han de ser perennes, tomando en cuenta siempre la necesidad de responder a las necesidades del tiempo y de la historia. Por ello, han de evolucionar, de adaptarse. ¿Cómo es posible que todavía tengamos un Código Penal que tiene 145 años, una Ley de Expresión del pensamiento que data de 63 años, cuando la televisión, el internet y las plataformas digitales y las redes sociales, no existían, que tengamos una Ley de Seguridad social que debió ser revisada hace 13 años?
La anomia institucional conduce inexorablemente a la vileza. La vileza se ahonda, pues al individuo poder operar fuera de las normas establecidas, le confiere “más poder” y con ello más abuso y más opacidad, generando un comportamiento en los individuos que subvierten las reglas, de falta de nobleza, honestidad y ética. La vileza, llevada al plano colectivo, institucional, carcome la legalidad y la legitimidad, deformando la confianza. Como diría Stephen M. R. Covey “Si queremos mover la aguja hacia el compromiso, la confianza es con creces el factor número uno que lo impulsa”.
Es hora de dejar atrás el mito, la ficción, la falacia lógica de un relato de leyenda urbana alrededor de las intenciones. Recoger para siempre la frase de Thomas A. Edison cuando señalaba “Una buena intención, con un mal enfoque, conduce con frecuencia a un mal resultado”.