Haití: Reflejo del abandono internacional y el desafío para R.D
Por Manuel Jiménez V.
El escenario que enfrenta Haití es una clara evidencia de la desconexión y la inercia de la comunidad internacional ante crisis humanitarias profundas. Es alarmante y profundamente decepcionante la apatía mostrada por potencias mundiales y organismos internacionales, cuya responsabilidad, en teoría, incluye la promoción de la paz y la seguridad global. Países como Estados Unidos, Francia y Canadá, junto a entidades como la ONU y la OEA, parecen observar desde la distancia, como espectadores indiferentes ante el espiral de violencia y desesperación que devora a Haití.
Este país, sumido en una crisis tras otra, vive hoy uno de sus capítulos más oscuros. Bandas armadas campean por sus fueros, desafiando incluso a las autoridades al atacar instalaciones policiales y símbolos de poder como el Palacio Nacional. La violencia ha escalado a niveles insostenibles, dejando tras de sí una estela de muerte y desolación. Los ciudadanos, atrapados en este torbellino de caos, ven el éxodo como su única vía de escape, una decisión desgarradora que pone de manifiesto la magnitud de su desesperación.
La reciente iniciativa de Canadá de entrenar una fuerza multinacional podría parecer un rayo de esperanza, pero la lentitud de este proceso es, en sí misma, un reflejo de la pasividad con la que se ha manejado la crisis. Esperar un mes para comenzar a implementar medidas efectivas es un lujo que los haitianos simplemente no pueden permitirse. Mientras tanto, el país continúa su descenso hacia el abismo, sin un gobierno funcional y a merced de las pandillas.
Es en este contexto que Amnistía Internacional, ignorando la complejidad de esta realidad y el desborde migratorio que enfrenta República Dominicana, ha pedido detener las repatriaciones, un llamado que parece ignorar la soberanía y las capacidades nacionales en materia de política migratoria. La exigencia de la comunidad internacional para que República Dominicana absorba las consecuencias de la crisis haitiana sin ofrecer soluciones prácticas o asistencia significativa es, en el mejor de los casos, desconsiderada y, en el peor, irresponsable.
Esta situación plantea preguntas incómodas sobre la eficacia y el compromiso real de la comunidad internacional frente a crisis humanitarias. ¿Dónde está la urgencia, la solidaridad y la acción decidida que la magnitud de esta tragedia demanda? La aparente indiferencia con la que se ha tratado la situación en Haití no solo es un fracaso moral, sino que también subraya una falta de voluntad política para intervenir de manera significativa.
Este abandono internacional no solo agrava la situación en Haití, sino que también impone una pesada carga sobre República Dominicana, país vecino que se ve directamente afectado por el éxodo masivo de haitianos. La creciente presencia de migrantes haitianos en periferias urbanas y centros turísticos importantes como Punta Cana plantea desafíos para los dominicanos en términos de recursos y servicios públicos. La competencia por empleo y servicios entre migrantes y pobladores locales se intensifica, evidenciando una realidad que muchos críticos internacionales eligen ignorar.
En lugar de actuar con la rapidez y determinación necesarias para aliviar el sufrimiento humano, parece que los cálculos políticos y los intereses estratégicos prevalecen, dejando a Haití en un limbo de violencia y miseria. Es imperativo que la comunidad internacional reconsidere su enfoque y se movilice con la seriedad que esta crisis amerita. La historia juzgará con dureza la inacción y la falta de empatía en momentos donde la acción es no solo posible, sino absolutamente necesaria.