Harris y Trump dicen que EEUU se hunde si pierden. ¿Por qué entonces la euforia en sus mítines?
Poco después de subir al escenario 91 minutos tarde para su mitin en Atlanta esta semana, Donald Trump hizo lo que no puede evitar hacer: irse por la tangente. Era evidente que esta iba a ser una noche de improvisación.
Se maravilló ampliamente sobre cómo el cohete propulsor de SpaceX, de Elon Musk, fue sujetado en el aire por brazos mecánicos a su regreso. Todo ese fuego y humo. “Lo más genial que he visto en mucho tiempo”, dijo a su audiencia. “¿Fue una locura?”. Hablemos de cosas llamativas.
Un día antes en Erie, Pensilvania, Kamala Harris estuvo llena de energía y sonrisas deslumbrantes en el escenario, al igual que las miles de personas que se encontraban allí para verla. Sin irse por la tangente.
Lanzó una crítica lacerante a su oponente y perfeccionó el arte de mostrarse incrédula sobre el hombre por quien la mitad de Estados Unidos podría votar. Si hubiera levantado un cartel con la frase «¿qué demonios?” plasmada en él, ello habría captado la expresión que tenía en el rostro. Su público estaba muy entusiasmado.
Si las elecciones del mes próximo son la batalla definitiva entre el bien y el mal, según ambos bandos nos dicen que así es, ¿por qué toda esta gente en Georgia y Pensilvania baila en el lugar del evento y se divierte tanto?
La retórica de Harris es existencialista: los cimientos mismos del país son susceptibles de venirse abajo el 5 de noviembre, según sus evaluaciones. Las palabras siempre provocativas de Trump se han vuelto aún más oscuras, incluso con matices violentos en ocasiones.
No obstante, en un país que está harto del cariz que ha tomado la política estadounidense, aquí había miles de personas que se empapaban en ella. La disfrutaban. Salían de cita nocturna con ella. Se envolvían en ella.
El mitin de Harris del lunes y el de Trump del martes ocurrieron en planetas diferentes, una expresión de Trump para el mundo que cada candidato ofrece el 5 de noviembre. Trump miró hacia adelante con la vista puesta hacia atrás, y prometió un retorno al país “en el que ustedes nacieron”. Harris estaba firmemente enfocada en el futuro.
En ambos eventos se escucharon cánticos de “U.S.A., U.S.A.” (las iniciales en inglés de Estados Unidos), y el amor por la nación se percibía en el aire. Pero, ¿cuál Estados Unidos?
Para el representante Byron Donalds, quien mantuvo entretenida a la multitud en lo que Trump llegaba, es el país donde los niños crecen para convertirse en hombres —“se necesita hombría”— y las niñas se convierten en mujeres fuertes que consiguen esposos. Y después de que llegó, Trump manifestó: “La locura transgénero desaparecerá de nuestras escuelas de inmediato” si él gana.
Para Harris, es el país donde la gente tiene “la libertad de amar a quien ama abiertamente y con orgullo”.
En el mitin de Trump, a Jonathan Cordero, de 31 años —un expartidario de Bernie Sanders que ahora respalda al candidato republicano—, se le preguntó si él reconoce que los demócratas también son patriotas. Dijo que sí, y comparó el patriotismo con la religión: diferentes creencias, todas ellas devotas de una deidad.
“Alguien que cree en, digamos, el islam o el hinduismo, está totalmente comprometido con ese sistema de creencias”, señaló. “El mismo concepto aquí: si alguien está a favor de Harris y está coreando ‘U.S.A.’, es porque ésa es su visión de hacia dónde debería ir el país”.
Erie estaba electrizada
Más de cuatro horas antes de que Harris subiera al escenario, la fila para entrar a la Erie Insurance Arena daba la vuelta a la manzana. Una vez adentro, las personas tuvieron más de dos horas libres antes de que el primer orador se dirigiera a ellas.
Muchos estuvieron de pie la mayor parte de ese tiempo y bailaron mientras un DJ lleno de energía hizo sonar una mezcla de discoteca con muchas artistas femeninas como Katy Perry, Whitney Houston, Beyoncé, Madonna y Taylor Swift.
La gente bailó el Cha Cha Slide en sus asientos cuando el DJ se los pidió. “¡Wow, estamos a la mitad del camino!”, coreó la multitud cuando empezó a sonar “Livin’ on a Prayer”, de Bon Jovi, que en su letra dice esa frase.
Antes de que los oradores comenzaran a hablar, Robert Cabaniss, un músico de 28 años de Pittsburgh —ubicada a dos horas de distancia—, y su compañero en un viaje de pesca se presentaron para apoyar a un amigo firmemente demócrata en el mitin.
Aunque Cabaniss no es un demócrata totalmente entregado al partido, apoya a Harris porque “lucha por todos nosotros” y, en su opinión, es la única adulta que está postulándose en la contienda.
“¿Ya calza zapatos para adulto?”, dijo sobre Trump y su “charla de niño malcriado”. Y continuó: “Aún estoy aguardando. Es como si Peter Pan todavía no hubiera crecido”.
En cuanto a los partidarios de Trump, expuso: “Creo que aman a su país, pero no de la manera correcta”.
Unas cuantas secciones más allá estaban sentadas Angela Cox y su hija adulta, Taylor Norton, quienes habían conducido desde Buffalo, Nueva York —ubicada a unos 90 minutos de distancia—, después de enterarse del mitin en internet. Estuvieron en la fila dos horas antes de llegar a sus asientos, y Cox no tuvo quejas al respecto.
“He estado conversando con gente todo el día y me encanta”, expresó. “La camaradería”.
La sala estaba electrizada cuando Harris apareció e inició un discurso de media hora en el que abordó las piedras angulares de su campaña: sus planes, su biografía, su patriotismo y las “consecuencias brutalmente serias” si gana Trump, a quien ha llegado a llamar un “hombre poco serio”.
En un giro inesperado, hizo que la multitud viera un video en la pantalla gigante en el que Trump reflexionaba sobre utilizar a las fuerzas armadas para reprimir al “enemigo interno”: los oponentes políticos, los investigadores y los burócratas reacios de los que dijo eran más peligrosos que Rusia o China.
“Escucharon sus palabras, dichas por él”, manifestó Harris. “Está hablando del enemigo interno, Pensilvania. … Considera que cualquiera que no lo apoye o que no se doblegue a su voluntad es un enemigo de nuestro país”. Resonaron abucheos en el salón.
Los asistentes a su mitin estuvieron emocionados todo el tiempo. Después ella se abrió paso entre la multitud, estrechó manos y charló durante 20 minutos.
“Creo que es magnífica”, dijo Luther Manus, un veterano de la Segunda Guerra Mundial y de Vietnam de 97 años de edad, cuando el estadio comenzó a vaciarse. “Y es algo, porque lo que teníamos ya no lo necesitamos otra vez”.
Fue una noche de cita en Atlanta
El entorno suburbano de clase alta afuera del Cobb Energy Performing Arts Centre de 2.800 asientos contribuyó a frenar un poco el ambiente de carnaval que suele acompañar a un mitin de Trump al aire libre en un escenario de feria.
Pero la mercancía habitual estaba en exhibición, como las camisetas que decían: “Yo voto por el delincuente y el pueblerino”, una referencia a la condena penal de Trump y a la autobiografía de JD Vance, su compañero de fórmula, titulada “Hillbilly Elegy” (Elegía de un pueblerino) y publicada en 2016.
“Sólo quiero estar rodeada de gente que sienta lo mismo que yo siento”, dijo Lydia Ward, maquilladora de 33 años, madre de dos hijos y partidaria de Trump desde hace tiempo. “Nunca había estado en algo así. El clima está excelente, y pudimos conseguir una niñera, y lo convertimos en una especie de cita”.
El asistente típico invirtió hasta ocho horas en el evento de Trump, desde hacer la fila en la sede de las compañías de ballet y ópera de Atlanta hasta verlo salir del escenario mientras se escuchaba a todo volumen la canción de Village People “Y.M.C.A.”, de 1978.
Una pantalla sobre el escenario mostraba diapositivas a las que pocos parecían prestar atención. Algunas contenían amenazas distópicas sobre las consecuencias de una victoria de Harris, las cuales se centraban en un Estados Unidos invadido por inmigrantes violentos. “El plan fronterizo de Kamala: convertir a Estados Unidos en Haití”, proclamaba una, mientras mostraba a un perro abriéndose paso a través de una calle llena de basura. “Kamala es responsable de una economía dañada, una frontera quebrantada y un mundo averiado”, decía otra.
Ya sea porque estaba cansado en su tercer evento del día o simplemente porque se sentía relajado, Trump usó un tono más moderado y fue más breve en sus comentarios que en otros discursos recientes, sumando un total de 70 minutos. Pero cubrió sus temas principales.
Hizo reír a su público con frases ingeniosas. Hizo causa común con los partidarios de su eslogan “Devolvamos la grandeza a Estados Unidos” (MAGA, por sus siglas en inglés) cuando les dijo que sus amigos ricos son “aburridos como el infierno”, aunque uno de los más acaudalados del mundo —Musk, quien es partidario de Trump— claramente le fascina.
Se burló de Harris por estar casada con un “teleprompter” y no saber qué es la inflación (sí lo sabe). Aprovechó la emoción que dan las transgresiones efectuadas en grupo, como cuando dijo que, en un gobierno de los demócratas, “todo se convierte en…”. La multitud completó la frase.
Una de sus nuevas líneas sobre la inmigración fue recibida con una efusiva ovación: “Estados Unidos es ahora un país ocupado, pero el 5 de noviembre es el día de la liberación”.
“Me encanta el entusiasmo”, dijo Kay Bomar, una jubilada de la localidad de Ringgold, en el noroeste de Georgia. “Puedes hablar con esta gente sobre lo que sientes y te dicen lo que sienten. Aquí puedes decir lo que piensas y no tener temor de ofender a alguien porque ellos sientan algo diferente”.
Cordero, el expartidario de Bernie Sanders, planea votar por Trump por primera vez. “Hay similitudes”, dijo. “No en el sentido literal, sino en el sentido de la energía que provocan en la gente. Están muy enfocados en el cambio”.
Cordero, que vive en Marietta, un suburbio de Atlanta, y trabaja en tecnología y publicidad, acudió para formar parte de la historia.
“Soy hispano”, dijo. “Soy puertorriqueño, y hay algunas personas que dicen que a los latinos no les debería gustar Trump, o que los hispanos no deberían apoyar a alguien como Trump. Pero no estoy de acuerdo con esa afirmación”.
“Creo que Trump, esta vez, realmente ha llegado a todo tipo de personas simplemente por decir que vamos a llevar la economía a un buen lugar. Vamos a hacer que nuestro país vuelva a ser seguro”.
Harris irritó a Trump en el debate que tuvieron al señalar que el tamaño de las multitudes que acuden a sus mítines puede empezar a disminuir mientras él aún está hablando. Algunos se retiraron el martes por la noche, a partir de los 25 minutos de su muy demorado discurso. La mayoría se quedó.
Entre ellos estaban Julius Adams, un estudiante afroestadounidense que cobra una pensión por discapacidad, y su esposa, Tanya Young-Adams, quien entrega pizzas para Papa Johns y es blanca.
Él tiene fe en que Trump cumplirá con deportar a los inmigrantes que están “causando problemas”, incluso si no lleva a cabo las deportaciones masivas que ha prometido. A ella le convence el plan del republicano de eximir de impuestos las propinas y los préstamos para automóviles.
“Recibimos una pensión por discapacidad”, dijo ella. “Apenas podemos sobrevivir tratando de comprar alimentos. Y yo tengo que hacer pagos del automóvil, y la gasolina está escandalosamente cara”.
Trump y Harris les dieron a sus partidarios una noche lejos de ese tipo de dificultades. En Erie y en Atlanta se trató de una fiesta de bienvenida a la tribu, una actuación y una oportunidad de soltarse.
Los resultados de las elecciones dirán cuál de las euforias de estos mítines resultó ser más racional.
AP