Incienso encubridor

Carmen Imbert Brugal

Los vaivenes de la inteligencia criolla antes y después de la promulgación del Código Penal, propician un mortificante desnudo. Un sí y no, como el de aquel nuncio, Salvatore Siino, que recibía el mote de Monseñor Si y No por sus titubeos frente a los desmanes de la tiranía.

El presidencialismo acapara la atención, obnubila el pensamiento crítico deslumbrado por la fanfarria y la obtención de los récords. Erráticos argumentos y alabanzas se difunden para validar la codificación-ley 74-25- y adherirse a la irritante excusa de la perfectibilidad.

El progresismo está en veda, acotejado. Atrás quedan las jornadas vociferantes con el propósito de lograr una sociedad mejor. Verde mascarada triunfante y costosa. Develada, ha prohijado la anomia y no existe liderazgo para interrumpir el sueño cómodo que la sinecura ofrece.

Ruidos, pocas nueces y la adulonería por doquier intentando separar la paja del grano para abocar en las penalidades excesivas como objetivo logrado. Algazara oficial porque la imposición de un castigo de 40 años complace el reclamo del populismo punitivo tan en boga en momento de institucionalidad precaria. Ficción de mano dura, de control, mientras el Estado es incapaz de aplicar la ley vigente sin antes medir las consecuencias en las gradas.

Cuando concluya la vacatio legisy comience a regir el código, el dilema será más económico que humano. Alguien calculará el costo del encierro y evaluará cómo transformar el modelo de corrección, educación y reinserción social de la población infractora, después de un inútil y sádico encierro.

Sumarse o perecer parece la consigna. A fin de cuentas, legislar sirve para engrosar la Colección de leyes y para el pénsum de las mustias academias. Cada vez que asoman los elementos constitutivos de una infracción que va más allá de la rutina procesal, de la judicialización de la política, el sistema rebusca y no encuentra.

Más que conocidas las violaciones convertidas en hábito a la ley 50-88 sobre drogas y sustancias controladas, el desdén para la aplicación de la ley que ha pretendido, sin éxito, regular el sistema penitenciario, la inaplicabilidad de las leyes de Movilidad, Transporte Terrestre, Tránsito y Seguridad Vial, de la ley General de Migración, de la ley orgánica del Régimen Electoral, más un numeroso etcétera. El caso más reciente compromete la violación a la ley de Símbolos Patrios. Pertinente sería propiciar la derogación de decenas de leyes que sencillamente no se aplican. Lo trascendente ha sido desplazado por la urgencia que el oportunismo político acarrea. La tarea pendiente es determinar ¿Cuál es la naturaleza del régimen imperante? ¿Cómo clasificar las proclamas de modernidad y estabilidad, con la complacencia sin disimulo a las solicitudes de los jerarcas religiosos que sin el menor recato mueven el incensario y aspiran a una teocracia light.

La promulgación del código penal ha provocado alardes estrambóticos, hasta la alusión a un matrimonio con la gloria, hecha por el locuaz obispo de Higüey. Ya había dicho, parodiando la salsa de Estefano, interpretada por Marc Anthony, que el presidente “es una bendición” y valió la pena. Continuará la procesión. El incienso ayuda, su humo encubre.

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