Jennifer Lopez se está convirtiendo en la Elizabeth Taylor de una nueva generación

Por Jennifer Weiner

The New York Times

Nada que sea dorado permanece.

Los niños crecen. Los padres envejecen. La calidez del verano cede al frío del invierno. A esta lista de tristes sucesos inevitables hay que añadir la ruptura entre Jennifer Lopez y Ben Affleck.

Tras meses de especulaciones y rumores en internet, el miércoles pasado se supo que Jennifer Lopez había decidido disolver oficialmente su unión con Ben Affleck, nada menos que en el aniversario de su boda en 2022 en una recreación de una plantación de Georgia.

“Ya se había cansado de esperar y la fecha que eligió dice bastante”, dijo una fuente a la revista People.

Claro está que este matrimonio era la segunda oportunidad de Ben y Jen, que se comprometieron por primera vez a principios de la década del 2000 y cuyos caminos se volvieron a juntar en 2021. Era una historia de amor para todos los tiempos o, al menos, para los amantes de la cultura pop de cierta edad a los que les gustaban las segundas oportunidades y buscaban distracciones propias de la época de la pandemia. ¿El romance había ganado? ¿O se trataba de otra de las relaciones de J. Lo destinada a dar una vuelta en la rueda de la fortuna? Los informes de que la pareja no firmó un acuerdo prenupcial sugieren que ellos creían lo primero. Llámenlo el triunfo de la esperanza sobre los abogados.

Este será el cuarto divorcio de Lopez, lo que la pone en riesgo de convertirse en la Elizabeth Taylor de una nueva generación: una celebridad femenina polifacética que no es conocida sobre todo por su vasta producción creativa, ni siquiera por su innegable belleza y encanto, sino por sus numerosos matrimonios.

A lo largo de sus ocho décadas de vida, Taylor se casó en ocho ocasiones con siete hombres (la discrepancia se debe a que recorrió el altar en dos ocasiones para casarse con Richard Burton). A sus 55 años, Lopez, además de Affleck, se casó con el productor Ojani Noa, el bailarín Cris Judd y el cantante Marc Anthony; también se comprometió con el jugador de béisbol Alex Rodríguez. Esto significa que está a solo unos Larry Fortenskys de alcanzar lo que los futuros historiadores denominarán la línea Taylor, en la que tu legado es tu vida amorosa y no el trabajo de tu vida.

Pero existe una gran diferencia entre J. Lo y la Liz.

Como crecí en las décadas de 1970 y 1980, era demasiado joven para conocer a Taylor como ese fenómeno de ojos violetas que deslumbró por primera vez en Fuego de juventud y llegó a ser quizá la estrella de cine más famosa y glamurosa del mundo. Sin embargo, sí tenía la edad justa para verla convertirse en un pilar de la cultura pop y un chiste ocasional. Era la época de las puntas escarchadas y los caftanes de Taylor, cuando solo aparecía delante de una cámara para hacer anuncios de perfumes grabados con un enfoque suave, parodiados en Saturday Night Live. En aquel tiempo, estaba casada con Fortensky, un trabajador de la construcción al que conoció en una clínica de rehabilitación y con quien se casó en el rancho Neverland de su amigo Michael Jackson.

Los medios de comunicación, que antes la habían ensalzado con tanto entusiasmo, también estaban encantados de atraer la atención sobre su declive.

Pero ahí está el meollo. Entre casarse, divorciarse y volverse a casar, Taylor encontró tiempo para poner su marca al servicio de una causa poco glamurosa, pero absolutamente urgente: ella puso su fama al servicio de las personas con sida.

Lo hizo desde el comienzo, en 1985, cuando muchos aún temían erróneamente que el VIH pudiera transmitirse por contacto casual, y los enfermos de sida eran parias. Algunos hospitales se negaban a atenderlos. Algunos propietarios no los querían de inquilinos. Algunas escuelas no los querían como alumnos. Los conservadores religiosos llamaban a la enfermedad el juicio de Dios.

Y ahí estaba Elizabeth Taylor, celebrando actos benéficos, donando dinero, instando a Ronald Reagan a pronunciar un discurso sobre el sida (una palabra que durante años se había resistido incluso a pronunciar en público), uniendo a amigos y amantes de Hollywood a la causa, incluso cuando algunos colegas le advirtieron que alinearse con una enfermedad tan denostada y el estridente activismo que se asociaba a ella podría acabar con su carrera.

¿A quién le importan las carreras, “cuando la gente, sin la que no tendríamos una carrera, está muriendo?”, advirtió.

Su biógrafa, Kate Andersen Brower la citó: “Me molestaba mi fama, hasta que me di cuenta de que me podía servir”. Le sirvió y cambió el mundo.

A diferencia de Taylor, que se retiró del cine en sus últimas décadas, Lopez sigue siendo una artista de éxito. Este no ha sido su mejor año: un proyecto multimediático autofinanciado y muy ridiculizado, una gira mundial cancelada precipitadamente y un aluvión de artículos de opinión sobre por qué todo se vino abajo y por qué las redes sociales le dieron la espalda. Pero no olvidemos que en 2023 Lopez protagonizó las películas más vistas en dos plataformas distintas. En 2020, actuó en el espectáculo del medio tiempo de Super Bowl y en 2021 en la toma de poder de Biden. Incluso durante este, su annus horribilis, encontró tiempo para actuar como copresidenta de la Gala del Met, donde apareció con un impresionante vestido de Schiaparelli. Tiene bastante belleza y carisma y mucha más ética laboral.

“Hablamos de una artista decidida a entretener hasta la locura”, escribió Wesley Morris, en su reseña de Esta soy yo… ahora: una historia de amor. “Su generosidad no debería darse por hecho”.

Con esa generosidad, podría estar luchando por el bien de un gran número de iniciativas meritorias y tener un impacto tremendo. Pero hasta ahora, sus victorias más célebres han sido contra la Madre Naturaleza y el Padre Tiempo.

Si leemos lo suficiente sobre Lopez, de inmediato nos damos cuenta de dos cosas: quiere controlar su propia narrativa y anhela el amor y la afirmación. “En el caso de Jennifer, no creo que haya suficientes seguidores, ni películas, ni discos”, comentó Ben Affleck en el documental detrás de cámaras sobre la grabación del último disco de Lopez, “que te quite que esa parte de ti que todavía siente un anhelo y un dolor. En última instancia, ese es el trabajo que tienes que hacer por ti mismo”.

“Cuando era niña, me preguntaron qué quería ser / Una mujer enamorada es lo que crecí queriendo ser / Es mi melodía / La sinfonía que canto”, dice la letra de Lopez en el sencillo que da nombre a su último álbum This Is Me… Now. “El amor verdadero existe, algunas cosas son para siempre”, declaró a USA Today. “Por favor, no renuncien a eso porque es lo único que importa en la vida… el amor”.

Lopez no es la única mujer que quiere enamorarse (y lucir fantástica mientras lo hace). Pero es una de las poquísimas que también puede captar la atención de millones de fans, cuya voz puede llamar la atención sobre la difícil situación de un grupo oprimido de su elección, cuyas palabras podrían cambiar el mundo.

Yo no me atrevería a decirle a Lopez qué causa debe apoyar, ni a repetirle el viejo consejo de que no te enamorarás mientras lo estés buscando, sino cuando te dediques a lo que te apasiona y vivas tu mejor vida. Es una reina, y ya está dedicada a sus pasiones y viviendo su mejor vida. Espero que consiga lo que desea.

Mientras tanto, espero que sepa que el tipo de capital cultural que ella maneja puede ser una fuerza tremenda, que llegue mucho más allá de los límites de las salas de cine, los periódicos sensacionalistas y las emisiones de radio por satélite. Si J. Lo va a ser la Elizabeth Taylor de nuestra generación, espero que se incline por las partes mejores y más empoderadoras de esa historia: la Taylor que cambia el mundo, que dice la verdad al poder, no la novia eterna.

The New York Times

Weiner, novelista, escribe con frecuencia sobre género y cultura.

Comentarios
Difundelo
Permitir Notificaciones OK No gracias