Juan Bosch: el político que no se traicionó
Margarita Cedeño
@Margaritacdf
Hay figuras que trascienden su tiempo, porque sus principios, palabras y actos siguen interpelando al presente. Juan Bosch es una de ellas. No fue solo un político, maestro o escritor, fue un hombre íntegro, cuya vida pública y privada estuvieron siempre guiadas por la ética, la decencia y un compromiso inquebrantable con la justicia social y la inclusión.
En la era en que vivimos, donde la política parece extraviarse en el camino del poder por el poder, se hace urgente volver la mirada hacia Bosch. No para idealizarlo, sino para recordarnos que sí es posible ejercer el poder con dignidad, sin claudicar ante intereses personales o corporativos. Su legado es una lección viva para el presente y una guía imprescindible para el futuro.
Fundador de dos grandes partidos —el PRD y, más tarde, el PLD— Bosch no actuó por ambición, sino por convicción. Su ruptura con el primero y la creación del segundo no fueron decisiones cómodas, pero sí coherentes con su visión de una política ética, organizada y orientada al desarrollo nacional. Fue un constructor de proyectos colectivos, nunca un caudillo. Su liderazgo era formativo, inspirador, profundamente pedagógico.
Durante su breve presidencia en 1963, en apenas siete meses, sentó las bases de una transformación profunda, promoviendo una de las constituciones más progresistas del continente, priorizó la educación, la reforma agraria, la justicia y el acceso universal a los derechos fundamentales. Pero esa misma honestidad, su visión avanzada y su intolerancia a la corrupción lo convirtieron en blanco de sectores conservadores que prefirieron truncar un gobierno limpio antes que permitir el florecimiento de una democracia con contenido social. El golpe de Estado llo consagró como símbolo de integridad. Desde el exilio, siguió formando líderes, escribiendo, reflexionando y alertando sobre los riesgos de una política vacía de principios. Composición social dominicana sigue siendo lectura obligada para comprender las raíces de la desigualdad en nuestro país. Y textos como El pentagonismo, sustituto del imperialismo o Dictadura con respaldo popular revelan su dimensión como pensador latinoamericano.
Juan Bosch murió como vivió: sin fortuna, sin escándalos, sin dobleces. Su mayor riqueza fue su coherencia. Rechazó el clientelismo, la corrupción y la manipulación como vías para sostenerse en política. Creía que el poder no justifica los medios, sino que los medios definen la naturaleza del poder.
En medio de una democracia asediada por la desinformación, la polarización y el oportunismo, el ejemplo de Juan Bosch es más necesario que nunca. Porque más allá de banderas o colores, su vida demuestra que el liderazgo auténtico no debe medirse por el dinero y la exposición en medios, sino por el servicio, la honestidad y el compromiso.
Recordarlo es también hacernos una pregunta incómoda: ¿qué hemos hecho con su legado? ¿Lo hemos honrado o lo hemos traicionado? ¿Seguimos su ejemplo de firmeza ética o lo reducimos a una imagen en la pared? Bosch sigue vivo en cada decisión pública, cuando optamos por la transparencia en lugar de la componenda, por el bien del colectivo en lugar de la conveniencia individual. Juan Bosch no está muerto. Vive en cada ciudadano que cree en la política como instrumento de transformación. Vive cada vez que alguien, aun en la adversidad, elige actuar con decencia. Su legado nos recuerda que la política no debe ser un negocio, sino un compromiso profundo con la historia y con el pueblo.
Honremos a Don Juan ejerciendo la política como un sacerdocio, no como un mercado.
Listín Diario