Juan Monegro, economista y consultor empresarial, cuestiona la capacidad del crecimiento económico que registra el país para generar resultados de desarrollo social
El problema son los problemas (2 de 2)
Juan Tomás Monegro
Entonces, ¿vamos bien o no? Sí y no, por lo siguiente.
Sí, porque el crecimiento macroeconómico será de poco más de 10%, según proyecciones del Banco Central y del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo. También, porque para el cierre de 2021 la economía habrá remontado los niveles de PIB y de PIB por habitante que se tuvieron el año previo a la pandemia, 2019. Atento a esto es sí, a pesar de las evidencias servidas en las dichas proyecciones de que, entre los sectores, es un crecimiento muy disparejo. A Construcción, Turismo e Industrias, ¡Dios bendiga!, corresponden las rebanadas más grandes del pastel. Otros sectores han quedado atrás.
Vamos bien y, seguramente, así lo atestiguará el FMI en su entrega de conclusiones al final de la visita de evaluación periódica de la economía dominicana (Artículo Cuarto, como se le conoce en la jerga) que realiza en la semana que transcurre. Confirmación que sorprenderá a nadie, rigurosa y enjundiosamente comprobada la verdad aquella, dicha en altos lares de la Santa Madre Iglesia, que “de Roma viene lo que a Roma va”. ¡Farmacia Mella!
Ahora bien, vistos los criterios que definen un crecimiento de calidad: fundamentalmente, la capacidad de servir resultados de desarrollo social, entonces, la respuesta a la cuestión de si vamos bien se complica. Para muchos, quizá la mayoría de la población, pudiera ser que no; o casi no. Que la cosa no va bien. Posiblemente entonces, desde esta perspectiva, la noticia es de poco celebrar.
Cambiando el tema y sin salir de él: hace pocos días conversaba con un sociólogo inquisidor, amigo mío. Le decía de mi preocupación sobre que, en contraste con el optimismo al que animan las buenas nuevas del crecimiento de la macroeconomía, se advierte la formación de especie de pares ordenados contrastantes; eso que CEPAL denomina “paradojas”. Se nota en el ambiente algo así como latidos de sociedad, que son de preocupar. Un enrarecimiento in crescendo del clima social que se refleja en micro manifestaciones de inconformidad, descontento, insatisfacción y sufrimiento, mayormente en gente de los estratos clase media, media baja y pobre, que son muchos.
Estas variables, las del ánimo de la gente, son más complejas de capturar en un indicador como el del PIB o el PIB por habitante; pero, a la vez, son muy trascendentes a la hora de tomar altas decisiones, por las consecuencias sociales y políticas que pudieran desatar. Es de presumirse que esto pesó mucho, por ejemplo, en la decisión de dar de baja al proyecto de la reforma fiscal.
Volviendo al tema, ¿por qué se darán esos pares ordenados raros que ponen en entredicho la calidad del crecimiento anunciado oficialmente?
No lo sé. Quizá pudiera ser por cosas como esta. Un informe que encontré el otro día escarbando en la página web de una institución oficial que aprecio y respeto entre las que más, muestra, al parecer como evidencia de vamos bien, que el número de ocupados en el trimestre II/2021 se incrementó en 286 mil: la mejor marca lograda tras la pandemia. Y que, en estos términos, los niveles de tasa de desocupación abierta y la tasa de desocupación ampliada mejoraron sustancialmente, situándose en 7.6% y 14.8%, respectivamente.
Ahora bien, un vistazo dato adentro lleva a una aceptación más reservada de la cosa.
Pues resulta y llama a la atención que, según el referido informe, de los 286 mil en que se incrementaron los ocupados en el trimestre referido, i) 37% correspondió a la categoría de “familiar no remunerado”; ii) 26%, a “patronos o socios”; iii) 22%, a “trabajadoras del servicio doméstico”; y iv) 11%, a “trabajadores por cuenta propia”. Sólo un 2.6% correspondió a la categoría de “empleados privados”, que no compensa el encogimiento registrado por la categoría “empleado del estado” en el período (-2.8%). ¡Y vaya usted a saber cuántos de ese porcentaje de “empleados privados” califican realmente como empleos de calidad!
Es una verdad de Perogrullo aquello de que lo importante no es estar ocupado por estar ocupado. O “trabajar para estar cansado”, como se dice por ahí y por allá. ¡Así no!
Lo bueno y lo que se quiere y necesita es un empleo que sea negocio. Un empleo de calidad, adecuadamente remunerado, que satisfaga en vida y bienestar al empleado, y que le proporcione seguridad y sentido de futuro. Un empleo que dé para la dignidad.
Nadie gusta de trabajar para estar cansado. Nadie, por supuesto que tampoco a ningún empleador, el Gobierno incluido, quiere ni está satisfecho con eso. Y bueno es decirlo: nadie puede echarle culpa a nadie. Pues el problema es una tara estructural de la economía que tenemos. Que crece bien, pero rinde resultados limitados en términos del desarrollo social.
Emplearse como “doméstica” o trabajar como “familiar no remunerado” alcanza para poco en el esfuerzo de salir de la pobreza. No califican como empleo de calidad. Y vaya usted a ver cómo les va a los emprendedores o cuentapropistas; que quiera Dios que bien.
Creo en esto. Que la mejor política social es un empleo de calidad. Porque da para resolver, y proporciona seguridad y sentido de bienestar al empleado. Mi fe y esperanza está puesta esencialmente en ese 2.6% de incremento registrado en la categoría de “empleados privados”, asumiendo, y sé que es mucho suponer, que lo están en condiciones de un empleo de calidad.
Sin embargo, sencilla y desafortunadamente, esa proporción es marginal. Y más aún lo son, aquellos empleos privados que califiquen como “decentes”, en atención a sus atributos de paga y otras condiciones que hacen la diferencia en calidad del empleo. Tómese en cuenta que el grueso mayor de los empleados en el sector privado, igual que en el público, devengan sueldos de pobreza.
Atento a esto, se queda uno pensativo y con sentimientos encontrados. Como entendiendo a la luz de esto, poco más o menos, la brecha que se da entre, por un lado, la alegría y el optimismo que despiertan las noticias de la macroeconomía, transmitiendo y tratando de infundir un mensaje de que “vamos bien”; y, por el otro, lo que se percibe, se ve y se siente con creciente intensidad en la calle: precarización de servicios, percepción de inseguridad, pobreza. Decepción social.
Esto último no me gusta ni deseo ni conviene a mí ni a nadie. A medio plazo puede configurar procesos y situaciones a todas luces indeseables. ¡Dios nos guarde y libre a todos!
El problema son los problemas estructurales de la economía, que imponen restricciones para que su crecimiento se traduzca en mejor cosecha social.