Juancito y el panteón: un acto de justicia

 Por Roberto Ángel Salcedo

A través del decreto 288-25, promulgado el pasado 30 de mayo por el presidente Luis Abinader, se declaró al general, Juan Rodríguez García Héroe Nacional y se ordenó el traslado de sus restos mortales al Panteón de la Patria. Para tales fines, se conformó una comisión que tuve el honor de presidir en calidad de ministro de Cultura.

¿Quién fue este personaje que hoy reposa en el Panteón?

Juan Rodríguez García nació en Estancia Nueva, Moca, en 1886, en el seno de una familia humilde. Huérfano de padre, acompañó a su madre y a sus ocho hermanos a Barranca, La Vega, donde hizo de la tierra una escuela de vida, y de la dignidad un propósito perenne.

Desde joven comprendió el valor del trabajo y la honestidad. Aprendió sobre el poder de la palabra empeñada y sobre el significado del esfuerzo cotidiano. Cultivó el respeto por su oficio como valor sagrado y estimuló sin reservas el progreso colectivo. Fue agricultor, ganadero y comerciante; alcanzó prosperidad por su labor ardua y pertinaz, convencido de que la verdadera riqueza nace del trabajo organizado, persistente y honesto.

El empresario y servidor público

Para 1930, siendo un prospero empresario, con una de las fortunas más considerables de la época y, justo al inicio del régimen de Rafael Leónidas Trujillo, Juancito Rodríguez aceptó la senaduría por La Vega, por recomendación de su hermano Doroteo. Años más tarde, para 1934, fue electo diputado, cargo que ejerció hasta 1939.

En un Congreso sometido al control del régimen, Juancito mantuvo sus criterios y convicciones con independencia, espíritu democrático y sentido de justicia.

El punto de inflexión en su relación con la dictadura, que para entonces ya ejercía un implacable control sobre el aparato gubernamental y productivo del país, fue cuando en 1935 Juancito se negó firmar la condena de su colega, Miguel Ángel Roca, acusado de escribir supuestos aviesos pasquines contrarios al dictador. Las consecuencias directas e indirectas hacia Juancito y su familia no se hicieron esperar. La marginación política, la coacción social y la vigilancia permanente pasaron a convertirse en la nueva normalidad para él y los suyos.

De la riqueza al exilio

Su paso por la vida pública estuvo marcado por desencuentros y desavenencias con la oprobiosa dictadura. Su reafirmación ética anticipó el exilio y, a su vez, un compromiso definitivo con la libertad.

Durante los años más crudos y de consolidación del régimen trujillista, contra Juancito se intentaron múltiples alternativas para someterlo y doblegarlo, desde confiscaciones y hostigamiento, pero sin lograr quebrar su espíritu. En 1946, y por razones de salud, obtuvo permiso para viajar a Puerto Rico, donde se vinculó con núcleos del exilio dominicano. Poco después se trasladó a Cuba, y convirtió La Habana en su nuevo espacio de lucha. De allí brindó apoyo material, estratégico y moral a los esfuerzos por restablecer la democracia.

Cayo Confites

Una de las expediciones financiadas por Juancito Rodríguez, junto a un numeroso grupo de opositores caribeños, entre ellos, dominicanos, cubanos, venezolanos, puertorriqueños y guatemaltecos, fue en el pequeño islote al norte de Cuba, llamado Cayo Confites.

El campamento en Cayo Confites funcionó como base de entrenamiento y almacenamiento de armas. El objetivo estratégico era el de efectuar una invasión anfibia hacia la costa norte dominicana. Sin embargo, el gobierno cubano, encabezado por Ramón Grau San Martín, aunque inicialmente había permitido la organización de la expedición, luego, y ante presiones diplomáticas de Trujillo y de Estados Unidos, decidió disolverla. En septiembre de 1947, las tropas cubanas rodearon el campamento, desarmaron y arrestaron a los participantes. La operación fue cancelada antes de ejecutarse.

Otras expediciones

El alcance de la buena voluntad de Juancito Rodríguez le llevó a colaborar con el levantamiento en armas de Costa Rica en 1948, liderados por José Figueres Ferrer, quienes desconocían las pretensiones fraudulentas del presidente Teodoro Picado Michalski.

El 19 de junio de 1949 hubo otro intento fallido contra la dictadura también estimulado por Juancito y un grupo de valerosos ciudadanos como Horacio Julio Ornes Coiscou, entre otros, y se conoció como la expedición de Luperón, motorizada desde Guatemala, con el auspicio del entonces presidente Juan José Arévalo.

En la gesta del 14 de junio de 1959, aunque no participó en el financiamiento como en las anteriores expediciones, ya que su nivel económico se encontraba en franco declive y deterioro, su hijo, José Horacio Rodríguez, sí formó parte activa, entregando su vida por los mismos ideales.

Al fracasar los aprestos del 59, Juancito se trasladó de Cuba a Venezuela; falleció en Barquisimeto, el 19 de noviembre de 1960, sin ver caer la dictadura que enfrentó con entereza, pero sin renunciar jamás a sus ideales de justicia y libertad.

En 1978, el Gobierno dominicano repatrió sus restos y celebró una misa solemne en la Catedral Primada de América, oficiada por el cardenal Octavio Antonio Beras Rojas y el monseñor Nicolás de Jesús López Rodríguez, en presencia del presidente Antonio Guzmán Fernández. En esa ocasión se le confirió una condecoración póstuma.

El traslado de los restos de Juan Rodríguez García desde Moca al Panteón de la Patria constituye un acto de justicia histórica y un reconocimiento del Estado dominicano a su integridad y compromiso con la libertad. Con esta declaratoria como Héroe Nacional, el país reafirma los valores que defendió: el trabajo honesto, la dignidad, la coherencia y el respeto hacia la institucionalidad democrática y las libertades públicas. Su vida encarna la fortaleza moral del ciudadano que sirve a su país con convicción y sentido del deber.

El nombre de Juancito Rodríguez se une al de los grandes dominicanos que consagraron su t bajo el ideal de nuestro pueblo y sus fundadores: Dios, patria y libertad.

El Día

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