La Cumbre de las Américas perdió su espíritu

Por Dr. Ramón Ceballo
La decisión del gobierno dominicano de aplazar la X Cumbre de las Américas, prevista inicialmente para diciembre de 2025, hasta 2026, ha desatado un debate que trasciende lo logístico.

El argumento oficial señala que “las condiciones regionales se han deteriorado” y que no existe el ambiente adecuado para un diálogo amplio y productivo. Sin embargo, tras esa justificación se esconden dilemas más profundos sobre la autonomía de la diplomacia dominicana y el verdadero sentido del foro hemisférico.
El discurso sobre “valores democráticos” y “solidaridad hemisférica” se desvanece cuando se observa el contexto regional, tensiones geopolíticas, sanciones selectivas y un clima de exclusión política promovido por Washington.

Lo que alguna vez fue un espacio de cooperación continental se ha convertido en un escenario de alineamientos ideológicos y de presión económica. La Cumbre de las Américas corre así el riesgo de convertirse en un encuentro de obediencia diplomática, más que en un foro de diálogo entre iguales.

En ese sentido, la decisión dominicana de aplazar el evento podría interpretarse como una medida de prudencia, pero también como un síntoma de debilidad institucional y dependencia estratégica.

El primero de los tropiezos radica en la comunicación oficial. No correspondía al país sede anunciar unilateralmente los motivos del aplazamiento, pues esa función recae en la Secretaría de la Cumbre de las Américas, órgano dependiente de la OEA. Al hacerlo, la Cancillería dominicana asumió una responsabilidad que no le compete, generando confusión y cuestionamientos diplomáticos innecesarios.

El segundo error fue reproducir sin matices el guion político de Washington, al dejar fuera del encuentro a Cuba, Venezuela y Nicaragua bajo el argumento de que “no participan activamente en la OEA”. Esa exclusión reavivó las tensiones con los países del ALBA, que acusaron a Santo Domingo de subordinar su política exterior a los intereses de Estados Unidos.

El resultado es una paradoja, se buscaba preservar la imagen de consenso regional, pero se terminó profundizando la polarización.

Ciertamente, el contexto hemisférico es complejo. El tema propuesto, “Construir un hemisferio seguro y sostenible con prosperidad compartida” luce difícil de abordar en medio de crisis migratorias, conflictos comerciales y tensiones políticas. Aplazar la cumbre pudo evitar un fracaso diplomático anunciado.

No obstante, la forma en que se hizo dejó al país atrapado entre dos percepciones, la de ser un Estado anfitrión responsable o la de un actor que cede ante presiones externas. La falta de una explicación más transparente, y el silencio sobre las verdaderas causas del aplazamiento, debilitan la credibilidad de la diplomacia dominicana.

Si la República Dominicana desea recuperar su protagonismo regional, debe impulsar una agenda más clara, enfocada en los problemas reales del hemisferio:

· el proteccionismo comercial que afecta a las economías pequeñas;

· las tarifas agrícolas y energéticas impuestas por potencias externas;

· las restricciones a las remesas y la militarización del Caribe.

Evitar estos temas bajo el pretexto de “condiciones difíciles” equivale a renunciar al liderazgo que el país puede ejercer como mediador entre el Norte y el Sur del continente.

El aplazamiento pudo ser un gesto de realismo, pero sin una narrativa firme se percibe como una claudicación. Para evitarlo, la Cancillería debe promover que la OEA publique un informe detallado sobre las causas del aplazamiento y las exclusiones, además de garantizar que la futura edición de 2026 se realice con un formato verdaderamente inclusivo.

Una cumbre sin voces críticas es solo un monólogo diplomático.
El verdadero reto dominicano no es solo organizar un evento sin tensiones, sino demostrar que el país puede actuar con independencia, equilibrio y visión de conjunto.

La decisión de aplazar la Cumbre fue, en apariencia, un acto de sensatez frente a un entorno polarizado. Pero su ejecución reveló carencias de transparencia y autonomía, que empañan la proyección internacional del país.

En definitiva, no se equivocó el gobierno al evitar una cumbre fragmentada, sino al hacerlo sin claridad ni propósito transformador. Si la República Dominicana aspira a ser un referente hemisférico, debe abandonar el guion ajeno y escribir el suyo propio: uno que exprese los intereses y aspiraciones de América Latina y el Caribe.

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