La cumbre en Alaska será una prueba de la relación entre Trump y Putin
Por Peter Baker
The New York Times
Peter Baker, corresponsal jefe de la Casa Blanca, reportó previamente desde Moscú para The Washington Post durante cuatro años y ha escrito libros sobre Donald Trump y sobre Vladimir Putin.
Esta semana, durante un momento en el que el presidente Donald Trump se refirió a su reunión de alto perfil y alto riesgo con el presidente de Rusia, Vladimir Putin, reflexionó momentáneamente sobre la curiosa y confusa relación entre ambos hombres. “Me llevaba bien con Putin”, dijo.
Curiosamente, utilizó el tiempo pasado. En las últimas semanas, Trump ha expresado una frustración inusual por la falta de voluntad del dirigente ruso para lograr la paz en Ucrania. Pero, según explicó el presidente a principios de esta semana, parecía deseoso de volver al tiempo presente cuando ambos se sienten en Alaska el viernes.
La afinidad de Trump con el férreo amo del Kremlin ha dejado perplejo a gran parte del mundo político y diplomático durante la última década, y ha desafiado suposiciones, alimentado investigaciones, remodelado elecciones y trastornado alianzas. Ahora la relación se enfrenta a su prueba más crítica, ya que Trump intenta negociar el fin de la guerra en Ucrania. ¿Está dispuesto a presionar seriamente a su homólogo ruso? ¿Volverá Putin a ganarse las simpatías del presidente hacia su forma de pensar? ¿O su amistad está realmente en peligro?
A pesar de todas sus quejas recientes sobre la intransigencia rusa y sus exigencias de que cese la guerra, Trump se ha abstenido en gran medida de criticar duramente a Putin personalmente, prefiriendo utilizar palabras como “decepcionado” y “no contento”. En su lugar, ha dirigido sus ataques más duros contra Dmitri Medvédev, el anterior presidente interino y quien ha mantenido un discurso beligerante, como una forma de evitar atacar a Putin más directamente.
Y en los últimos días, Trump ha parecido volver a su postura de principios de año, cuando culpó más por la guerra al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, a pesar de que fue Putin quien invadió a su vecino en primer lugar y quien ha rechazado las propuestas estadounidenses de un alto al fuego incondicional.
“Putin ha ido claramente más allá de lo que Trump estaba dispuesto a aceptar, y eso explica por qué en el último mes o seis semanas se han visto comentarios cada vez más negativos sobre Putin”, dijo en una entrevista John Bolton, asesor de seguridad nacional de Trump en su primer mandato y ahora un firme crítico. “Su amigo no le está ayudando. No está llegando a un acuerdo”.
Pero Bolton dijo que Trump claramente no ha renunciado a su amigo. Al invitar a Putin a suelo estadounidense a pesar de las sanciones de Estados Unidos y de una orden de detención internacional por crímenes de guerra, dijo, Trump ha recompensado al dirigente ruso, liberándolo efectivamente de la caja de aislamiento internacional establecida por el predecesor de Trump, el presidente Joseph R. Biden Jr. y los dirigentes europeos.
“No sabe lo suficiente como para no dejarse engañar”, dijo Bolton sobre Trump. “Quiere llevarse bien. Cree que es amigo de Putin. No creo que Putin piense que es amigo suyo. Putin tiene la sangre más fría que puede haber”.

Algunos analistas veteranos de las relaciones entre Estados Unidos y Rusia dijeron que las recientes palabras de exasperación de Trump no indican una ruptura real con Putin, al menos por el momento.
“No creo que se haya producido ningún cambio significativo en las opiniones de Trump sobre Putin o en su deseo de lograr un restablecimiento”, dijo Angela E. Stent, funcionaria de inteligencia nacional sobre Rusia durante el gobierno del presidente George W. Bush. “Es cierto que hace unas semanas expresó su frustración con Putin y elogió a Zelenski, pero eso parece haberse evaporado en cuanto se dio cuenta de que Putin no aceptaría nada antes del plazo impuesto por Trump” para un alto al fuego.
Michael A. McFaul, quien fue embajador en Rusia bajo la presidencia de Barack Obama, dijo que le sorprendió el momentáneo cambio de tono de Trump hace unas semanas. “Pero últimamente ha vuelto a ser el mismo de siempre”, dijo, “culpando de nuevo a Zelenski en parte de la invasión de Putin, no aceptando la propuesta de Zelenski de una reunión trilateral y sugiriendo ya que Zelenski va a tener que hacer grandes concesiones, pero sin decir nada sobre las concesiones que tiene que hacer Putin”.
La reunión de Alaska será la primera visita de Putin a Estados Unidos fuera de las Naciones Unidas desde 2007, cuando Bush le invitó al complejo de su familia en Kennebunkport, Maine. Tras múltiples llamadas telefónicas e incursiones de su enviado especial, Steve Witkoff, Trump dijo que quería estar en la misma habitación con Putin para salir del atolladero.
“El presidente Putin me invitó a participar”, dijo Trump a principios de esta semana. “Quiere implicarse. Creo que quiere acabar con esto. Lo he dicho varias veces y me he sentido decepcionado, porque después de una gran conversación con él, se lanzan misiles contra Kiev o cualquier otro lugar y hay 60 personas tendidas en una carretera moribundas”.
Pero Trump dijo que creía que podría comunicarse con su homólogo ruso. “Voy a hablar con Vladimir Putin y le voy a decir: ‘Tienes que poner fin a esta guerra; tienes que acabar con ella’”.
Aun así, él y sus ayudantes han tratado de restarle importancia a las expectativas de un avance inmediato. Karoline Leavitt, secretaria de prensa de la Casa Blanca, calificó la reunión de “ejercicio de escucha para el presidente”. El miércoles, Trump dijo que cualquier decisión real se tomaría en lo que esperaba que fuera una reunión de seguimiento entre Putin y Zelenski. “Es poner la mesa para la segunda reunión”, dijo refiriéndose a Alaska. Pero añadió que habría “consecuencias muy graves” si Putin no accedía.
La admiración de Trump por Putin se remonta a años atrás, mucho antes de su presidencia. Después de que la revista Time nombrara a Putin persona del año en 2007, Trump le envió una efusiva nota de felicitación, en la que escribió: “¡Soy un gran admirador suyo!”. Por aquel entonces, Trump, que aspiraba desde hacía tiempo a construir una torre Trump en Moscú, dependía cada vez más del dinero ruso porque los bancos estadounidenses dejaron de hacer negocios con él.
Cuando llevó el concurso de Miss Universo a Moscú en 2013, Trump elogió públicamente a Putin. “¿Se convertirá en mi nuevo mejor amigo?”, escribió en las redes sociales. Pero dio versiones contradictorias de sus encuentros antes de su campaña por la Casa Blanca. Tras decir repetidamente a lo largo de los años que se había reunido con Putin y que tenía “una relación con él”, Trump dio marcha atrás durante la campaña de 2016 después de que se volviera políticamente problemático. “Nunca he conocido a Putin”, dijo de repente. “No sé quién es Putin”.
La intervención rusa en aquella campaña a favor de Trump resultó ser uno de los temas definitorios de su presidencia, uno que aún le anima hoy, cuando intenta airadamente reescribir la historia de aquel episodio y replantear la investigación que siguió como un “golpe de Estado” de Obama. Aunque Trump se refiere al asunto como “el engaño de Rusia, Rusia”, los investigadores documentaron esfuerzos rusos concertados para inclinar las elecciones y contactos inusualmente amplios entre Moscú y personas de la órbita de Trump.
El hijo, el yerno y el director de campaña de Trump se reunieron durante la campaña con un ruso que ofrecía trapos sucios sobre su oponente, Hillary Clinton, lo que se les dijo era “parte del apoyo de Rusia y su gobierno a Trump”. Su director de campaña transmitió datos de encuestas internas a un antiguo socio identificado como agente de inteligencia ruso. Cuando Trump le pidió públicamente a Rusia, “si estás escuchando”, que hackeara los servidores de Clinton, los agentes rusos lo hicieron en cuestión de horas.
La investigación posterior del abogado especial Robert S. Mueller III no estableció ninguna coordinación ilegal entre Rusia y la campaña y concluyó que “la evidencia no era suficiente para acusar” a nadie de conspiración criminal. Trump, por su parte, dijo durante una reunión en Helsinki en 2018 que aceptaba la negación de Putin de que hubiera habido interferencia electoral por encima del juicio de las agencias de inteligencia estadounidenses.
Desde que recuperó la Casa Blanca en enero, Trump ha adoptado políticas bien recibidas en Moscú. Prácticamente ha desmantelado la Voz de América y la Fundación Nacional para la Democracia, que desde hace tiempo irritan a los dirigentes rusos. Ha frenado los programas para combatir la desinformación rusa, las injerencias electorales, las violaciones de las sanciones y los crímenes de guerra.
No ha comprometido ninguna nueva ayuda militar estadounidense a Ucrania más allá de la ya aprobada bajo el mandato de Biden. Pero ha accedido a permitir que los países europeos compren armas estadounidenses para Ucrania y ha amenazado con imponer aranceles del 50 por ciento a India, alegando su compra de petróleo ruso, aunque no ha penalizado del mismo modo a China, que compra aún más energía rusa.
Muchos expertos, tanto republicanos como demócratas, han llegado a la conclusión de que el deseo de Trump de forjar una relación estrecha con Putin tiene que ver principalmente con el poder y los instintos autoritarios compartidos. Trump se ve a sí mismo como un líder con mano dura y admira a un homólogo que se ajusta a la definición común de un líder de mano dura.
“Creo que Putin y Trump reconocen que comparten una visión común del mundo: cínica, sin sentimientos, centrada en el poder, el dinero y el territorio”, dijo Daniel Treisman, experto en Rusia de la Universidad de California, campus Los Ángeles. “Sienten que se entienden. Putin sabe que a Trump le gustaría estar de su parte, pero últimamente se ha sentido ignorado. Así que está dispuesto a halagar y distraer, con ofertas a las empresas estadounidenses y de ayuda en otros ámbitos globales”.
Michael C. Kimmage, historiador de las relaciones ruso-estadounidenses en la Universidad Católica de América y autor de Collisions, un libro sobre la guerra de Ucrania, dijo que Trump puede creer que cultivar su relación con Putin sirve a un propósito estratégico. Cuando Trump volvió al poder en enero, dijo, “pensó que podría hacer retroceder la guerra en Ucrania gracias a su conexión personal con Putin”.
Eso no funcionó, pero es posible que Trump persista con Putin en su diplomacia basada en la personalidad porque “no puede resistirse al espectáculo mediático y a la oportunidad de situarse en el centro de este”. Además, tras las recientes intervenciones para detener los enfrentamientos entre Tailandia y Camboya y resolver décadas de disputas entre Armenia y Azerbaiyán, añadió, es posible que Trump “piense que está en una racha”.
Sin embargo, al buscar su cumbre de Alaska con Putin sin hacer el trabajo diplomático habitual de negociaciones a bajo nivel y consultas previas con los aliados para garantizar el éxito, Trump está intentando “un nuevo estilo de acción diplomática”, dijo Kimmage. Trump, dijo, parece centrado principalmente en resolver los grandes problemas del mundo directamente con los líderes de las tres grandes potencias: él mismo, Putin y el presidente de China, Xi Jinping.
“Este nuevo estilo convertirá a gran parte del mundo en espectadores y, al mismo tiempo, elevará a un puñado de líderes —con Trump como primero entre iguales— a un estatus de poder único, un club VIP de estadistas, formado principalmente por Xi, Putin y Trump”, dijo Kimmage. “Este impulso se pondrá a prueba el viernes”.
Peter Baker es el corresponsal principal de la Casa Blanca para el Times. Ha cubierto las gestiones de los últimos cinco presidentes y a veces escribe artículos analíticos que ponen a los presidentes y sus gobiernos en un contexto y marco histórico más grande.
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