La decisión de Trump fue valiente y correcta

Por Bret Stephens

The New York Times

Columnista de Opinión

Durante décadas, una sucesión de presidentes estadounidenses prometieron que estaban dispuestos a utilizar la fuerza para impedir que Irán adquiriera armas nucleares. Pero fue el presidente Donald Trump quien, al bombardear el domingo por la mañana tres de las instalaciones nucleares clave de Irán, estuvo dispuesto a demostrar que esas promesas no eran vanas y que Teherán no podía simplemente hacer un túnel para tener una bomba porque ningún país, salvo Israel, se atrevía a hacerle frente.

Es una decisión valiente y correcta que merece respeto, independientemente de lo que uno piense de este presidente y del resto de sus políticas. Políticamente, lo más fácil habría sido retrasar un ataque para apaciguar a las voces aislacionistas de su partido, cuyas opiniones sobre Medio Oriente (y antipatías hacia el Estado judío) se asemejan cada vez más a las de la izquierda progresista. Mientras tanto, Trump podría haber seguido encargando a Israel el trabajo sucio de atacar las capacidades nucleares de Irán, con la esperanza de que al menos esto le diera a Occidente cierta influencia diplomática y margen de maniobra.

Trump eligió otra cosa, a pesar de los riesgos evidentes. Estos incluyen ataques iraníes contra activos militares e instalaciones diplomáticas estadounidenses en la región y atentados terroristas contra objetivos estadounidenses en todo el mundo, posiblemente a través de intermediarios y posiblemente durante un largo período. Un ejemplo desalentador es el atentado de 1988 contra el vuelo 103 de Pan Am sobre Lockerbie, Escocia, perpetrado por el régimen de Muamar el Gadafi, muy probablemente en represalia por el bombardeo de Libia en 1986 por el presidente Ronald Reagan. En la atrocidad de Lockerbie perdieron la vida 270 personas.

Pero es necesario sopesar cada conjunto de riesgos frente a otro, y hay pocos riesgos mayores para la seguridad estadounidense que un Irán con armas nucleares.

El régimen es el principal patrocinador estatal del terrorismo a nivel mundial. Está ideológicamente comprometido con la aniquilación de Israel y actualmente lo ataca con misiles indiscriminados contra objetivos civiles. Es aliado de Corea del Norte, China y Rusia, y suministra muchos de los drones que Rusia utiliza para atacar Ucrania. Desarrolla y despliega miles de misiles balísticos de alcance cada vez mayor. Su adquisición de una bomba desencadenaría una carrera armamentística en Medio Oriente. Y ha intentado asesinar a ciudadanos estadounidenses en suelo estadounidense. Si todo esto no es intolerable, ¿qué lo es?

Los críticos le reprochan al gobierno su negativa a solicitar la autorización del Congreso para atacar Irán. Pero existe un largo historial bipartidista de presidentes estadounidenses que han emprendido acciones militares rápidas para detener una amenaza percibida sin pedir permiso al Congreso, como la invasión de Panamá por George H. W. Bush en 1989 y la campaña de bombardeos de cuatro días de Bill Clinton contra Irak en 1998.

Los críticos del ataque también señalan una estimación de los servicios de inteligencia estadounidenses de este año que afirmaba que los dirigentes iraníes aún no habían decidido construir una bomba. Pero eso fue un juicio sobre la intención, que puede ser voluble. La responsabilidad de Trump era negar a los dirigentes iraníes las capacidades que les habrían permitido cambiar de opinión a voluntad, con un efecto devastador. En medio de la incertidumbre, el presidente actuó antes de que fuera demasiado tarde. Es la esencia del arte de gobernar.

En los próximos días y semanas sabremos cómo reaccionará Irán. En su discurso en la Casa Blanca, Trump señaló que hay muchos otros objetivos en Irán que Estados Unidos podría destruir fácilmente si Irán no accede a desmantelar su programa nuclear de una vez por todas. Irán puede hacer caso omiso de esa advertencia, pero si lo hace, elegiría más destrucción en aras de una fantasía nuclear. Al igual que en 1988, cuando el ayatolá Ruhollah Jomeiní optó por poner fin a la guerra Irán-Irak en aras de la supervivencia del régimen —dijo que era como “beber de un cáliz de veneno”—, mi conjetura es que el actual líder supremo, Alí Jamení, se retirará y buscará una solución negociada. En mi columna de la semana pasada, sugerí las líneas generales de un posible acuerdo, en el que Estados Unidos podría prometer a Irán el alivio de las sanciones económicas a cambio de su completo desarme nuclear y el fin de su apoyo a grupos extranjeros como Hizbulá, Hamás y los hutíes.

Ocurra eso o no, las esperanzas de Irán de adquirir un arma nuclear probablemente han resultado afectadas. Y los adversarios de todo el mundo, entre ellos Moscú y Pekín, ahora deben saber que no tratan con un tigre de papel en la Casa Blanca. El mundo es más seguro gracias a ello.

The New York Times

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