La democratización de la manipulación
El 1 de abril de 1957, un programa de la BBC de Londres emitió el hoy famoso montaje filmado de la “superabundante cosecha de espaguetis en el sur de Suiza”. En él aparecían hordas de matronas seudosuizas ataviadas con curiosos trajes folclóricos brincando en torno a “arboles de espaguetis” ricamente engalanados y recogiendo las esponjosas tiras de pasta que colgaban de sus ramas.
La emisión pasó a la leyenda de la televisión, además de convertirse en una auténtica revelación para aquellos que nunca habían sospechado que la BBC poseyera un sentido del humor tan vistoso, pues asociaban la cadena con un formalismo rígido y pomposo.
Previamente, durante la última década del siglo XIX, William Randolph Hearst, magnate de la prensa y padre señalado del “periodismo amarillo”, se ufanaba de haber fomentado la guerra de Cuba entre España y EE.UU. Ensalzado en una batalla con sus rivales por ver quien imprimía mayores tiradas, Hearst necesitaba una guerra para dar salida a sus publicaciones. Cuba en ese entonces era uno de los últimos baluartes del antiguo imperio español, ofrecía posibilidades de ser explotadas. Es cuando Hearst, aprovechando las insurrecciones de los nativos contra los señores españoles, envía a la isla al reportero Frederick Remington, para que cubriera “las atrocidades y la guerra”.
Al llegar a La Habana, Remington informó través de un telegrama de que en realidad no había atrocidades, y mucho menos algo que pudiera llamarse guerra. Es cuando Hearst le ordena a Remington permanecer en la capital de Cuba y le instruye: “Tu proporcióname las fotografías y yo proporcionaré la guerra”.
El 15 de febrero de 1898, una misteriosa explosión destruyó el viejo buque de guerra Maine, que estaba anclado en aguas cubanas. Mientras los titulares en los periódicos de Hearst decían: “Que nadie olvide el Maine”, mientras atribuían a la explosión la pérdida de 260 vidas norteamericanas por una “diabólica conjura de los españoles”. La antipatía popular hacia España alcanzó proporciones históricas e histéricas. Para 1898 era año electoral en EE. UU y el presidente William McKinley necesitaba procurarse votos, es cuando cede a la presión pública y declara la guerra a España.
El que crea que esta capacidad de manipulación es patrimonio exclusivo de los grandes medios de comunicación se quedó en el siglo pasado. Hoy un algoritmo puede manipular deseos y aversiones con más eficacia y de manera más eficiente que un medio tradicional. Lo que han hecho las nuevas tecnologías es democratizar esa capacidad y posibilidad de construir el relato y establecer la “verdad”.
Hoy las redes sociales y los medios tradicionales nos hemos convertidos en participantes activos de los acontecimientos que se cubren, propagan y comparten. No somos simples observadores y transmisores de acontecimientos, somos parte integrante de la realidad de la que damos cuenta. La capacidad de manipulación se ha democratizado.
De hecho, cualquiera puede marcar la agenda con una supuesta información que todos comentamos con sonrojo, hasta que nos damos cuenta que era falsa. Soltar una barbaridad en las redes puede marcar el debate. Por supuesto, tienen más éxito los mensajes que apelan a nuestras emociones. Un estudio reciente publicado por Scientific American muestra que no sólo nos sentimos más impulsados a compartir ciertos tuits, sino que además las palabras que se refieren a las emociones y a la moral captan más nuestra atención que las neutras.
Lo positivo de las redes y los medios en general es que son un campo de competencia en el que los discursos, las ideas, propuestas, opiniones y proyectos se pueden discutir. Sin embargo, en el caso de las redes sociales, al carecer de contrapesos y regulaciones, se explota y magnifica muchos de los mecanismos y trucos de manipulación orientados a penetrar a un mayor número de personas. En ella es cada vez más difícil saber qué es verdad y qué es mentira. Todo vale para “socavar la confianza en los medios, las instituciones públicas o las investigaciones científicas”, apuntan investigaciones recientes del Oxford Internet Institute, de la Universidad de Oxford.
Mientras, los medios tradicionales con criterios profesionales le plantan cara a la prensa amarillista y sus editoriales llaman a la reflexión, para con ello intentar generar el bien más preciado de nuestro tiempo: credibilidad. Las redes sociales no tienen filtros, por eso se usan abiertamente para ajustar cuentas. Un camino para administrar culpas, desquites y revanchas.
Hoy, gracias a las tecnologías y redes sociales, todos tenemos la capacidad de ser William Randolph Hearst, proporcionamos una fotografía o un video, lo editamos y afirmamos con propiedad: ahora “yo proporcionaré la guerra.”
Fuente Diario Libre