La frontera que no importa a nadie
Federico A. Jovine Rijo
A ambos lados de una línea a ratos imaginaria, a ratos tangible y material, existe una realidad fronteriza que no podemos dimensionar quienes vivimos en la distancia, y que sólo conocemos a partir de informaciones distorsionadas y sesgadas. La realidad fronteriza desborda la imaginación y la lógica, y en torno a ella se han estructurado a lo largo de décadas, dinámicas sociales y formas de relacionamiento entre pueblos fronterizos, que prescinden de la formalidad o la legalidad que impone cada Estado.
En la frontera siempre ha habido contrabando, tráfico de personas, cruce de ganado, vehículos, etc. El problema se ha agudizado en el presente porque el colapso del Estado haitiano supone una amenaza real a la República Dominicana, que se materializa en una migración descontrolada que supera la capacidad de absorción de nuestra economía; por lo que, lejos de dar acceso a migrantes que procuran empleos, estamos siendo ocupados por oleadas de ciudadanos haitianos que simplemente huyen del hambre y la delincuencia rampante que padecen en su país.
La crisis migratoria no es sólo local, sino planetaria. En 2023 más de 2.3 millones de migrantes han ingresado a EUA por la frontera sur; a diciembre, 233,139 en la Unión Europea; más de 7 millones de venezolanos han abandonado su país; y así, la cuenta de personas que han emigrado se diversifica y va en aumento. Así como México celebra una cumbre migratoria con Estados Unidos en el momento justo en que más de 10,000 personas atraviesan el país rumbo a la frontera sur; asimismo, hace apenas una semana, el Parlamento Europeo y los Estados miembros acordaron una nueva reforma en materia migratoria y de asilo, de cara a enfrentar los desafíos que supone la coexistencia entre una migración descontrolada, una sociedad envejeciente y una economía que demanda mano de obra.
En ese contexto, nuestro drama con Haití sólo es especial en la medida que somos una isla que compartimos dos Estados; uno estable y en crecimiento, y otro colapsado en todos los sentidos. La insularidad nos obliga a construir soluciones o contramedidas dentro del marco territorial, condicionadas a marcos jurídicos que se sostienen en convenios internacionales que no siempre son favorables cuando se trata de enfrentar una migración descontrolada y promovida desde adentro, ya sea por la complicidad de mafias dedicadas al tráfico de personas, o por la presión ejercida por un mercado agrícola, inmobiliario y comercial que la demanda. Así las cosas, cualquier reclamo o solicitud de ayuda que hagamos al concierto de naciones frente al colapso del Estado haitiano –y la consecuente avalancha migratoria hacia nuestro país–, obtendrá el silencio por respuesta; porque este es tan solo un pequeño problema dentro del marco de la existencia de problemas mayores. El mundo entero se está moviendo, el Viejo Orden surgido tras la posguerra se tambalea. En ese escenario, el conflicto migratorio que dos pequeños países pudieran tener, mientras se mantenga encapsulado y no haga metástasis continental, le importará a poca gente.
Listín Diario