La guerra sin certeza: un conflicto sin prueba ni resultado concluyente

Juan Temístocles Montás

Sin que existiera ninguna evidencia concluyente sobre la inminencia de Irán obtener un arma nuclear, y en un contexto en el que los principales servicios de inteligencia del mundo –incluyendo los de los Estados Unidos y los del propio Israel-– coincidían en que Irán no había tomado la decisión de fabricar dicha bomba, Israel, dirigido por Benjamín Netanyahu, le declaró la guerra bajo la justificación de que Irán no puede hacerse de esa arma.

Desde hace más de 30 años, Netanyahu ha estado propagando que Irán está a punto de tener armas nucleares. En 1992, siendo miembro del parlamento de Israel, afirmó que Irán estaba entre 3 y 5 años de tener una bomba nuclear; cuatro años después, en 1996, siendo primer ministro, advirtió en el Congreso de Estados Unidos que Irán estaba a menos de 5 años de tener el arma. En 2006 declaró en una entrevista que si no se detenía su programa, Irán estaba a uno o dos años de construir la bomba. Tres años después, en 2009, de nuevo como primer ministro, afirmó en la ONU que el programa nuclear iraní había entrado en su fase final y que la comunidad internacional debía actuar con urgencia.

A lo largo de la década pasada, Netanyahu continuó con su retórica sobre la inminencia de un arma nuclear iraní, estimándose que ha repetido esa afirmación más de 100 veces desde 1992. Influyó en Donald Trump para que en 2018 abandonara el acuerdo nuclear conocido oficialmente como JCPOA (Joint Comprehensive Plan of Action) firmado por Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Rusia, China, Alemania e Irán, en el que se imponía límites estrictos al programa nuclear de Irán.

¿Qué buscaba Netanyahu con esas afirmaciones? Para responder a esa pregunta conviene señalar que la tesis estratégica que ha marcado la visión de Netanyahu ha sido que ciertos Estados de Oriente Medio, considerados por él como “terroristas”, deben ser destruidos o debilitados para garantizar la seguridad de Israel y la estabilidad mundial. Lo que ha ocurrido en Siria, Irak y Líbano —países devastados, fragmentados y sin capacidad estatal plena— es en gran medida el producto de esa visión.

En un libro escrito en 1993 con el título de A Place Among the Nations, Netanyahu señaló a Irán, Irak, Siria, Libia, Sudán, Afganistán y Corea del Norte como regímenes hostiles, irreformables y patrocinadores del terrorismo. Su conclusión fue que el único camino posible era el aislamiento, la presión y, cuando sea necesario, el uso de la fuerza para provocar su colapso.

Esa visión encontró apoyo en sectores claves de la política estadounidense. Los llamados neoconservadores, fuertemente vinculados al lobby israelí, adoptaron una doctrina similar: la necesidad de redibujar el mapa del Medio Oriente mediante la “destrucción creativa” de los regímenes existentes.

Esa doctrina ha conducido la política de Estados Unidos en el Medio Oriente y el ejemplo más emblemático es la invasión de Irak, basada en afirmaciones falsas sobre armas de destrucción masiva, que Netanyahu ayudó a difundir en el Congreso estadounidense. Esa guerra no solo destruyó al régimen de Sadam Husein, sino que desmanteló las instituciones del Estado iraquí. En diversas medidas, es lo que también ha ocurrido en Siria, en Yemen y en Libia, y lo que se pretendía con Irán.

Tras la escalada bélica que duró 12 días y que involucró ataques directos entre Irán e Israel y la participación activa de Estados Unidos, se ha producido un alto al fuego promovido por Donald Trump, sin que pudieran doblegar a Irán, y a todas luces sin que pudieran lograr el objetivo central de los ataques: destruir la infraestructura nuclear iraní y derrocar el régimen iraní.

A modo de balance preliminar –no conclusivo–, puede sostenerse que Israel fracasó estrategicamente, y que se ha erosionado la percepción de su invulnerabilidad; que Irán demostró una capacidad de respuesta creible y sostenible; que Estados Unidos sale debilitado, por su incapacidad de lograr un victoria clara; y que se consolida un nuevo equilibrio en la región, en el que Israel ya no puede actuar unilateralmente sin consecuencias estratégicas graves. Este conflicto demuestra, además, que estamos en un mundo sin hegemonías claras.

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