La ignorancia, el miedo y el derecho a decidir

Por Gilka Meléndez

Una de las situaciones más perjudiciales que puede enfrentar una población es la ignorancia, el desconocimiento parcial o total de circunstancias que afectan su propia vida o la de sus semejantes. Hablo de una ignorancia en sentido amplio, muchas veces confundida con indiferencia, pero que en realidad suele estar alimentada por el miedo. Miedo a ser excluido, a no encajar, a ser señalado por disentir del “status quo”.

Ese miedo nos empuja a no cuestionar modelos que, aunque ineficaces, persisten por inercia social o temor al rechazo. Pero cuestionar no es peligroso. Al contrario, es un acto de inteligencia y humanidad. Comprender el origen de los problemas nos libera, nos hace más resilientes, empáticos y conscientes. El conocimiento no solo orienta: también emancipa.

En ese marco, quiero referirme al debate en torno al proyecto de Código Penal y la inclusión de las Tres Causales, que permitirían la interrupción del embarazo en tres situaciones excepcionales:

Cuando el embarazo pone en riesgo la vida de la madre;

Cuando el feto presenta malformaciones incompatibles con la vida;

Cuando el embarazo es producto de una violación o incesto.

Estas causales no obligan a ninguna mujer a abortar. Por el contrario, le otorgan la posibilidad de decidir, con base en sus creencias, su situación y sus convicciones. Una mujer puede elegir continuar con un embarazo riesgoso, incluso si compromete su vida. Puede optar por dar a luz al hijo de su agresor o a una criatura con severas malformaciones. Pero también puede elegir lo contrario, y esa elección debe ser respetada.

Las Tres Causales reconocen el derecho a decidir. Permiten que una mujer, por ejemplo, preserve su vida para cuidar a los hijos que ya tiene o para tener otros en el futuro. Le permiten decidir si quiere o no llevar al mundo un embarazo producto de una violación o incesto. Le permiten optar entre traer al mundo a una criatura que vivirá con profundo sufrimiento o evitar ese dolor irremediable.

En definitiva, las causales abren caminos. Y cada mujer, según su realidad, su fe y su conciencia, podrá tomar el que considere más humano y justo. Eso es libre albedrío: la capacidad de decidir sin imposiciones. Negar esa posibilidad es ejercer coerción, es imponer desde fuera lo que solo la conciencia individual puede resolver. Y esa imposición vulnera la libertad, y los principios fundamentales de una sociedad democrática.

La República Dominicana es uno de los pocos países en el mundo que aún no reconoce legalmente estas tres causales. Paradójicamente, es también uno de los países con mayor tasa de embarazos en adolescentes, donde muchas niñas se ven forzadas a parir, siendo aún niñas.

Las estadísticas nos hablan, y lo hacen con crudeza. No se trata de promover el aborto como una solución banal o irresponsable. El ejercicio de la sexualidad conlleva responsabilidad, y eso también debe enseñarse desde edades tempranas. Pero negar opciones, criminalizar decisiones difíciles y colocar todo el peso sobre las mujeres es una forma de violencia estructural.

Es importante decir que este planteamiento no nace desde una visión ideológica, sino desde una convicción ética y ciudadana. Soy cristiana, y mi fé me lleva a valorar profundamente la vida. Sin embargo, también creo que legislar no significa imponer una creencia, sino garantizar que todas las personas —creyentes y no creyentes— puedan ejercer sus derechos conforme a su conciencia.

No defiendo el aborto como norma general, ni lo trivializo. Lo que defiendo es el derecho de cada mujer a ser escuchada, respetada y acompañada en decisiones que sólo ella puede tomar, especialmente cuando están en juego su salud e integridad.

Las Tres Causales no imponen, no obligan. Sólo ofrecen opciones humanas, legales y responsables. Y elegir no debería ser un privilegio, sino un derecho.

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