La indiferencia del poder del mundo ante la miseria y la violencia haitiana
José Miguel Vásquez García
Magister en relaciones internacionales y catedrático de la UASD.
Por más de un siglo, la Republica Dominicana ha estado abocada a discutir múltiples teorías y fórmulas de cómo enfrentar los embates de las acostumbradas crisis haitianas, sin que se haya logrado una fórmula mínimamente satisfactoria.
Por fin, ha salido de la Organización de Estados Americanos (OEA) una posición que, aunque no presenta una solución real, por lo menos hace una crítica a la comunidad internacional, de la que ella es parte, lo que se interpreta también, como una autocrítica, dado su carácter internacional regionalista relegando la responsabilidad a los demás organismos internacionales, principalmente a la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Como somos el Estado más afectado, tanto por el desastre político, ambiental, económico y social de Haití, como por la irresponsabilidad internacional hay que tomarle la palabra a la OEA y conminarla a ser la interlocutora entre lo que llama la comunidad internacional y junto a ella, exigirle a esa comunidad que ha contraído deudas históricas con ese territorio, la obligatoriedad de asumir un rol activo de soluciones a la gravedad de los acontecimientos actuales, para que de una vez y por todas, se produzca la decisión de pasar de las palabras a los hechos.
En su comunicado, la OEA hace una descripción de la realidad de Haití: “La construcción de la democracia haitiana tiene que ver con inducir capacidades de diálogo, lo cual implica necesidad de confianza mutua entre diversos actores sociales o políticos de Haití, hoy no tenemos ningún sistema de balances, ni en el sistema político, ni en la dimensión social, por el contrario encontramos la prevalencia de la violencia, del mal uso de la fuerza interna, de la lógica criminal en la actuación, instituciones fallidas y falta de capacidades de la sociedad civil.” Lo que se resume en la mayor catástrofe política y social de Latinoamérica, donde no existen interlocutores válidos para el diálogo, ni confianza en medio de la guerra entre bandas criminales y ausencia de figuras o grupos creíbles de control interno.
Resulta brillante la reflexión de la OEA sobre la resistencia interna que encontraría cualquier solución que se plantee a lo interno de Haití. En su comunicado, hace referencia a tres pilares: 1) a las objeciones sobre el tema del dialogo, en razón de que subsisten en base al caos, y muchos sacan beneficios de ello; 2) a la resistencia de un proceso electoral, donde las bandas criminales imponen sus reglas; y 3) se opondrán a la instauración de procesos institucionales y un régimen de seguridad ciudadana y social, en razón de que esto atentaría al status quo actual del crimen organizado.
Siendo esto así, tenemos que entender que, en estos momentos no es posible dar inicio a una apertura democrática en medio de un caos total, lo que resultaría en fracaso previsible. Tenemos que dejarnos de fantasear y comprender que cualquier solución tiene su base, en una imposición que traiga como resultado el sometimiento a la obediencia y al orden. Los expertos de la OEA están conscientes de que cualquier iniciativa, traerá consigo una agresiva respuesta de parte de los protagonistas del drama, en procura de defender sus intereses malignos al precio que sea, en esa empobrecida nación caribeña.
A pesar de la descripción de catástrofe que la OEA denuncia a la opinión pública, hacemos la observación de que, fue directa al hacer las revelaciones que produjo en su comunicado, al asumir el discurso del presidente de la Republica Dominicana en la 76 Asamblea General de las Naciones Unidas, de que la comunidad internacional debe tomar como prioridad la situación de Haití, ya que no es posible una solución a la crisis haitiana exclusivamente a cargo del pueblo dominicano.
Nos refiere la OEA, que “Sería engañarnos a nosotros mismos pensar que algo de eso puede ser construido sin ningún apoyo de la comunidad internacional, que ninguno de esos procesos es necesario para garantizar la salida del país de la crisis en la que se halla inmerso y que todavía forma parte del horizonte político y social económico visible del país. Esto no puede ser hecho sin que la comunidad internacional pague esta cuenta. No son tantos en la comunidad internacional que tienen esa capacidad de hacerlo, por lo tanto, la responsabilidad de la cuenta a pagar está en unos pocos que no deben ni pueden tardar en asumir esa responsabilidad porque el tiempo juega en contra de Haití porque todo lo que pasa simplemente empeora la situación.”
En su comunicado, la OEA no fue precisa en señalar los países que deben asumir y con qué acciones inmediatas; en su proclama no se refiere a la imposibilidad de producción que genere medios de vida, como la producción agrícola y ganadera; no habló de la destrucción de los manglares y los corales, de la condición de su suelo muerto, de la tala de árboles, no habló de la ausencia de fuentes fluviales, sin capacidad de riegos y abastecimientos, de los daños ecológicos irreversibles, de la agonía de su fauna y su flora. La OEA no habló de la posibilidad de supervivencia humana y animal. Tampoco hace referencia a la única fórmula de solución sobre la movilidad de sus habitantes, ni identificó a cuáles territorios.
Para buscar una real solución a la desgracia humana del pueblo haitiano, hay que pensar en la paz social y política, en la productividad, en el ordenamiento físico y salud corporal y mental. Es por ello que la solución no se presenta tan fácil. Es necesario que las potencias piensen en trasladar una buena parte de los haitianos a lugares de mayor posibilidad de vida, donde estén sometidos a un nuevo sistema de educación social, obligados a cumplir normas y donde se le ofrezcan mejor medio de vida y desarrollo socioeconómico. Precisamente lo que evaden las potencias.
Nos hacemos la siguiente interrogante: ¿Por qué el poder del mundo muestra tanta indolencia, rechazo e indiferencia a la agonía del país más pobre de América?
Haití no resulta atractivo a los poderes del mundo, en razón de que no posee fuentes de riquezas que explotar y lamentablemente el dolor humano no tiene precio, ni es mercadeable.
Publicado originalmente en Listín Diario