La operación en Gaza muestra a un Netanyahu sin restricciones para la guerra
Con el asalto a la ciudad de Gaza, el primer ministro de Israel ha amontonado desafío
Por Roger Cohen
The New York Times
Reportando desde Jerusalén
Antes de que comenzara la guerra en Gaza hace casi dos años, el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu no era conocido por asumir riesgos. Su retórica era audaz, pero eso no se proyectaba en sus actos. Sin embargo, al enviar al ejército israelí a Ciudad de Gaza, parece haber prescindido de las restricciones.
La operación, que según él es necesaria para derrotar a Hamás, pero que sin duda aumentará el aislamiento de Israel a medida que crece la ira internacional, ya ha matado a muchos palestinos y ha desencadenado la huida de cientos de miles hacia el sur. Pone en peligro la vida de los 20 rehenes israelíes que se estima que siguen vivos. Por el momento, hace inimaginable cualquier alto al fuego. La decisión ha sido cuestionada incluso por el jefe del Estado Mayor militar.
Sin embargo, la respuesta de Netanyahu parece ser: adelante.
Esta semana, sugirió que Israel debería convertirse en una “súper Esparta”, aparentemente refiriéndose a que la antigua ciudad-Estado griega que ascendió a través de la disciplina hasta convertirse en una gran potencia militar debería inspirar al país. En una conferencia económica organizada por el Ministerio de Finanzas, dijo que existía la posibilidad de que Israel tuviera que enfrentarse al “aislamiento” mediante la “autarquía” o autosuficiencia económica.
“Ha perdido la cabeza”, dijo Itamar Rabinovich, exembajador israelí en Estados Unidos. “Ya no hay límites”.
Vilipendiado por las angustiadas familias de los rehenes, enfrentado a grandes protestas callejeras, ferozmente criticado por los aliados europeos por el bombardeo de Gaza que ha cobrado decenas de miles de vidas palestinas, Netanyahu solo se muestra más desafiante.

Este mes prometió que “no habrá Estado palestino”. Aunque impedirlo ha sido el objetivo principal de su vida política, últimamente se ha vuelto mucho más explícito. El comentario supuso una reprimenda para Estados como Francia, el Reino Unido, Canadá y Australia, que han dicho que reconocerán un Estado de Palestina en la Asamblea General de las Naciones Unidas que comienza la próxima semana.
Sin embargo, sería temerario equiparar la fanfarronería cada vez más obstinada de Netanyahu con una caída inminente.
No ha acumulado un total de casi 18 años como primer ministro y se ha convertido en el dirigente más longevo de la nación sin demostrar que es un líder astuto, adaptable y despiadado. “¡Solo Bibi!”, corean sus partidarios más acérrimos, utilizando su apodo.
Para ellos es el “Rey” insustituible, el único hombre con el temple necesario para enfrentarse a los enemigos de Israel en siete frentes. Su decapitación de Hizbulá en Líbano y el debilitamiento de las ambiciones nucleares de Irán mediante una breve guerra han hecho que en la región se hable de un Israel imperial.
Quizás su enemigo más débil ha demostrado ser el más duro. Parece creer que puede obligar a Hamás a rendirse o a desaparecer solo con su poderío militar, pero se ha visto obligado a redefinir su enfoque una y otra vez.
Para sus oponentes, que corean “Cualquier cosa menos Bibi”, Netanyahu es sencillamente el rostro de la profanación de la democracia israelí.
En esta tensa coyuntura de la historia de Israel, Netanyahu cuenta con una clara ventaja: el apoyo en gran medida acrítico del presidente Donald Trump. Un mundo a la deriva bajo el impulso de Trump en una dirección autoritaria ha ayudado a que florezca un Bibi sin ataduras. Está envalentonado porque, como nunca antes, confía en que, pase lo que pase, Estados Unidos le cubrirá las espaldas.
“Trump es la única persona en la tierra que puede dictarle a Bibi lo que debe hacer”, me dijo Ehud Olmert, ex primer ministro y fuerte crítico de Netanyahu. “Tiene el poder de salvar miles de vidas”.
Sin embargo, no está claro si Trump se enfrentaría alguna vez a Netanyahu.
“Netanyahu es un auténtico líder, no hay muchos líderes de su talla en la historia”, dijo Daniella Weiss, destacada dirigente del movimiento de colonos que ha obtenido fuerza y licencia ilimitada para expandir sus asentamientos en Cisjordania tras el devastador ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre, en el que murieron unas 1200 personas.
A pesar de todo su apoyo nacionalista y religioso, Netanyahu es ampliamente despreciado. Muchos sospechan que antepone su propia supervivencia a los intereses de la nación al prolongar una guerra en Gaza que, según sus críticos, debería haber terminado hace mucho tiempo.
El Israel liberal, incólume a pesar de la marea derechista, lo percibe como un destructor de los valores fundamentales del Estado y del núcleo de la ética judía mediante la prosecución de una campaña militar implacable que sigue matando a civiles palestinos en gran número sin fijar un objetivo alcanzable. Los rehenes israelíes han languidecido en los túneles durante más de 700 días.
“Lo que Netanyahu está haciendo en Gaza es escandalosamente brutal”, dijo Olmert. “¿Cómo pueden unos ministros del más alto nivel decir que todos los gazatíes son de Hamás y luego hacinarlos en campos? Estamos en una lucha por el alma de Israel”.
Una encuesta realizada este mes por el Canal 12 mostraba al partido Likud de Netanyahu liderando unas elecciones con 24 escaños, pero indicaba que los partidos de su gobierno de extrema derecha no alcanzarían los suficientes escaños en el Parlamento israelí, de 120 miembros, para renovar la coalición. Sin embargo, a más de un año de las elecciones, las opciones políticas de Netanyahu están lejos de haberse agotado.
Durante una visita de dos días realizada esta semana por el secretario de Estado Marco Rubio, no hubo ni un atisbo de crítica estadounidense, ni siquiera tras el reciente intento de asesinato por Israel de dirigentes de Hamás en Catar, importante aliado estadounidense. Rubio dijo que Estados Unidos no contaba con un acuerdo con Hamás, “un grupo terrorista, un grupo bárbaro, cuya misión declarada es la destrucción del Estado judío”.
Trump parece querer que la guerra en Gaza termine de una vez, con todos los rehenes, vivos o muertos, liberados y Hamás derrotado, signifique lo que signifique. No está claro si Trump busca una paz con dos Estados, la postura de la mayoría de los gobiernos estadounidenses anteriores durante décadas, pero la mayoría de sus pronunciamientos sugieren que no.
Como las declaraciones del presidente sobre la guerra son impredecibles y están marcadas por la impaciencia, pero siempre arraigadas en un apoyo inquebrantable a Israel, Netanyahu dispone de mucho margen de maniobra.
Hace dos meses, Netanyahu parecía contemplar seriamente un posible acuerdo con Hamás que habría supuesto la liberación de 10 rehenes israelíes vivos a cambio de un gran número de prisioneros palestinos y un alto al fuego de 60 días durante el cual se habría negociado el fin de la guerra.
Luego fue a Washington, se reunió con Trump, cambió de opinión y comenzó a planear el asalto a Ciudad de Gaza, con la consiguiente prolongación de la guerra e intensificación de la agonía palestina en Gaza.
Parecía una elección impulsada por sus instintos de supervivencia. El final de la guerra entraña muchos peligros para Netanyahu. Entre ellos, la ruptura de su coalición al oponerse los ministros derechistas; una comisión de investigación sobre la debacle del 7 de octubre; una rendición de cuentas por las acciones de Israel durante la guerra; y el fin de la protección frente a sus propios apuros legales.
A Netanyahu le conviene más un Israel en guerra, un Israel en lo que él presenta como un peligro existencial manifiesto. Juega a su favor tácticamente. Al final, al menos en opinión de las familias de los rehenes y de sus muchos indignados partidarios, su propia supervivencia prevalece sobre la de los rehenes.
“Mi Matan está siendo sacrificado en el altar de Netanyahu”, dijo el martes Einav Zangauker, madre de Matan Zangauker, un rehén.
Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad Nacional de Israel, de extrema derecha, dejó claro en las redes sociales esta semana que aprobaba firmemente la decisión de Netanyahu de trasladarse a Ciudad de Gaza. “Ha llegado el momento decisivo”, escribió, añadiendo dos emojis, uno de fuego y otro de una X roja que aparentemente significaba la destrucción de Hamás o de Gaza, o de ambos.
En cuanto a Netanyahu, insistió esta semana en que “la vida es más importante que la ley”.
Está claro que lo ha apostado todo a forjar un legado triunfante que pesará más que su responsabilidad, el 7 de octubre de 2023, por la mayor derrota de la historia de Israel. El rumbo que ha elegido ha demostrado ser largo y divisivo, caracterizado por el predominio militar israelí en la región, pero es una estrategia devastadora para el pueblo palestino y lacerante para su propio país.
The New York Times