La pataleta de Nicolás Maduro
Gina Montaner
Con razón, María Corina Machado no cabe en sí de gozo por el Premio Nobel de la Paz que ha recibido. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de Nicolás Maduro, quien no perdió tiempo en descalificar a la líder opositora venezolana en cuanto se supo la buena nueva.
Lo que le faltaba al sucesor de Hugo Chávez es más aislamiento en la comunidad internacional a la vez que lidia con el cerco creciente de la administración Trump, impulsado por el secretario de Estado Marco Rubio, cuya cruzada contra el régimen de Caracas forma parte de una estrategia para debilitar el triángulo que conforman los regímenes totalitarios de Venezuela, Cuba y Nicaragua. El premio a la lucha de María Corina por que se produzca la transición a la democracia en su país ha sido un revés con el que no contaba el gobernante bolivariano.
Los miembros del Comité del Nobel de la Paz expusieron sus razones al anunciar tan prestigioso reconocimiento a la adversaria política de Maduro: han premiado su “incansable trabajo promoviendo los derechos democráticos del pueblo de Venezuela”. Además, resaltaron su papel de “figura clave, unificadora de una oposición política que en un entonces estaba profundamente dividida”. De ese modo aglutinaban el esfuerzo de una figura que permanece en el país bajo asedio y, en efecto, ha sido capaz de aunar un bloque opositor que no siempre ha mantenido un frente cohesivo, algo que el chavismo ha aprovechado para debilitar aún más a la oposición.
Poco después de conocer que era la galardonada, María Corina aseguró que, tarde o temprano, el régimen de Maduro hará aguas y los mecanismos de la democracia se revitalizarán en un país donde el sistemático fraude electoral ha garantizado por casi treinta años la subsistencia de la fallida revolución bolivariana. No es empresa fácil desmontar un gobierno que se sostiene por medio del terror, pero no es menos cierto que el chavismo vive sus horas más bajas por el repudio internacional que ha provocado, salvo algunos reductos de la izquierda estalinista que se empeñan en defender lo indefendible. Ciertamente, el Premio Nobel de la Paz a María Corina es un dardo que le escuece a Maduro como la hiel.
En vez de tender puentes y fomentar ese diálogo tan necesario para devolverle a Venezuela un sentido cívico que se ha perdido con las malas formas del chavismo, lo primero que ha hecho el régimen es cerrar su embajada en Oslo. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Noruega ha lamentado este paso y ha recalcado que el Comité del Nobel es una institución completamente independiente del gobierno, por lo que no tiene sentido alguno convertir en un problema de Estado el galardón a la reconocida opositora. En realidad, este movimiento de Caracas no es nada más que teatro, ya que poco puede hacer cuando medio mundo celebra que se premie a una opositora que vive en la clandestinidad y bajo persecución constante por parte de la policía política.
Lo que queda en evidencia es que el régimen chavista pertenece al club de los déspotas indeseables que pretenden silenciar a sus opositores. Un dato que lo hermana con lo peor de lo peor: la última vez que Noruega fue objeto de un conflicto diplomático por el Premio Nobel de la Paz fue con China en 2010. Aquel año se le entregó el premio al disidente Liu Xiaobo, quien cumplía presidio político. De inmediato, Pekín suspendió el comercio y otros acuerdos bilaterales con el país escandinavo durante seis años. Xiaobo nunca pudo recoger su galardón en Oslo y a su esposa la condenaron a arresto domiciliario. El activista pro derechos humanos le dedicó su Nobel a los que murieron asesinados en 1989 en la Plaza de Tiananmen por protestar en contra de la dictadura comunista. Xiaobo murió en el presidio político.
Lo de Nicolás Maduro es una pataleta como la que escenificó en el pasado el gobierno comunista de China. Nada puede hacer contra el reconocimiento internacional que María Corina se ha ganado a pulso, excepto arreciar la represión. Ese es su aborrecible legado.
Listín Diario

