La puesta en escena de Juan Soto

Flavio Darío Espinal

En esta ocasión, esta columna pone a un lado sus temas habituales para hablar de Juan Soto y su firma con los Mets de Nueva York del contrato más grande que se haya firmado no sólo en Major League Baseball (MLB), sino en cualquier deporte. Que sea un pelotero dominicano de 26 años, oriundo de Herrera, quien haya logrado esa hazaña es un hecho verdaderamente espectacular que deja a cualquiera, literalmente, en estado de asombro. Este logro debe, también, hacer sentir orgulloso a cualquier dominicano, sea o no amante del béisbol.

La prensa deportiva dominicana, incluyendo de manera prominente la sección de deportes de este diario, ha hecho una excelente labor explicándonos lo que significa este contrato, las cualidades de Soto para lograrlo y el futuro que le espera como líder de una franquicia que tiene un mercado relativamente pequeño y ocupa un segundo plano en la icónica ciudad de Nueva York en comparación con el poderoso equipo de los Yankees, el cual tiene el inalcanzable récord de 27 campeonatos de Serie Mundial. Soto dejó precisamente a este último equipo para mudarse del Bronx a Queens y ponerse la camiseta de los Mets, equipo que sólo ha ganado dos veces la Serie Mundial, la última de las cuales ocurrió hace treinta y ocho años.

Juan Soto declaró que su decisión no se basó sólo en el dinero, algo que podría parecer hipócrita, pero que resulta verosímil ya que, según reportes de prensa, los Yankees llegaron a ofrecerle un monto apenas cinco o diez millones de dólares menos que los Mets, lo cual es insignificante cuando se trata de un contrato de 765 millones de dólares como el que él firmó con esta última organización. En algún momento se sabrán más detalles del proceso de negociación del contrato de Soto, en el cual otros equipos, entre ellos los Red Sox de Boston y Blue Jays de Toronto, también pujaron para adquirirlo.

Algo verdaderamente interesante en este proceso fue la puesta en escena de Juan Soto, cómo él no sólo logró proyectarse como bateador élite, con un estilo, unas habilidades naturales y unas herramientas que ha llevado algunos a compararlo con el gran Ted Williams, sino también como figura deportiva que fue construyendo, paso a paso, una imagen que lo puso en condiciones de negociar, acompañado de su excéntrico agente Scott Boras, el mejor contrato en la historia del béisbol. Esto es, hay que ver tanto al pelotero como al individuo, pues ambos se reforzaron mutuamente en esa negociación.

La primera fase de ese proceso tuvo lugar en la capital de Estados Unidos con el equipo Washington Nationals que lo firmó en Santo Domingo y lo puso a jugar en Grandes Ligas y con apenas veinte años fue el factor clave para que su equipo ganara la Serie Mundial en 2019. Más adelante, cuando todavía le quedaban dos años para entrar en la agencia libre -esto ocurre luego que el jugador complete siete años con un contrato de Ligas Menores-, el equipo de Washington le ofreció un tremendo contrato de 440 millones de dólares que muy pocos jugadores -si alguno- se hubiesen arriesgado a rechazar. De haberlo firmado, Soto se hubiese convertido en la estrella del equipo de la capital estadounidense, lo cual tiene un significado especial por ser el centro del poder político de Estados Unidos. No obstante, con serenidad y elegancia rechazó la oferta.

En ese momento inicial de su carrera, con todavía un inglés precario, Soto hablaba a la prensa deportiva americana con confianza y soltura, como un verdadero profesional. Había que verlo respondiendo a esos exigentes periodistas, con una sonrisa contagiosa y un carisma especial, lo que ocultaba el hecho de que este joven jugador apenas tenía dos o tres años que había salido de República Dominicana y que comenzó a aprender inglés en la academia de los Nationals en Boca Chica. Aunque esto parezca trivial, no lo es. Los equipos buscan a jugadores que, además de rendir en el terreno de juego, puedan dar la cara por ellos, comunicarse con la prensa y con los fanáticos, para lo cual el idioma es fundamental.

Luego vino su breve estadía con los Padres de San Diego, la cual sirvió como transición para su nuevo escenario que resultó ser no otro que el de los Yankees de Nueva York, equipo que tiene una fanaticada cuya exigencia es legendaria y una prensa que sencillamente no da treguas. El riesgo era que Soto no pudiera con la presión del entorno y su rendimiento cayera justo el año antes que entraría a la agencia libre. La confianza en sí mismo hizo que asumiera ese desafío con una naturalidad espantosa, a pesar de que estaba rodeado de jugadores de gran calibre, incluyendo a Aron Judge, uno de los mejores de toda las Grandes Ligas, que pudieron opacar su presencia en ese equipo. Más bien ocurrió lo contrario: Soto brilló con luz propia, tuvo una gran temporada, solidificó sus credenciales y cautivó la fanaticada de los Yankees, ya con más experiencia y con más claridad de lo que buscaba.

Tras el fin de la temporada llegó el gran momento: la firma de un contrato de largo plazo cuya primera opción parecía ser con los propios Yankees. Para muchos lo más lógico y conveniente era que Soto se quedaría con ese equipo, el cual tiene, tal vez, la más grande fanaticada en el béisbol, una tradición ganadora y una cachucha que es la más visible e identificable alrededor del mundo, pero no ocurrió así. La pregunta es por qué los Yankees dejaron que se le escapara este fenomenal y carismático pelotero dominicano.

Todo parece indicar que el dueño del equipo de los Mets, Steve Cohen, quien tiene una fortuna de 25,000 millones de dólares, entró personalmente en la negociación en lugar de dejar que la gerencia del equipo se encargara sola de esa tarea. Cohen le ofreció a Soto y su familia la consideración y el respeto que ellos, con derecho, se merecen. Lo invitó a su residencia en California, compartió con ellos y los hizo sentir cómodos y apreciados, lo cual suele ser inusual en personas acostumbradas a moverse en las altas esferas del lujo, los negocios y las finanzas. Ese toque personal parece que causó un impacto en Soto, quien supo estar a la altura de la ocasión y desenvolverse con naturalidad en esa interacción personal y social que le ofreció el multibillonario dueño de los Mets.

Parece ser, entonces, que ese clic entre Cohen y Soto, con sus respectivas familias, fue lo que determinó, en último término, la firma del contrato que ha generado la atención de todo el mundo deportivo. Soto tiene, ahora, la gran oportunidad de llevar a su nuevo equipo a otro nivel, pero también tiene la enorme carga de tener que hacerlo relativamente rápido, pues la fanaticada de los Mets, si bien no es tan grande como la de los Yankees, es conocida por ser sumamente orgullosa, exigente y aguerrida. Pero seguro que Soto demostrará que tiene lo que se necesita para corresponder a lo que los Mets y su fanaticada esperan de él.

Diario Libre

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