La real tragedia haitiana
La verdadera tragedia haitiana no radica en la inestabilidad reinante, ni en la falta de un gobierno firme ni en la espantosa pobreza que se arrastra desde el mismo día de su independencia en 1804. Lo que paraliza a Haití es la falta absoluta de compromiso de sus élites, académicas, políticas y económicas. Solo los haitianos pueden hacer lo que su país requiere para recuperar el camino perdido.
Nuestro país, que comparte la isla, padeció los mismos dolores de parto de la independencia e idénticos embates naturales, duras e injustas intervenciones extranjeras y dictaduras tan crueles y largas como las del vecino. Pero a diferencia de Haití, las élites nacionales asumieron el papel que el futuro les impuso y así llegamos al punto de crecimiento y desarrollo en que nos encontramos. En Haití no ha sucedido igual. Sus élites disfrutan la tranquilidad de academias y negocios en el exterior, adquirida muchas veces con la más vil explotación de los recursos de su nación.
Es cierto que la comunidad internacional tiene un compromiso Haití, pero como todo en la vida tiene un límite. Las naciones desarrolladas, que pueden asumirlo, encaran sus propias dificultades. Los europeos enfrentan un flujo de migración que ha puesto a prueba los ideales de la unión por los efectos en su escala de valores, a lo que se añade una amenaza real de violencia y terrorismo que ya ha mostrado su rostro.
El compromiso con Haití es de los haitianos. Son ellos los responsables del progreso, si lo alcanzan, o del estancamiento en que han vivido siempre debido a sus malquerencias políticas, su tradición autoritaria y su incapacidad para preservar el medio ambiente y coexistir con instituciones democráticas. La cercanía crea un problema de inmigración ilegal en proporciones que amenazan la estabilidad dominicana. Pero no existe ninguna obligación que no sea la de propiciar una buena vecindad.
El Caribe