La saga de Boinayel

Bernardo Vega

Estos días de mucha lluvia me hicieron recordar a Boinayel. Durante unos 25 años fui funcionario público en el Ministerio de Hacienda, la Corporación de Fomento Industrial, unos 18 años en el Banco Central, embajador en Washington y director del Museo del Hombre Dominicano. Participé en la toma de grandes decisiones, pero, para mí, el caso más curioso fue el de Boinayel.

Había estado en Londres y allí, en un oscuro almacén del Museo Británico, pude contemplar nueve piezas taínas de madera que representan lo mejor de su cultura. A diferencia de los aztecas y los incas, cuyas piezas de madera son muy escasas y de baja calidad, las de mayor calidad de los taínos son precisamente las de madera. En 1977 acepté dirigir pro bono al Museo del Hombre Dominicano dada mi afición por la arqueología que me viene de mi tío, el Ing. Emil de Boyrie Moya. Entonces me hice el propósito de traer esas piezas desde Londres para una exhibición temporal. Tuve que vencer un par de obstáculos. Gracias a mis contactos con una diplomática residente en Londres logré que el Parlamento inglés, específicamente su Cámara de los Lores, aprobara el envío de esa colección. Luego el Museo Británico exigió que un detective viniera a Santo Domingo y se reuniera con los funcionarios de la oficina local de Interpol para determinar el riesgo que podrían correr esas piezas en territorio dominicano. El sereno del Museo me explicó que el inglés amaneció varias veces dando vueltas por el jardín y luego el detective me dijo que éramos un país suficientemente atrasado como para no tener interés en robar y hacerle daño a unas piezas arqueológicas. Un par de años después en la revista “The Economist” vi que fue citado con relación a la destrucción de un famoso cuadro por parte de una visitante a un afamado museo inglés.

Entre las piezas de madera sobresalía Boinayel, el dios taíno de la lluvia, caracterizado por una gran cantidad de lágrimas que le salen de los ojos, pues la lluvia fertilizaba las siembras de yuca y de otros tubérculos de los taínos. En una rueda de prensa promocionando la exhibición expliqué que en la cultura maya existe otro dios de la lluvia, Tlaloc, cuyo monolito fue encontrado en Yucatán y llevado a Ciudad México donde su llegada coincidió con varios días de muchas lluvias. Rafael Herrera en el “Listín Diario” editorializó sobre ese símil.

El mismo día de la inauguración de la exhibición comenzó a llover en todo el país, sobre todo en el Sur. Cientos de personas fueron al museo a ver al “responsable de los aguaceros”. El día siguiente recibí una llamada de una nerviosa y consternada secretaria del presidente Antonio Guzmán, quien, adelantándose, me explicó que el Presidente “no creía en esas cosas”, pero que el obispo de Barahona lo había llamado, pues los campesinos se habían juntado para protestar por los daños a sus cosechas y culpaban a Boinayel por el asunto. El Presidente quería, cortés pero firmemente, que yo devolviera a Boinayel a Londres.

El acuerdo con el Museo Británico me impedía hacerlo, ya que se requería la presencia de un funcionario de esa institución para retornar las piezas, pero con un discreto empleado del museo, tarde en la noche, movimos la vitrina de Boinayel unos 30 metros y la metimos en un clóset que cerramos con llave. Al día siguiente informé a Palacio que “Boinayel ya no estaba” lo que era una mentira piadosa, pero la secretaria riéndose me dijo que ya lo había presumido, pues en el país entero brillaba el sol. Veinte días después todas las piezas fueron devueltas a Londres.

Desde mediados del siglo XIX Boinayel se encuentra en Londres, excepto los pocos días en que estuvo en Santo Domingo. Nunca ha sido parte de la exhibición permanente en el Museo Británico, pues no puede competir con los frisos de la Acrópolis de Atenas, o la piedra Rosetta de Egipto. Pero los pobres londinenses todavía no se han dado cuenta sobre la verdadera razón por la cual allí llueve tanto.

Hoy

Comentarios
Difundelo
Permitir Notificaciones OK No gracias