La salud mental también afecta la física. Entonces, ¿por qué los servicios de salud no la toman en cuenta?
Por Helen Ouyang
The New York Times
Ouyang es médica y profesora asociada de la Universidad de Columbia.
“¿Cree que mis síntomas podrían deberse al estrés?”. Esta es una pregunta que cada vez más pacientes me hacen cuando buscan atender problemas como una gripa que no se quiere ir o un dolor de espalda.
Y los que no lo mencionan, parecen no sorprenderse cuando les sugiero que su salud mental podría estar empeorando sus síntomas físicos. Una idea que alguna vez se desestimó como una tontería new age actualmente se acepta sin reparos.
Sin embargo, nuestro sistema de salud todavía no está al corriente de esta relación. Si bien promueve los cuidados preventivos, la mayor parte del énfasis se pone en la salud física, pasando por alto la gran influencia que tiene el bienestar mental en nuestra salud en general y nuestra vulnerabilidad ante las enfermedades. Para que las personas de verdad estén sanas, la medicina moderna debe priorizar la prevención de los padecimientos mentales junto con los físicos.
No hace mucho, tan solo mencionar la noción de que había una relación entre nuestra salud mental y física inevitablemente provocaba frustración, incluso furia, entre los pacientes, pues sentían que era como afirmar que su sufrimiento no era real. Y con justa razón. Las mujeres han soportado la desestimación de sus síntomas durante siglos, lo cual ha dado como resultado la omisión o el retraso de diagnósticos, e incluso la muerte. El dolor en los pacientes negros a menudo no recibe tratamiento. En el pasado, los médicos solían referirse a ciertos síntomas como “supratentoriales”, es decir, que “están en la mente” del paciente.
Pero nuestros conocimientos están evolucionando, a medida que un flujo creciente de investigaciones pone en tela de juicio las suposiciones del pasado. Ahora se sabe que trastornos psicológicos como el estrés, la depresión y la soledad están relacionados con defensas inmunitarias deficientes, que conducen a más infecciones y respuestas debilitadas a las vacunas. El estrés crónico puede afectar nuestro funcionamiento intestinal, ralentizar la cicatrización y acelerar el envejecimiento de nuestras células.
El potencial de nuestra mente para afectar el funcionamiento de nuestro cuerpo es aún mayor: la gente con síntomas de depresión enfrenta un mayor riesgo de desarrollar una arteriopatía coronaria. Entre los pacientes que ya han padecido alguna insuficiencia cardiaca, los que batallan con la soledad son unas cuatro veces más propensos a morir. El estrés laboral se ha ligado con accidentes cerebrovasculares.
Por suerte, si bien los problemas de salud mental pueden empeorar nuestra condición física, lo contrario también parece posible. Algunos estudios sugieren que las intervenciones que mejoran la salud mental pueden fortalecer el funcionamiento del sistema inmunitario, reducir la inflamación y mejorar la presión arterial y el colesterol. La gestión del estrés podría acortar la duración de enfermedades respiratorias y mejorar el control glucémico en personas con diabetes. De hecho, se ha descubierto que la resiliencia psicológica en general puede brindar protección contra enfermedades cardiometabólicas como problemas cardiacos, apoplejías y diabetes, así como contra la muerte derivada de cualquier enfermedad, incluso tras hacer el ajuste por diferencias demográficas.
La resiliencia mental podría mejorar nuestro bienestar psicológico, lo cual, a su vez, podría aliviar nuestras afecciones físicas. Incluso ser más optimistas podría ayudarnos a prevenir enfermedades, no solo porque mejora nuestra biología, sino también porque nos motiva a tener hábitos más saludables.
¿La resiliencia se puede simplemente desarrollar? Ahora, los expertos creen que sí, que la resiliencia es un conjunto de habilidades que la gente puede aprender con el tiempo. Claro que es más fácil decirlo que hacerlo, pero hay investigaciones que demuestran que es posible: el Programa de Resiliencia y Prevención del Hospital General de Massachusetts brindó capacitaciones a través de talleres a adultos jóvenes en riesgo de padecer trastornos mentales, y redujo sus síntomas psiquiátricos, incluso se redujo su sensación de soledad.
Sin embargo, gran parte de nuestro sistema de salud sigue tercamente desintegrado, y la salud mental sigue relegada al margen de la medicina preventiva.
La medicina preventiva ha dado a los estadounidenses vacunas, colonoscopias y mamografías, así como pruebas diagnósticas de hipertensión, colesterol alto y diabetes. La Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio hizo del lema “la prevención es mejor que la cura” un dogma de nuestro sistema de salud, pues ordena a las aseguradoras que ofrezcan cobertura total para estos servicios. La prevención en psiquiatría no avanzó al mismo ritmo.
Muchas personas no mencionan su salud mental en sus consultas médicas. Y muchos médicos no les preguntan al respecto. Es posible que los pacientes que sí hablan de su estado psicológico durante los análisis preventivos que cubren sus seguros reciban una factura inesperada. El hecho de que a estas consultas se les suela llamar “examen físico anual”, que enfatiza los padecimientos físicos sobre los mentales, revela mucho.
Incluso cuando los médicos de atención primaria realizan análisis para detectar síntomas tempranos de depresión y ansiedad, a menudo carecen de la formación, los recursos y el tiempo necesarios para atender lo que estos estudios arrojen. Me parece que es igual en el área de Urgencias, donde, una y otra vez, no sé a dónde referir a la gente que necesita atención de salud mental. ¿Quién acepta a pacientes nuevos, sin pedirles que paguen grandes cantidades de su bolsillo?
Los rembolsos para servicios de salud mental son especialmente bajos y conllevan cargas administrativas importantes, lo cual desmotiva a los proveedores a aceptar los seguros. Esto deja a los pacientes con pocas opciones de atención a la salud conductual. Si bien la legislación federal sobre paridad en salud mental les prohíbe a las aseguradoras cobrar copagos más altos por consultas de salud conductual que los que cobran por otros padecimientos, las compañías de seguros pueden imponer otros obstáculos como excluir ciertos diagnósticos o controlar el número de sesiones de terapia. El resultado es un sistema que, con demasiada frecuencia, no atiende los problemas incipientes de salud mental, sino hasta que ya causaron estragos físicos.
Algo prometedor es que ya existen algunas estrategias innovadoras que se pueden ampliar. Un modelo de atención colaborativa que incluye proveedores de salud mental genera mejores resultados para la depresión, la ansiedad y el consumo de sustancias. Un nuevo cambio regulatorio en Medicaid permite el rembolso de consultas especializadas, lo cual podría ayudar a los médicos de cabecera a cubrir las necesidades de sus pacientes consultando a sus colegas psiquiatras. Los servicios de salud mental también se están integrando a algunos centros de salud en escuelas. Necesitamos muchas más iniciativas que busquen echar abajo las barreras entre la salud física y mental.
Brindar atención preventiva y rutinaria de salud mental también podría producir beneficios económicos significativos. Los pacientes con enfermedades mentales concurrentes generan algunos de los costos médicos más elevados en Estados Unidos, la mayoría de los cuales no se destina a la salud conductual. Pero se ha demostrado que el bienestar mental reduce el uso y los costos generales de los servicios médicos, además de que mejora los niveles de educación y empleo. Un análisis reveló que, para los adultos que ya tienen algún padecimiento médico crónico, recibir atención para su salud mental reduce sus gastos generales en servicios de salud casi un 22 por ciento. Un gramo de prevención psicológica bien podría equivaler a un kilo de curas médicas.
Necesitamos un sistema de salud y una cultura médica que fomente la salud de una persona en su totalidad. Parece que mis pacientes ya comprenden esta verdad. Muchos de ellos anhelan tener acceso a una atención médica integral que prevenga enfermedades mentales y físicas. Ahora, el sistema de salud debe estar a la par de la sabiduría de los pacientes, para ayudarles a lograr esa misión.
Helen Ouyang es médica, profesora asociada de la Universidad de Columbia y columnista colaboradora de The New York Times Magazine. También es investigadora en el Type Media Center.
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