La semiótica de las cacerolas
Víctor Bautista
En el corazón del Distrito Nacional, cuando el reloj marcaba las ocho, las luces de los apartamentos se encendían en cadena y el silencio de la noche se veía interrumpido por un estruendo metálico y puntual. En Piantini, Naco, Bella Vista, Paraíso, Evaristo Morales, Gazcue y otros sectores, los repiques resonaban con fuerza, como si cada rincón de estos lugares urbanos decidiera rebelarse contra la calma aparente.
Desde balcones, ventanas y terrazas, hombres y mujeres se asomaban con cacerolas en mano, golpeándolas al ritmo de una frustración colectiva. Estas zonas, que concentran una clase media activa, profesional y comprometida con el activismo en redes sociales, encontraron en el «cacerolazo» un acto de protesta con una fuerte carga simbólica.
No era un simple ruido: era un grito que no necesitaba palabras. Las cacerolas, fieles acompañantes de la vida cotidiana, se transformaron en un eco de resistencia. Para muchos, la protesta comenzaba al momento de elegir la cacerola adecuada, esa que resuena con claridad, que produce un sonido limpio, capaz de atravesar las paredes de concreto y recorrer las calles de la ciudad.
En esa elección se escondía una decisión semiótica: el objeto de la cocina, símbolo de hogar y sustento, se convierte en el instrumento de un mensaje de reclamo. El «cacerolazo» no es solo una acción de descontento; es una manera de exigir, de recordar a los gobernantes que la vida de sus ciudadanos, sus anhelos y desesperanzas, laten detrás de cada golpe.
Desde Montevideo en los años 70 del siglo pasado, en medio de una dictadura; en Buenos Aires, durante el colapso económico de 2001; en Caracas, en 2014 y 2017; en Bogotá y Santiago de Chile en 2019; y en México, en una larga trayectoria, las cacerolas han sido arma política y social. Antes, en el siglo19, las rítmicas cacerolas sonaron en la Francia de las libertades contra la escasez de alimentos.
La cacerola encuentra su voz
Era 2020 y, en la República Dominicana, la cacerola encontró su voz. La corrupción, extendida y sentida en cada rincón del país, ahogaba los sueños de la clase media, y el disgusto se cocinaba a fuego lento en los hogares del influyente Distrito Nacional. En un clima de tensión y hartazgo, las cacerolas se transformaron en una señal de alerta.
Con las redes sociales como catalizador, la hora de los «cacerolazos» se acordaba con precisión. A las ocho en punto de la noche, las cacerolas sonaban en los balcones y ventanas de los edificios, en las terrazas de casas y en los parques de cada barrio, sus ecos multiplicándose hasta formar un solo clamor.
Para la administración del Partido de la Liberación Dominicana (PLD), era un sonido difícil de ignorar. La repetición del «cacerolazo», que se replicaba como un ritual cada noche, se convirtió en una suerte de himno rebelde que muchos sentían que había invadido las estructuras del poder. Sin carteles ni discursos, cada golpe en el
Aquellos golpes en las cacerolas abrieron el camino para el cambio político. En las elecciones de ese año, la trinchera sonora de la clase media dominicana terminó beneficiando al Partido Revolucionario Moderno (PRM), que llegó al poder, cargando consigo las expectativas de una ciudadanía que, sin decir palabra, había pedido una renovación.
Pero el eco de las cacerolas no pertenece a un momento ni a un partido, sino a los ciudadanos, y en 2024 volvieron a sonar, esta vez no contra el PLD, sino contra el propio PRM. Con el anuncio de una reforma tributaria que tocaba profundamente los bolsillos de la clase media, el eco de las cacerolas regresó, pero con un nuevo mensaje: prometieron cambios en beneficio de la ciudadanía, y ahora nos toca recordárselos.
El jamón del sándwich
Los economistas dicen que en un proceso de reforma fiscal los pobres encuentran amparo en el subsidio de los programas sociales, los ricos trasladan las nuevas cargas impositivas a los consumidores y usuarios, pero la clase media no tiene escapatoria. Se queda como “el jamón del sándwich”.
La clase media urbana encontró nuevamente en el «cacerolazo» la forma de expresar su descontento. Con cinco minutos de golpes rítmicos, los ciudadanos transformaban sus utensilios de cocina en una sinfonía que transmitía objeción y alerta. Durante cinco días consecutivos, los «cacerolazos» sonaron con precisión.
El PRM, ahora en el poder, no podía permitirse ignorar lo que había sido, en 2020, un motor de su victoria. Los «cacerolazos» pasaron de ser una muestra de apoyo implícito a en un mensaje de advertencia. En su discurso de retirada del proyecto de reforma, el presidente Luis Abinader recordó que había escuchado el mensaje de las cacerolas cuando estaba en oposición, y que ahora lo escuchaba de nuevo.
Los «cacerolazos» no se limitan a un acto de desahogo; son el sonido de una sociedad que, en un golpe rítmico y ensordecedor, expresa algo que las palabras no siempre logran comunicar. En los sectores de clase media, donde la vida discurre en un ámbito más individualista, los «cacerolazos» rompen esa barrera y generan un vínculo entre vecinos que, en otros contextos, tal vez nunca interactuarían.
Además de un lenguaje de exigencia, es un recordatorio de que la ciudadanía tiene el poder de expresarse, de unirse y de influir, desde su hogar, en las decisiones del Estado. La clase media ha hallado en las cacerolas un recurso de amparo. Llegaron para quedarse.
Listín Diario