La urgencia de una relación vecinal madura y responsable
Por Manuel Jiménez V
Si el liderazgo haitiano asumiera una mínima responsabilidad hacia su propia nación, priorizaría la construcción de una relación constructiva y estable con la República Dominicana, en lugar de exacerbar tensiones y desprestigiarnos en foros internacionales.
A simple vista, esto no debería requerir demasiada reflexión. Pero los hechos nos muestran un rumbo distinto, uno que plantea dudas sobre la estrategia y conciencia del liderazgo haitiano en cuanto a sus relaciones diplomáticas.
Haití se encuentra en una crisis multidimensional: en 2023, la economía cayó en su quinto año de recesión consecutiva, mientras el desempleo y la inflación (con un alarmante 44.2% en 2023) profundizan la pobreza y el hambre.
La violencia de pandillas, que controla el 80% de Puerto Príncipe, y la inestabilidad política aumentan las tasas de homicidios y secuestros de forma alarmante
Esta compleja realidad genera un flujo migratorio hacia República Dominicana en búsqueda de mejores oportunidades y estabilidad. Sin embargo, en vez de apreciar este auxilio, la postura haitiana frente a las políticas migratorias dominicanas es de reclamo y denuncia ante organismos internacionales, exigiendo derechos que de ningún modo son obligaciones automáticas de República Dominicana.
Uno de los aspectos más críticos de esta migración es el elevado número de mujeres embarazadas haitianas que cruzan la frontera para dar a luz en hospitales dominicanos.
Este fenómeno no solo afecta los recursos económicos del sistema de salud dominicano, sino que impone una carga social y estructural. En 2023, un significativo porcentaje de parturientas en hospitales dominicanos fueron de origen haitiano, lo que implica una inversión continua en atención médica y en recursos de hospitalización que deberían estar destinados en primer lugar a los ciudadanos dominicanos.
La consecuencia inmediata es que la población dominicana termina pagando por servicios y recursos que deberían ser responsabilidad del Estado haitiano, tanto en salud como en educación.
Esto último se hace evidente con el creciente número de estudiantes haitianos que ocupan espacios en las escuelas públicas dominicanas, desplazando a estudiantes dominicanos
Lo que resulta desconcertante es que el liderazgo haitiano responde con acusaciones de discriminación y xenofobia, en lugar de tratar de construir una colaboración racional con República Dominicana.
¿Qué lógica se puede encontrar en tratar de forzar a otro país a cargar con una responsabilidad que le corresponde a Haití? La migración masiva es un problema estructural de Haití y, aunque República Dominicana ha demostrado una inmensa solidaridad al abrir sus servicios y oportunidades de empleo a migrantes haitianos, no se le puede exigir una absorción total y desordenada de esta población.
Sería conveniente que el liderazgo haitiano se planteara seriamente negociar acuerdos migratorios prácticos con República Dominicana.
Una política migratoria organizada, que facilite la documentación y el control fronterizo, contribuiría no solo a una mejor calidad de vida para los trabajadores haitianos, sino también a una mejor relación entre ambas naciones.
Sectores como la construcción y la agricultura dominicana se benefician de la mano de obra haitiana; sin embargo, el flujo desordenado y los altos costos en salud y educación limitan los beneficios mutuos.
Los acuerdos migratorios podrían ampliarse a áreas de salud, educación y turismo, de modo que el tránsito fronterizo beneficie a ambas naciones. Pero estos acuerdos requieren de un contexto de estabilidad en Haití, una meta que parece aún lejana y que solo su liderazgo puede alcanzar si se compromete a atender las verdaderas necesidades internas de su nación.
La narrativa de victimización y denuncias constantes en foros internacionales solo incrementa la percepción negativa hacia los migrantes haitianos en República Dominicana.
La realidad es que, más allá de la comprensión por la difícil situación que atraviesa Haití, República Dominicana debe priorizar su soberanía y el bienestar de sus ciudadanos.
Los intentos de intervención internacional promovidos por el liderazgo haitiano solo empañan la imagen del país y profundizan el escepticismo de los dominicanos, que ven cómo se trata de transformar una política de buena vecindad en una carga injusta.
Mientras Haití permanezca en esta situación de crisis, sin una estrategia clara que ofrezca soluciones prácticas y viables, el enfoque de su gobierno debería estar en construir puentes y reforzar la colaboración vecinal, no en enturbiar las relaciones con acusaciones que solo generan división y animosidad.
Las circunstancias actuales exigen una relación madura y colaborativa, que beneficie tanto a dominicanos como a haitianos. Para ello, Haití debe mirar hacia adentro y asumir la responsabilidad de sus propios retos, antes de buscar responsabilidades en un vecino que ya ha demostrado en más de una ocasión su voluntad de ayudar.