Las lecciones de Donald Trump

Por Manuel Jiménez V

El 20 de enero de 2025, Donald Trump se sentará nuevamente en el Despacho Oval, desafiando todas las expectativas al imponerse en las elecciones presidenciales del pasado 5 de noviembre.

Este regreso al poder marca el inicio de una era política que promete ser, al igual que su primer mandato, desafiante, controvertida y centrada en dos temas clave: la economía y la migración.

Aun antes de asumir formalmente, Trump ya está dejando su huella, especialmente con los anuncios que revelan cómo abordará estas cuestiones desde el primer día de su nueva administración.

Uno de los movimientos más destacados hasta ahora ha sido su anuncio de aumentar aranceles a las importaciones provenientes de México, Canadá y China. Según Trump, estas medidas no solo buscan proteger la economía estadounidense, sino también presionar a sus vecinos del norte y sur para que intensifiquen el control sobre la migración indocumentada hacia Estados Unidos.

Este anuncio desató reacciones inmediatas, especialmente de los gobiernos de México y Canadá, mientras que China, con la experiencia de la anterior guerra comercial liderada por Trump, parece más preparada para responder.

La amenaza de un arancel del 25% sobre todos los productos mexicanos está directamente ligada al control que el gobierno de Claudia Sheinbaum pueda ejercer sobre la frontera sur de su país, por donde transitan masivamente los migrantes hacia Estados Unidos.

La respuesta inicial de Sheinbaum fue firme: rechazó categóricamente las amenazas de Trump y advirtió que cualquier aumento de aranceles sería replicado por México en igual proporción. Sin embargo, también dejó la puerta abierta al diálogo, subrayando que la cooperación es el mejor camino para resolver los problemas comunes de ambos países.

Pero si algo ha demostrado Trump a lo largo de su carrera política es su habilidad para usar la presión y la amenaza como herramientas de negociación. En su primer mandato, esta estrategia dio frutos al lograr que México y Canadá renegociaran el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), convirtiéndolo en el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC). Ahora, apenas horas después de la declaración inicial de Sheinbaum, ambos líderes sostuvieron una reunión virtual.

 El resultado fue un triunfo político para Trump, quien anunció con entusiasmo que México se había comprometido a reforzar el control de su frontera sur.

El contexto no es nuevo. Durante su primer mandato, Trump ya había utilizado una táctica similar con el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador, amenazándolo con un aumento gradual de aranceles si no desplegaba al ejército mexicano en la frontera con Guatemala.

La presión funcionó, y las inmensas caravanas de migrantes que desafiaban el control fronterizo se redujeron drásticamente. Este endurecimiento de las políticas migratorias mexicanas cambió con la llegada de Joe Biden a la presidencia, lo que resultó en un aumento significativo en las caravanas y una crisis migratoria en la frontera sur de Estados Unidos.

En el caso de Canadá, las tensiones son menos comprensibles. La frontera entre ambos países se caracteriza por un nivel de vigilancia compartido y un bajo flujo de migración irregular, algo que el gobierno de Justin Trudeau no tardó en señalar.

La comparación con México, realizada por Trump, fue rechazada tajantemente por Ottawa, que calificó la equivalencia como inadecuada e injustificada. Trudeau dejó claro que su país no tolerará ser tratado bajo el mismo esquema de presión aplicado a México, aunque aún está por verse cómo manejará Trump esta relación históricamente amistosa.

La crisis migratoria tuvo un impacto significativo en la derrota del Partido Demócrata en las elecciones recientes, lo que favoreció el regreso de Trump.

La gestión de Joe Biden, marcada por la permisividad hacia los migrantes, provocó un descontento generalizado, incluso entre comunidades hispanas tradicionalmente afines al partido.

La incapacidad de controlar las caravanas y la presencia masiva de migrantes en ciudades como Nueva York y Los Ángeles minaron la confianza de los votantes, allanando el camino para el resurgimiento republicano.

El regreso de Trump al poder también marca el fin de las amenazas judiciales que parecían destinadas a inhabilitarlo políticamente. Contra todo pronóstico, el líder republicano no solo superó estas adversidades, sino que las convirtió en impulso para su narrativa de resiliencia y lucha contra el «sistema».

 Su estilo directo, desafiante e incluso arrogante, nos deja lecciones claras: en política y en la vida, la sumisión rara vez es el mejor camino.

En un mundo regido por reglas democráticas, Trump ha demostrado que estas no siempre son de cumplimiento obligatorio, especialmente si se tiene el coraje de cuestionarlas y la habilidad para torcerlas a favor propio.

A días de asumir nuevamente el liderazgo de la mayor potencia mundial, su figura sigue siendo polarizante, pero también efectiva.

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