Las preguntas más urgentes del conflicto entre Irán e Israel

Por Thomas L. Friedman

The New York Times

Columnista de Opinión

El ataque israelí a gran escala contra la infraestructura nuclear iraní del viernes debe añadirse a la lista de guerras cruciales que han cambiado las reglas del juego en Medio Oriente desde la Segunda Guerra Mundial y que solo se conocen por sus años: 1956, 1967, 1973, 1982, 2023 y ahora 2025.

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Es demasiado pronto, y los resultados podrían ser tan diversos, para decir cómo el conflicto Israel-Irán de 2025 cambiará el juego de países de Medio Oriente. Lo único que puedo decir es que tanto la posibilidad extrema al alza —que esto ponga en marcha una serie de fichas de dominó que caigan y acaben con el derrocamiento del régimen iraní y su sustitución por otro más decente, laico y consensuado— como la extrema posibilidad a la baja —que incendie toda la región y afecte a Estados Unidos— están sobre la mesa.

Entre estos extremos sigue existiendo una posibilidad intermedia, una solución negociada, pero no por mucho tiempo. El presidente Donald Trump ha utilizado hábilmente el ataque israelí para, en efecto, decir a los iraníes: “Sigo dispuesto a negociar un final pacífico para su programa nuclear y es posible que quieran hacerlo rápido, porque mi amigo Bibi está L-O-C-O. Espero tu llamada”.

Ante este amplio abanico de posibilidades, lo mejor que puedo ofrecer a quienes observan ese conflicto son las variables clave que seguiré para determinar cuál de ellas —o alguna otra que no puedo anticipar— es el resultado más probable.

Primero: lo que hace que este conflicto Irán-Israel sea tan profundo es el empeño de Israel de continuar la lucha hasta eliminar la capacidad de Irán de fabricar armas nucleares, de una forma u otra.

Irán propició eso, acelerando enormemente su enriquecimiento de uranio hasta casi alcanzar el grado de armamento. Había empezado a disimular agresivamente esos esfuerzos hasta tal punto que incluso el Organismo Internacional de la Energía Atómica declaró el jueves que Irán no estaba cumpliendo sus obligaciones de no proliferación nuclear, la primera vez que el organismo ha declarado eso en 20 años. Israel ha preparado sus armas y las ha apuntado hacia el programa nuclear iraní varias veces en los últimos 15 años, pero cada vez, bien por la presión de Estados Unidos o por las dudas de sus propios militares, se ha retirado en el último minuto; por eso es imposible exagerar lo que está ocurriendo en la actualidad.

Segundo: la gran pregunta técnica que me hago es si el bombardeo israelí de las instalaciones de enriquecimiento nuclear iraníes, como Natanz, que está enterrada a gran profundidad, indujo un choque conmocionador suficiente en las centrifugadoras utilizadas para enriquecer uranio —y superó sus amortiguadores— para dejarlas inoperativas al menos durante un tiempo. Como mínimo, hay que suponer que lo más probable es que el ataque israelí bombardeara las entradas a las instalaciones subterráneas para ralentizar su trabajo. El portavoz del ejército israelí dijo que Israel infligió daños significativos a Natanz, la mayor instalación de enriquecimiento de Irán, pero no está tan claro cómo pudo verse afectada Fordow, otra instalación de enriquecimiento, si es que se vio afectada.

Si Israel logra afectar el proyecto nuclear iraní lo suficiente como para forzar al menos una interrupción temporal de sus operaciones de enriquecimiento, eso sería una ganancia militar significativa para Israel que justificaría la operación.

Tercero: lo que en realidad me interesa igualmente es el impacto que este conflicto podría tener en la región, en particular la influencia maligna que Irán ejerce desde hace mucho tiempo sobre Irak, Líbano, Siria y Yemen, donde Teherán alimentó y armó a las milicias locales para controlar indirectamente esos países y asegurarse de que nunca avanzaran hacia gobiernos consensuados prooccidentales.

Quitar la mano muerta de Irán del cuello de estos regímenes, que comenzó con la decisión del primer ministro Benjamín Netanyahu de decapitar y paralizar a la milicia iraní Hizbulá, ya ha dado sus frutos en Líbano y Siria, donde nuevos líderes pluralistas han tomado el poder. Por desgracia, ambos están aún en un estado frágil, pero tienen una esperanza —también en Irak— que antes no existía. Y su huida de la esfera de influencia de Irán ha sido ampliamente popular entre sus pueblos.

Cuarto: una de las cosas que siempre me ha sorprendido de Netanyahu es su perspicacia estratégica como actor en el teatro regional y su incompetencia estratégica como actor local frente a los palestinos. Ello se debe a que, como actor regional, su mente está, en su mayor parte, libre de limitaciones ideológicas y políticas. Pero como actor local en Gaza, por ejemplo, su toma de decisiones no solo está influida, sino dominada, por sus necesidades personales de supervivencia política, su compromiso ideológico de impedir un Estado palestino bajo cualquier condición y su dependencia de la derecha loca de Israel para mantenerse en el poder. Por consiguiente, ha sumido al ejército israelí en las arenas movedizas de Gaza —un desastre moral, económico y estratégico— sin ningún plan para salir de ahí.

Quinto: si te preguntas cómo puede afectar este conflicto a tus inversiones para la jubilación, lo que debes vigilar más de cerca es si Irán intenta desestabilizar al gobierno de Trump tomando medidas para llevar deliberadamente el precio del petróleo a la estratósfera y crear inflación en Occidente. Por ejemplo, Irán podría hundir un par de petroleros o gaseros en el estrecho de Ormuz o llenarlo de minas marinas, bloqueando de hecho las exportaciones de petróleo y gas. Solo esa perspectiva ya está haciendo subir los precios del petróleo.

Sexto: ¿Cómo es posible que la inteligencia israelí sobre Irán sea tan buena como para localizar y matar a sus dos principales líderes militares, por no mencionar a otros oficiales de alto rango? Por supuesto, el Mosad y el cibercomando de la NSA israelí, la Unidad 8200, son muy buenos en lo que hacen. Pero si quieres conocer su verdadero secreto, mira la serie en streaming “Teherán”, en Apple TV+. En ella se ficciona el trabajo de un agente del Mosad israelí en Teherán. Lo que aprendes de esa serie, que también es cierto en la vida real, es cuántos funcionarios iraníes están dispuestos a trabajar para Israel por lo mucho que odian a su propio gobierno. Está claro que esto hace que a Israel le resulte relativamente fácil reclutar agentes del gobierno y el ejército iraníes en los niveles más altos.

Esta realidad no solo produce dividendos de primer orden, como la precisión de los objetivos manifestada en el ataque del viernes, sino que también produce una ventaja de segundo orden para Israel: cada vez que los dirigentes militares y políticos iraníes se reúnen para planificar operaciones contra Israel, cada uno tiene que preguntarse si la persona sentada a su lado es un agente israelí. Eso ralentiza mucho la planificación y la innovación.

Además hay que tomar en cuenta que el líder supremo de Irán acaba de ver cómo asesinaron a sus dos principales generales: el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y el comandante en jefe de la Guardia Revolucionaria. Seguramente es consciente de que Israel podría eliminarle. Hay que suponer, por tanto, que está escondido en lo más profundo de un búnker en alguna parte, lo que también tiene que ralentizar la toma de decisiones.

Séptimo: si Israel fracasa en este empeño —y por fracasar me refiero a que este régimen iraní está herido pero aún es capaz de reconstituir su capacidad para construir un arma nuclear e intentar controlar las capitales árabes—, podría significar una guerra de desgaste entre los dos ejércitos más poderosos de la región. Esto haría que la región fuera aún más inestable que nunca, disparando las crisis del petróleo y posiblemente provocando que Irán arremeta y ataque a los regímenes árabes proestadounidenses y a las fuerzas estadounidenses en la zona. Eso no dejaría otra opción al gobierno de Trump que intervenir, probablemente con el objetivo no solo de poner fin a esa guerra, sino de acabar con este régimen iraní. Entonces, quién sabe lo que ocurriría.

Por último, a diferencia de Gaza, Israel ha hecho todo lo posible por evitar matar a un gran número de ciudadanos iraníes, porque en última instancia Israel quiere que descarguen su rabia contra su régimen por despilfarrar tantos recursos construyendo un arma nuclear, y no contra Israel.

Hablando en inglés en un video, poco después del ataque, Netanyahu se dirigió directamente al pueblo iraní: “No los odiamos. No son nuestros enemigos. Tenemos un enemigo común: un régimen tiránico que los pisotea. Durante casi 50 años, este régimen les ha robado la oportunidad de una buena vida”.

Los iraníes no van a sentirse inspirados por Netanyahu, pero no debe caber duda de que éste ya era un régimen impopular y no se puede predecir lo que puede ocurrir ahora que ha sido humillado militarmente por Israel. Hace solo tres años, el régimen clerical iraní detuvo a más de 20.000 personas y mató a más de 500, entre ellas algunas que fueron ejecutadas, en un intento de acabar con un levantamiento popular que estalló después de que la “policía de la moralidad” del régimen detuviera a una mujer de 22 años, Mahsa Amini, porque no se había cubierto totalmente el pelo bajo un velo obligatorio. Murió bajo custodia.

De cara al futuro, las dos lecciones más importantes que se pueden extraer de la historia son: los regímenes como el de Irán parecen fuertes, hasta que dejan de serlo, por lo que pueden desaparecer rápidamente. Y en Medio Oriente, lo contrario de la autocracia no es necesariamente la democracia. También puede ser el desorden prolongado. Así que, por mucho que me gustaría que este gobierno fuera derrocado, hay que tener cuidado con los pilares que caen.

The New York Times

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