Las Reformas del «interés nacional» y los platos rotos
Por Manuel Jiménez V
Aquí estamos de nuevo, los dominicanos, atrapados en una serie de reformas que parece que más que beneficiar, nos han venido a complicar la existencia.
El gobierno del presidente Luis Abinader ha puesto en marcha una reforma constitucional que, si bien no ha despertado el interés de la gente común, ha encendido las alarmas en la oposición política. Ellos la tachan de capricho presidencial, porque claro, ¿para qué vamos a pedir consenso si podemos hacerlo todo a nuestra manera, no?
Entre las medidas, destaca la unificación de las elecciones nacionales y municipales, la tan cacareada independencia del Ministerio Público —que curiosamente sigue dependiendo del dedo del presidente para elegir al Procurador— y, por si fuera poco, el candado a la reelección.
Eso sí, tranquilos todos, que esta Asamblea Nacional Revisora hizo todo en tiempo récord, con la impresionante velocidad de aquellos que no tienen oposición real, porque con la aplastante mayoría del Partido Revolucionario Moderno en ambas cámaras, ¿quién se atreve a frenar nada?
Mientras tanto, nuestro querido Código Penal lleva más de 20 años deambulando por ahí, archivado, comisiones para aquí y para allá, porque claro, no podemos ponernos de acuerdo en temas «menores» como el aborto.
Pero la reforma constitucional… ¡en una semana de deliberaciones ya está lista! Que viva la democracia. La oposición hizo lo que pudo: levantaron las manos, pusieron sus votos en contra, y al final del día, salieron del Congreso diciendo: «Bueno, al menos lo intentamos».
Y como si fuera poco, ya tenemos en la puerta una «Ley de Modernización Fiscal» —que dicho sea de paso, suena a una cosa moderna y avanzada— pero que, sorpresa, nadie quiere pagar.
Porque sí, todos reconocemos que hace falta, pero ¿a quién le gusta tener que abrir la billetera? A la siempre castigada clase media, por supuesto. Esa clase media que, en palabras del gobierno, «siempre puede más». Más impuestos, más tributos, más cargas.
El Impuesto a la Propiedad Inmobiliaria (IPI) ahora lo pagan todos los que tengan una propiedad valorada en más de cinco millones de pesos. Y para rematar, el ITBIS, o mejor dicho IVA, ahora se aplica prácticamente a todo. Sí, casi todo lo que compramos tiene su impuesto, con la graciosa excepción de unos pocos productos básicos. Qué alivio, ¿verdad?
Y no olvidemos a los trabajadores. Si usted gana más de 600 mil pesos al año (eso son unos 50 mil mensuales, por si no lo había calculado), prepárese, porque la Dirección General de Impuestos Internos lo tiene en la mira.
Ah, si tiene un trabajito extra como taxista o cualquier otra cosa fuera de su horario laboral, pues déjeme decirle que también tendrá que declararlo y pagar impuestos por eso.
Aquí no se escapa nadie, ni siquiera los colmados, esos pequeños negocios de la esquina que pronto podrían ser sometidos a «auditorías masivas» para asegurarse de que están en línea con el cobro del IVA.
Pero no todo es malo, ¿eh? Las mipymes, esas pequeñas y medianas empresas, al menos han salido bien paradas. Se elimina el anticipo y ahora pagarán impuestos trimestralmente, en lugar de cada mes. Un alivio, pequeño pero significativo. Al menos aquí hay un intento de balance.
Eso sí, no nos engañemos. Estas reformas no son finales. El gobierno, que en teoría «pone el oído en el pueblo», sabe que el ruido puede ser muy alto si las medidas no se ajustan.
Tal vez se termine subiendo el monto exento del IPI, quizás se incluyan las habichuelas en la lista de productos sin ITBIS (¡qué escándalo que no lo estén ya!) y, con suerte, el sector turismo no sea castigado demasiado, porque ya están advirtiendo que una catástrofe podría venir si los impuestos los golpean con demasiada fuerza.
Al final, todo esto es una cuestión de costos políticos. El presidente Abinader ya dijo que no va por la reelección, así que las cuentas las hará el próximo.
Como se suele decir en buen dominicano: «El que venga atrás, que arree». Mientras tanto, la oposición tiene un campo que, en teoría, podría parecer favorable, pero con esta historia, uno nunca sabe. Eso sí, nosotros, los de a pie, seguiremos pagando los platos rotos… porque alguien tiene que hacerlo.