Las tres culturas de la España medieval dialogan en una exposición de Nueva York

Nueva York, 19 oct (EFE).- La imaginería medieval española, en sus versiones cristiana, musulmana y judía, es la protagonista de una particular exposición en la que el museo de «The Cloisters», en el extremo norte de Manhattan, muestra sus piezas más sobresalientes de lo que ha llamado «Arte en las fronteras de la fe».

Coranes y biblias hebreas conviven en esta muestra -que se puede visitar hasta fines de enero próximo- con frescos de iglesias románicas y mozárabes o con crucifijos, pero también con objetos profanos como telas, piezas de ajedrez, relicarios o arquetas labradas por artesanos formados muy probablemente en el mundo de Al Andalus. Todo procede de la colección propia o de algunas colecciones privadas estadounidenses.

La comisaria de la muestra, Julia Perratore, especialista en el arte medieval, subraya a Efe la idea de la «frontera» que preside la muestra, pues las piezas elegidas son en su mayor parte de los siglos XI al XIII, cuando los reinos cristianos se expandían hacia el sur de la Península Ibérica, y en esos territorios fronterizos coexistían gentes de las tres religiones que compartían lenguas, costumbres y tradiciones.

Uno de los ejemplos más expresivos es el del Beato de Maius, de San Salvador de Tábara (Zamora), del siglo X, uno de los «beatos» (comentarios del Apocalipsis) más antiguos que se conserva completo: el autor, al imaginar e ilustrar la Nueva Jerusalén, echa mano de la única «ciudad ideal» que conoce, que no es sino la Córdoba musulmana, una de las urbes más pobladas y adelantadas de su tiempo.

En otro panel de marfil y oro procedente de la iglesia Santa Cruz de la Serós (Huesca) y con la escena de la crucifixión, el orfebre se las ingenió para incrustar un zafiro donde grabó varios de los 99 nombres islámicos de Alá, lo que permite pensar que practicaba su fe a escondidas mientras trabajaba para los cristianos.

Está también la Biblia hebrea confeccionada en el siglo XIV en Toledo y que contiene en sí misma toda la historia de la diáspora del pueblo judío, pues fue pasando de mano en mano, y cada propietario dejó su firma, permitiendo conocerse que el libro viajó de Toledo a Grecia, de allí a Egipto, y más tarde a Centroeuropa, para acabar en Nueva York.

UN MUSEO QUE REÚNE TODA LA EDAD MEDIA

La exposición resume en sí misma el espíritu de «The Cloisters», un anexo menos conocido del Metropolitan Museum de Nueva York construido para dar cabida a su colección de arte medieval europeo, un riquísimo patrimonio procedente de España, Francia, Italia y Alemania, principalmente.

La colección fue iniciada por el arquitecto Charles Collens, pero creció sobre todo gracias al apoyo financiero del magnate John D. Rockefeller, quien compró un terreno dentro del Tyron Park, en una colina que domina el río Hudson y todo el norte de la isla de Manhattan; allí Collens creó en 1938 una réplica de una gran basílica europea.

Siguió entonces un frenesí comprador de arte medieval europeo, aprovechando el abandono de muchos de los lugares de culto, la carencia de leyes de protección del patrimonio y la avidez de algunos marchantes de arte, que se aprovecharon de la ignorancia de muchos lugareños. Claustros traídos del viejo continente junto a esculturas, vidrieras, tapices y objetos de orfebrería componen la colección.

Los compradores americanos a veces se llevaron ábsides enteros, piedra por piedra -como el de San Martín de Fuentidueña, en Segovia-, o claustros que desmontaron, como el de Sant Miquel de Cuixà, dos de las joyas del museo. Los responsables del museo subrayan que las obras fueron salvadas del abandono.

Es precisamente la nueva nave construida a partir del ábside de Fuentidueña la que acoge la muestra de arte español medieval: sobre el ábside, los coleccionistas no dudaron en pegar los frescos del Maestro de Pedret procedente de otra iglesia catalana, y por delante de él un crucifijo hallado en una iglesia de Palencia.

Una de las piezas más vistosas lo constituyen los frescos de San Baudelio de Berlanga (Soria), una ermita mozárabe que siempre llamó la atención por su original estructura con una columna en medio a modo de palmera y sus frescos donde aparecían un camello y un elefante, animales ajenos a la fauna castellana pero habituales en África, de donde tal vez procedía el pintor.

Los frescos de San Baudelio que se exhiben en «The Cloisters» cuentan otra historia de cómo se han construido las colecciones de arte occidentales: en su caso, no había ninguna iglesia en ruinas, sino un marchante que se aprovechó del desconocimiento de los aldeanos sorianos y les compró por 65.000 de las antiguas pesetas españolas, sus 23 frescos, que arrancó de las paredes en 1922.

No tuvo nada de ilegal, pues hasta el Tribunal Supremo español avaló la venta en 1925. Eran otros tiempos.

Javier Otazu

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