León XIV
Flavio Darío Espinal
Al escoger su nombre, cada papa procura definir simbólicamente su carácter y su misión. No es algo circunstancial, frívolo o mediático. Más bien refleja lo que esa persona lleva en su mente y su corazón; lo que aspira ser y realizar durante su papado; el sello de sus convicciones y prioridades; la orientación que le dará a su misión y el camino que aspira trillar. Por ello, no es un hecho menor que el cardenal Robert Francis Prevost escogiera el nombre de León XIV tras ser elegido papa, pues de esa manera envió el mensaje de que quiere emular la obra de León XIII, autor de la encíclica Rerum Novarum (1891), una de las más notables e influentes encíclicas de todos los tiempos, la cual sentó las bases de la doctrina social de la Iglesia al plasmar una defensa de los trabajadores y la justicia social en un contexto histórico en el que se abría paso la industrialización, la urbanización y la proletarización de grandes masas humanas que dejaban el campo o sus pequeñas propiedades para trabajar en las industrias en condiciones precarias y de explotación extrema.
De este hecho se desprende que, si bien en un contexto histórica distinto, el nuevo papa parece estar comprometido con una visión sobre el papel de la Iglesia católica en la que lo social esté en el centro de su labor alrededor del mundo. De hecho, el propio cardenal Prevost llegó a declarar que se definía como un misionero, lo que empalma perfectamente con el perfil que mostró el papa Francisco antes y durante su papado. Más aún, las reseñas que han salido de él destacan sus años en Perú donde sirvió durante alrededor de veinte años en misiones, parroquias y comunidades de gente humilde y pobre, lo que seguro será una fuente de inspiración a la hora de definir sus prioridades y articular el contenido de sus mensajes.
Sus rasgos personales son sumamente interesantes y novedosos. Estadounidense de nacimiento y formación, pero con un padre de ascendencia francesa e italiana, así como una madre de ascendencia española. Se puede considerar el primer papa estadounidense y el segundo latinoamericano, o al menos así lo sienten los peruanos que lo celebran como uno de los suyos. Habla inglés, español, francés, italiano y portugués, lo que le permitirá una comunicación más directa con personas y comunidades alrededor del mundo. Además, las últimas funciones que desempeñó por encargo del papa Francisco – Prefecto del Dicasterio para los Obispos y presidente de la Pontificia Comisión para América Latina- le permitieron tener un contacto directo con obispos y religiosos en general alrededor del mundo, lo que le da a este papa un talante universal como pocos otros.
Nadie ha dicho que sea de izquierda o de derecha, pero sí ha mostrado carácter cuando, por ejemplo, enfrentó al vicepresidente de Estados Unidos J. D. Vance por su revisionismo teológico sobre lo que significa «amar al prójimo». No parece que será un papa excesivamente ideológico, pero sí puede apostarse a que no asumirá la obsesión ideológica de la derecha religiosa de Estados Unidos, católica y no católica. Como no ha vivido en Estados Unidos por mucho tiempo no está contaminado por los enfrentamientos que se han dado en las últimas décadas al interior de la Iglesia católica estadounidense, lo que le permitirá ejercer una autoridad moral y teológica frente a esa importante y compleja jurisdicción de la Iglesia católica.
Es de asumir que seguirá la línea del papa Francisco en su defensa de los migrantes, a quienes consideró que no eran ni invasores ni criminales, sino seres humanos buscando una vida mejor huyendo de la pobreza, la violencia y los desastres naturales. En este aspecto seguro que tendrá serias diferencias con el presidente Donald Trump, así como con la derecha política en Europa y otras partes del mundo. Se proyecta también que será un misionero del diálogo, la paz y la justicia, un papa moderado con gravitas y auctoritas, quien parece tener lo que se requiere para usar con buen tino el poder político de la posición que ocupa. No obstante, no hay indicaciones en su experiencia religiosa que lleven a pensar que pueda empujar a la Iglesia por el camino de las reformas liberalizadoras, aunque sí podría jugar un papel importante promoviendo una cultura de apertura y tolerancia al estilo del papa Francisco.
El nuevo papa hereda muchos de los problemas todavía no resueltos que han impactado negativamente a la Iglesia católica. No puede escapar a los reclamos de justicia y transparencia de las víctimas de abusos sexuales, como tampoco a la necesidad de seguir poniendo orden en el manejo de las finanzas del Vaticano. Estas no son meras distracciones, sino realidades que debe enfrentar con fortaleza de carácter y sabiduría en su manejo político. También tiene por delante el reto de fortalecer la labor misionera de la Iglesia católica en medio de una expansión de las iglesias protestantes en lugares en los que antes había una hegemonía católica, especialmente en América Latina. En lo que respecta a Estados Unidos, deberá estar atento para que el catolicismo no imite, como han hecho algunos obispos y curas, la agenda de la derecha religiosa, especialmente de los evangélicos blancos propiciadores del nacionalismo cristiano y de una alianza política con el movimiento trumpista. La Iglesia católica tiene que hacer sentir su propia personalidad, defender su doctrina sobre temas cruciales, pero a la vez propiciar el respeto y la tolerancia con el espíritu de que todos –»y cuando digo todos, digo todos», según la frase del papa Francisco- somos hijos de Dios.
Como cura agustino, el ahora papa León XIV visitó el Colegio Agustiniano de La Vega y recorrió algunas de sus comunidades, de modo que los veganos y los dominicanos en general podemos considerarlo también como si fuese uno de los nuestros. Nos queda, desde este cálido lugar del mundo, orar por él, desearle un gran éxito y esperar que, en un tiempo no muy lejano, nos visite de nuevo.
Diario Libre