Libertad, hombresy hamaca
Eduardo Álvarez
América se expresó con plenitud en el alma del Libertador. Justa valoración de Uslar Pietri que describe la inmensa obra patriótica de Simón Bolívar para independizar territorios que hoy son importantes países, como Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá.
Su fe inquebrantable lo llevó a la firme convicción de que la empresa libertaria, por inmensa e intensa, que fuera, tenía asegurado el triunfo final, a pesar todas las vicisitudes que tuvo que afrontar. Encontró y formó su grande e inseparable ejército de las propias entrañas de lo que él llamaba su “pueblo activo”.
Valor, valentía y arrojo cobran fuerza y se extienden en diferentes etapas de su vida, a decir del propio Uslar Pietri. Crece, conoce, descubre, ensaya y logra establecer contactos significativos con personas, países e ideas que van a marcar los pasos que habrá de dar para escribir -para construir-, la historia que hoy todos conocemos.
Le adorna con holgura, el don de la escritura, sin que ello sea el puntal, por supuesto, de una vida dedicada por completo al accionar, y con ello a la lucha por la libertad. En su prosa, directa y vivaz, se manifiesta con suma vitalidad la imparable fuerza de un espíritu combativo. Aquí la carne devino en un verbo vibrante. En gritos, como versos, clamando justicia y libertad donde reinaba la opresión.
“¡Hijas del sol! ¡Ya sois tan libres como hermosas! (…) Libres daréis al mundo el fruto de vuestro amor!” Canta el guerrero, galante poeta que sabe también de dulzura, a pesar del sufrimiento, que sus hazañas tornaron en alegría.
Hay en él muchos nombres, fieles a su consagrada vida de guerrero sin tregua. Simón Rodríguez y Andrés Bello, entre otros igual de notables y cercanos. Así, dignos enemigos, como lo fue Morillo -acérrimo como el que más-, no dejaron de reconocer su grandeza. Lo describe como una “alma indomable a la que basta un triunfo, el más pequeño, para adueñarse de 500 leguas de territorio”.
Se procuró una hamaca que hubo de acompañarle a todas partes, en la que concilió breves sueños y reposos. Y en la que también pudo haber dejado las huellas de sus inquietudes irrefrenables, las que nunca le abandonaron, ni al final de sus días.
Icono, desde luego, de lo impronta indígena latente en él y toda la América hispana. Una vida activa, apasionada jamás podrá atarse, detenerse en un lugar. Y nada como una hamaca para enviar una buena señal de fluidez. De una carrera en constante movimiento. De la vida inquieta y trashumante que debió llevar el Libertador.
El Nacional