Los Ángeles, la ciudad que honra a los muertos olvidados: el tributo póstumo a quienes murieron en soledad

Los Ángeles, California, 22 de diciembre (diario El país, de España). – Desde 1896, cada diciembre, Los Ángeles realiza una ceremonia solemne para sepultar las cenizas de aquellos que murieron sin que nadie reclamara sus cuerpos.

Este año, los restos de casi dos mil personas fallecidas en 2021, en el apogeo de la pandemia de COVID-19, fueron depositados en una fosa común en el cementerio Evergreen, ubicado en el histórico barrio de Boyle Heights.

Este ritual anual es un acto singular en Estados Unidos, una nación donde decenas de miles de personas mueren solas cada año, abandonadas por sus familias, atrapadas en la pobreza o afectadas por enfermedades mentales y adicciones.

La ceremonia es un tributo discreto y solemne, restringido a un pequeño grupo de asistentes, en su mayoría trabajadores sociales y personal sanitario, pero transmitido a través de las redes sociales del Departamento de Servicios de Salud del Condado de Los Ángeles.

En ella, se unen líderes religiosos de diversas tradiciones, desde sacerdotes católicos hasta líderes budistas y musulmanes, para ofrecer oraciones en memoria de los olvidados.

En Estados Unidos, entre el 2 % y el 3 % de los fallecidos cada año no tienen a nadie que reclame sus restos. Los Ángeles lidera esta trágica estadística, con entre mil y dos mil casos anuales, el porcentaje más alto del país. En 2021, una de las etapas más duras de la pandemia, el número fue particularmente significativo: 1.865 personas cuyos cuerpos quedaron abandonados en las morgues fueron finalmente sepultadas este mes.

“Este año el número de personas que estamos honrando es especialmente significativo debido a los retos que representó la pandemia de COVID-19, que impactó profundamente a nuestras comunidades más vulnerables”, expresó Lindsey Horvath, supervisora del condado, durante la ceremonia. La mayoría de los fallecidos eran personas sin hogar, inmigrantes, afroamericanos y miembros de comunidades marginadas, muchos de los cuales vivieron sus últimos días en pobreza extrema.

Historias invisibles

“Muchos estaban enfermos, algunos sufrían enfermedades mentales que hicieron sus vidas dolorosas y difíciles. Casi todos eran personas pobres”, explicó Janice Hahn, integrante de la Junta de Supervisores del condado, en su discurso durante el acto. Estas palabras ilustran el panorama sombrío detrás de las estadísticas: vidas marcadas por el sufrimiento, la soledad y, a menudo, la indiferencia social.

Las cenizas de estas personas son el último vestigio de vidas que, para muchos, pasaron desapercibidas. Aunque la mayoría de los 1.865 fallecidos de 2021 fueron identificados con nombre, apellido y fechas de nacimiento y muerte, las historias detrás de esos datos suelen permanecer en el anonimato. Algunos eran inmigrantes que dejaron familias en otros países, otros no tenían hogar y vivían en tiendas de campaña, callejones o estacionamientos.

El protocolo del condado dicta que los investigadores tienen tres años desde que se reporta una muerte para rastrear a familiares, amigos o cualquier persona que pueda reclamar los restos.

Sin embargo, muchos de estos esfuerzos terminan en callejones sin salida. Incluso en los casos en que aparecen familiares, el costo de reclamar las cenizas —aproximadamente 400 dólares— es una barrera infranqueable para algunas familias, lo que lleva a que los restos acaben igualmente en la fosa común.

Las calles de Los Ángeles, donde la crisis de personas sin hogar alcanza niveles alarmantes, son testigos frecuentes de estas tragedias. Cuerpos son recogidos en las aceras, debajo de lonas, en vehículos abandonados y en las improvisadas tiendas de campaña que sirven como refugio temporal para miles.

Datos que arrojan luz sobre un fenómeno social

Un estudio de 2020 sobre los patrones demográficos de los muertos sin reclamar en Los Ángeles revela cifras impactantes. Aproximadamente el 78,4 % de estos casos corresponden a inmigrantes de grupos raciales distintos al blanco y afroamericano.

Además, alrededor del 40 % de los inmigrantes fallecidos no habían adquirido la ciudadanía estadounidense. Estos números reflejan la marginalidad en que vivieron y murieron muchas de estas personas.

La ciudad comenzó a registrar información sobre el país de origen de los fallecidos sin reclamar en 1996, pero aún queda mucho por conocer sobre sus historias individuales. La falta de datos históricos más completos dificulta una comprensión integral de las causas y las dinámicas de este fenómeno.

En medio de este sombrío panorama, la directora del Departamento de Servicios de Salud del Condado, la doctora Christina Ghally, aprovechó la ceremonia para hacer un llamado a la acción. “Espero que podamos honrar a esas miles de personas que siguen entre nosotros y que están sufriendo. No debemos reservar estos honores solo para los que mueren. Debemos encontrar maneras de mostrarles amor y compasión mientras están vivos”, dijo.

Sus palabras destacan la necesidad urgente de abordar las raíces del problema: la pobreza, la falta de acceso a servicios de salud mental y el desamparo de las personas sin hogar.

La tradición de Los Ángeles de honrar a los muertos olvidados no solo busca dignificar sus restos, sino también generar conciencia sobre las desigualdades que marcaron sus vidas. Este acto simbólico recuerda a la sociedad la importancia de reconocer y atender las necesidades de los más vulnerables, no solo al final de sus días, sino también mientras están vivos.

En una ciudad marcada por contrastes, donde el brillo de Hollywood convive con la dura realidad de miles de personas que viven en la calle, la ceremonia en el cementerio Evergreen es un recordatorio de que cada vida importa, incluso aquellas que parecen haber sido borradas por el olvido.

Mientras las cenizas de casi dos mil personas descansan ahora en la fosa común, la pregunta persiste: ¿qué más puede hacer la sociedad para que estas historias no se repitan? En Los Ángeles, la ciudad con más muertos de nadie, el reto de preservar la dignidad humana sigue siendo tan urgente como hace más de un siglo, cuando esta tradición comenzó.

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