Los críticos de los críticos

Marino Beriguete

En este país hay pocos críticos literarios. Muy pocos. A veces uno piensa en la crítica como un regulador, y que está en vías de extinción. Pero críticos de los críticos… de esos hay una plaga. Hombres y mujeres que no han escrito jamás un solo texto sin que la sintaxis tiemble de miedo, pero se sienten con el deber sagrado de juzgar todo lo que no entienden o no les conviene. No evalúan libros, evalúan simpatías. Si no eres de su club de café o de karaoke o te negaste a brindar con ellos en un cóctel, ya tu novela es “una estafa”, tu poesía “un plagio de taller”, y tú, un impostor con ínfulas.

Algunos se pasean por la librería Cuesta como quien va al supermercado sin hambre: tocan lomos de libros con la mirada, huelen las portadas, fruncen el ceño con aire doctoral, y sueltan dictámenes como si fueran sentencias del Tribunal Supremo de la Estética. No han escrito ni una columna en su vida —y si lo han hecho, mejor olvidarla— pero creen que con tres lecturas a medias y dos amigos en Facebook ya pueden decidir quién merece un premio y quién debería retirarse por “falta de autenticidad”.

Lo curioso es que cuando alguien les responde con argumentos, se ofenden. No replican desde el texto, sino desde la herida. Se convierten en mártires de una causa que nadie les ha pedido defender. Porque lo que hay, en el fondo, no es crítica sino rencor literario, esa forma venenosa de la envidia que se disfraza de opinión culta.

Y mientras ellos se atrincheran en su ceguera, la literatura dominicana avanza. De los ochenta para acá se ha formado una generación con voz propia, y hoy hay jóvenes que escriben sin pedir permiso, que ganan premios fuera del país, que publican en editoriales serias y que traducen sus versos al francés, al inglés, al japonés si hace falta. Pero esos logros les duelen. Porque aceptar que aquí se escribe bien sería renunciar a su deporte favorito: negar el talento ajeno.

La crítica, la verdadera, no se hace con bilis ni con amiguismos. Se hace leyendo, pensando, escribiendo. Pero para eso hay que tener obra. Y muchos de los que critican a los críticos no tienen ni una página digna que defender. Solo ruido. Solo sombra.

Y la sombra, ya se sabe, no deja huella.

Demuéstrame que estoy equivocado…

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