Los dos Orlandos

Por JUAN LLADO

Las fuerzas del bien y del mal siempre andan sueltas. El mal se entroniza en regímenes políticos de corte totalitario, mientras el bien prevalece precariamente en la democracia. En el seno de esta última, sin embargo, a los dirigentes de cualquier país les toca librar una permanente batalla para evitar que retroceda el estado de derecho y este se afiance cada día más. Son los hombres y mujeres de coraje los que, asidos a ese estado de derecho, logran avanzar la imperfecta y frágil democracia.

Paladines de la democracia son aquellos a quienes sus actos lo erigen como tal. Siempre escogen cruzadas que buscan conquistar algunos de los pilares de la democracia. Orlando Martínez Howley, por ejemplo, escogió la batalla por la libre expresión del pensamiento, mientras Orlando Jorge Mera contrapuso firmeza contra la ancestral lacra de la corrupción. En ambos casos la fuerza vital que los motivó en su accionar fue la aspiración de que se respetara el entramado legal que constituye el sostén del régimen democrático, de acuerdo a Winston Churchill, el peor de los sistema políticos excepto por todos los demás.

Un periodista de profesión, Orlando Martínez fue director de la revista “Ahora” y un brillante columnista del periódico El Nacional. Consagró su servicio público a través de su membresía en el Partido Comunista, un férreo opositor del “gobierno de los doce años” de Joaquin Balaguer. Esa era la membresía que en la época canalizaba los ardientes deseos de libertad de una pléyade de jóvenes patriotas y combatía los remanentes de una dictadura que intentaban mantener la mordaza de la censura para su propio provecho. Su inspiración provenía de la defensa de los más débiles y del noble sueño por el bienestar de los más necesitados. Los riesgos de su desafío a las huestes de la barbarie no lo amilanaron, pero fue asesinado vilmente en marzo de 1975, con apenas 29 años de edad.

Orlando Jorge, por su lado, creció en un clima de mayor libertad de expresión, pero fue testigo en su infancia y adolescencia de encarnizadas luchas políticas. Su padre protagonizó episodios de la vida política nacional de gran trascendencia, conservando una cuota de decoro y dignidad. El destacado ejercicio de abogado de su padre motivó sus estudios de derecho y logró graduarse de la PUCMM con máximos honores (Summa Cum Laude). Desde entonces trilló el camino de la vida partidaria, primero en el PRD y luego en el PRM, habiendo ocupado cimeras posiciones en cada uno. Su vocación de servicio público la ejercía como delegado del PRM ante la JCE y ministro de Medio Ambiente.

Los reportes de prensa y televisión sobre la trágica muerte de Orlando Jorge dan cuenta de un aprecio público universal sobre su persona y accionar. Un representante del pueblo llano dijo que él era “un hombre sencillo y bueno” y pocos cuestionarían la validez de esa caracterización. Lo que enaltece su memoria, sin embargo, es la firmeza con que rechazó el oprobioso intento de echar por el suelo sus decisiones sobre la conservación de los recursos naturales que fueron puestos a su cargo. En las redes sociales circula un fragmento de una entrevista en la cual él mismo devela las mafias que, compuestas por personajes del PLD y del mismo PRM y militares de alto rango, hacen pingues negocios abusando de esos recursos. A esas sabandijas las paró en seco y pagó con su vida el coraje con que las enfrentó.

Estos dos Orlandos califican, sin duda, como próceres de la patria. Su valentía personal en defensa de la institucionalidad es un destellante ejemplo de servicio público. Ojalá y el reconocimiento publico no se quede en la simple palabrería y las conmemoraciones insípidas. A juicio de quien escribe su memoria debe ser exaltada con la concesión póstuma de la Medalla de Duarte, Sanchez y Mella en el grado de Gran Cruz Placa de Oro. Solo los personajes que se visten de gloria con la toga de la virilidad en el ejercicio público merecen tal distinción y estos dos portentos deben permanecer en el recuerdo colectivo por su vigorosa y ejemplarizadora defensa del bien en nuestra imperfecta democracia.

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