Los falsos nacionalistas se pasean en calzoncillos

Felipe Ciprián

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Los últimos días de noviembre están demostrando que el doctor José Francisco Peña Gómez tenía razón cuando tachaba de “nacionalistas de hojalata” a quienes se vestían de “patriotas” para convertir la ignorancia de dominicanos en odio contra los negros haitianos para buscar votos.

Enarbolando un falso discurso de defensa de la soberanía, esos políticos sin éxito han fatigado a este país con febriles narrativas, al punto de que han chantajeado a los últimos gobiernos para que desaten una cacería brutal contra haitianos negros que están en el país trabajando en condición migratoria irregular.

Pero es el gobierno de Luis Abinader el que más ha presumido de defender la soberanía y quien más ha acosado a los haitianos: ha repatriado a cientos de miles en cinco años, aunque todos los que han querido, regresaron movidos por mafias o rompiendo montes cuando no pueden pagar el tráfico transfronterizo.

El campeón

Abinader emerge como el campeón en la defensa de la soberanía frente a Haití y resulta que ahora entrega voluntariamente la soberanía dominicana a Estados Unidos para que el territorio nacional se convierta en una base militar, para el potencial conflicto con Venezuela.

Siempre he escrito y sostenido que la “defensa de la soberanía” frente a Haití tiene dos componentes: un alto nivel de racismo y una explotación electoral del odio entronizado a los pobres dominicanos contra los pobres haitianos.

Obviamente el racismo, más que un complejo de superioridad, es una demostración palmaria de inferioridad por aquello de que “dime de lo que presumes y te diré de lo que careces”.

Quien no tiene evangelio ni humildad para reconocer al ser humano como un valor superior de los seres vivientes, es capaz de odiar a un negro y hasta de agredirlo (haitiano, dominicano, congolés o estadounidense), mientras envuelve en toalla blanca al gato negro, que vive como un rey en su casa, para llevarlo al veterinario para hacerle su chequeo médico rutinario y su acicalamiento.

Nadie se confunda. Los ricos haitianos y los ricos dominicanos, no se odian.

Su relación es armoniosa en los negocios y comparten como hermanos sus beneficios mientras se empeñan en hacer que los pobres de ambos países se odien.

El presidente Luis Abinader ha incluido al país en un potencial conflicto armado entre dos naciones.

El presidente Luis Abinader ha incluido al país en un potencial conflicto armado entre dos naciones.ARCHIVO/LD

Lo repito a coro con el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, los políticos al servicio de los ricos odian a los migrantes “no por ignorancia, sino por intereses”.

La guerra no es juego

Al permitir que naves militares estadounidenses operen en el territorio nacional sin que tengan una emergencia, sino estando operativamente en guerra contra Venezuela, Abinader, el “campeón soberanista” contra el país más pobre de América (Haití), coloca a los dominicanos como blanco factible de ataques armados de quienes eventualmente puedan perseguir a sus agresores.

Abinader y sus militares, que saben de guerra moderna lo que yo sé de astronomía, hablan de que los aeropuertos dominicanos serán utilizados por tropas estadounidenses solo para fines logísticos y por tiempo limitado, nunca para agredir a otros países.

¡Qué tontería! Habría que ser muy ignorante para pensar que Estados Unidos va a tener naves nodrizas cargando combustibles en los aeropuertos dominicanos, aviones de transporte, sin un complejo de radares, aviones caza y defensa antiaérea.

Los norteamericanos saben –y no se lo tienen que decir a los dominicanos- que Venezuela tiene capacidad militar suficiente para neutralizar todos los aeropuertos y bases militares dominicanas en cuestión de horas.

Si un avión cisterna de las tropas norteamericanas se tira en un aeropuerto para cargar combustible, en ningún caso lo hará pensando que el territorio es seguro y por tanto desplegará suficiente armamento para evitar un fiasco.

En otras palabras: Abinader ha incluido al país en un potencial conflicto armado entre dos naciones y muy difícilmente salga indemne antes, durante o después de una guerra.

Concierto de silencio

Estados Unidos ocupó por la fuerza a República Dominicana en 1916 y 1965, encontrando una fiera resistencia y en ambos casos pagando los dominicanos un alto precio en sangre, soberanía y secuelas permanentes de paraplejía.

Hoy la cosa es distinta: Es el propio presidente Abinader quien acepta y celebra que se vulnere la soberanía dominicana sin la amenaza de un ataque armado del invasor y presentándose ahora no como un soberanista, sino como un campeón en la lucha contra el narcotráfico.

No sé qué cuenta le están haciendo pagar los norteamericanos al gobierno de Abinader para tratarlo como si fuera un agente aduanero de New Orleans.

Pero para ser justo, Abinader carga con la mayor (i) responsabilidad de permitir la violación flagrante de la Constitución (Artículos 3 y 80, entre otros), pero inmediatamente están en fila los dirigentes de su partido, los de la oposición, los dignatarios católicos y evangélicos, los “intelectuales”, las academias, diputados y senadores, municipalistas, los empresarios, el Instituto Duartiano, la Orden Fascista que estuvo en Friusa, la prensa…

¿Por qué Abinader no convocó a Leonel Fernández, Danilo Medina e Hipólito Mejía a una cumbre para defender la soberanía como lo hizo contra los haitianos?

¿Por qué los expresidentes constitucionales Leonel, Hipólito y Danilo no han dicho una sola palabra en defensa de la soberanía nacional en este preciso momento?

No es por ignorancia, sino porque se comportan como presos de confianza.

Por los mismos motivos y con las mismas fuerzas político-militares que derrocaron a Juan Bosch en 1963, quieren atacar hoy a Venezuela.

El futuro de los dominicanos se retrata con una frase que acaba de publicar el fundador de Telegram, Pável Dúrov: «Nuestra generación corre el riesgo de pasar a la historia como la última que tuvo libertades y permitió que se las arrebataran».

Listín Diario

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