Los hombres me temen, la sociedad me limita y yo amo mi vida
Por Glynnis MacNicol
The New York Times
Una vez me dijeron que el desafío de hacer buen porno feminista es que lo que más desean las mujeres es la libertad.
Si ese es el caso, se podría considerar que mi vida en los últimos años ha sido extremadamente pornográfica, incluso sin contemplar el sexo real que ha habido. Definitivamente tiene los ingredientes de una fantasía, si permitiéramos fantasías protagonizadas por mujeres solteras y sin hijos a punto de cumplir 50 años.
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Disfrutar de mi edad no es lo único por lo que desafío las expectativas. Es que me he eximido de los elementos centrales que nos dicen que dan sentido a la vida de una mujer: la pareja y la crianza. He descubierto que, a pesar de todas las advertencias, no me arrepiento de ninguna de esas decisiones.
De hecho, las estoy disfrutando mucho. En lugar de que mis opciones se limitaran, como prometen casi todos los mensajes que recibo —menos relaciones, menos emoción, menos sexo, menos visibilidad— las veo expandirse. El mundo nunca había estado tan abierto para mí como ahora.
Decir esto no debería ser radical en 2024 y, sin embargo, de alguna manera lo parece. Vivimos en un mundo cuyas estructuras de poder siguen beneficiándose de que las mujeres se queden en donde están. De hecho, estamos viviendo la reacción más reciente contra los magros logros feministas del último medio siglo. Mi historia —y las de otras mujeres en una situación similar— demuestra que hay otras formas satisfactorias de vivir.
Es desconcertante disfrutar tanto de una misma cuando hay tantas cosas que te hacen esperar lo contrario, del mismo modo que es extraño sentirse tan bien en un escenario de tanta atrocidad en el mundo. Pero con la edad (esperemos) llega la claridad.
Los cincuenta son un hito. Y el hecho de que mi cumpleaños 50 coincida o se aproxime a otros aniversarios número 50 importantes me ha hecho entender algunas cosas. El año pasado fue el 50 aniversario del caso Roe contra Wade. Este año es el 50 aniversario de la Ley de Igualdad de Oportunidad de Crédito, que aunque menos conocida, sigue siendo crucial: permitió a las mujeres tener por primera vez cuentas bancarias y tarjetas de crédito a su nombre, sin necesidad de la firma de un hombre.
El hecho de que mi nacimiento coincida con la aprobación de estas dos leyes históricas me hace ver con mayor claridad que la vida que llevo es el resultado de que las mujeres tengan autoridad tanto sobre sus cuerpos como sobre sus finanzas. Represento a una cohorte de mujeres que llevamos una vida que no nos exige pedir permiso ni buscar aprobación. He aprovechado todas las opciones a mi alcance y, aunque los resultados conllevan sus propios riesgos, han sido enormemente satisfactorios.
La fecha de mi cumpleaños también me ayuda a ver el violento retroceso de los derechos de las mujeres que se está produciendo ahora como una respuesta a la independencia que estos derechos legales nos han otorgado. Olvídate del horror de llegar a la mediana edad y estar sola, no hay nada que aterrorice más a una sociedad patriarcal que una mujer que es libre. Que pueda estar mejor sin permiso ni supervisión es francamente insufrible.
Mi entrada a la mediana edad tenía ciertamente los ingredientes de una historia desagradable.
Como muchas personas, pasé los primeros meses de la pandemia sola. Fue el tipo de confinamiento solitario que la ciencia popular, y ciertos hombres con plataformas, disfrutan recordándonos que será el terrible futuro que le espera a una mujer que permanece soltera por mucho tiempo. No me tocó nadie. Tampoco fui olida por nadie, lo que puede parecer una observación extraña, pero es aún más extraño vivirlo. Invisible salvo para el exterminador del edificio y los porteros que quedaban en el Upper West Side, quienes me saludaban amistosamente en mis paseos nocturnos por la Nueva York vacía de la covid.
Sola, soltera, sin hijos, pasado mi supuesto mejor momento. Una caricatura, según la cultura, una identidad marginal; una tragedia o un chiste, según se prefiera. Como mínimo, un cuento con moraleja.
En agosto de 2021, estaba desesperada, no por una relación, sino por una conexión. Compré un boleto a París, un lugar donde había pasado gran parte de mi tiempo libre antes de la pandemia y donde tenía un grupo de amigos.
París, me recordé, prioriza el placer. Viví toda la experiencia: queso, vino, amistades, sexo.
Al principio fue chocante. Estaba mal preparada para conseguir lo que quería, lo que parecía que había convocado. Hubo momentos en los que me pregunté si debería sentirme avergonzada. Pero nunca me había sentido tan libre ni tan yo misma. No sentí vergüenza ni culpa, solo la emoción de saber que estaba ejerciendo mi libertad.
Hoy, por lo general, hay pocas historias en el cine o la literatura, por no hablar de mensajes en mundo en línea, que sugieran que cuando eres una mujer sola (olvídate de una mujer de mediana edad), las cosas van a ir como tú quieres, como a menudo ha sido mi experiencia.
Ha habido tiempos mejores. En la década de 1980, proliferaron comedias con mujeres protagonistas para las que los hombres eran un personaje secundario —Designing Women, Murphy Brown, Los años dorados—, todas las cuales, si se estrenaran hoy (y eso es un gran “si”), parecerían radicales. Más tarde llegó Girlfriends. Incluso Sexo en la ciudad, con su trama matrimonial a menudo regresiva, sigue siendo sorprendentemente moderna en sus representaciones de la amistad adulta y las costumbres sexuales. En todos los casos, justo cuando parecía que estas narrativas iban a empezar a arraigar en el mundo real, las mujeres volvieron a meterse en sus casas (o en bolsas para cadáveres, en el caso de muchas tramas de Ley y orden). A inicios del nuevo siglo, volvimos a ser amas de casa, reales e imaginarias.
Sospecho que gran parte de esta reacción está relacionada con el terror que experimentan los hombres al descubrir que son menos necesarios para la realización de las mujeres de lo que siglos de leyes e historias les han hecho creer. Ese terror es muy evidente hoy en día: desde el discurso del jugador de fútbol americano Harrison Butker en una ceremonia de graduación, en el que sugería que las mujeres pueden encontrar más satisfacción en el matrimonio y los hijos que en tener una carrera profesional, hasta que se debata de nuevo el acceso al aborto en la Corte Suprema, pasando por la presión para derogar las leyes de divorcio sin asignación de culpa: todos son esfuerzos por devolver a las mujeres a un lugar en el que otros puedan gestionar su acceso a… bueno, a casi todo.
Desde esta perspectiva, mi disfrute empieza a parecer radical. Ven a volar conmigo. Aquí no hay miedo.
Glynnis MacNicol es escritora, presentadora de pódcasts y autora de las memorias I’m Mostly Here to Enjoy Myself.
The New York Times