Los rostros presidenciables: Francisco Javier, Abel y Gonzalo en el tablero morado (8)
Marino Beriguete

El momento que atraviesa el Partido de la Liberación Dominicana no se parece a una contienda democrática, sino a una partida de ajedrez jugada en penumbra. No hay fervor, ni movilización popular, ni debates ideológicos encendidos. Lo que hay son cálculos. Silencios. Maniobras. Jugadas que no se anuncian, sino que se insinúan. Y en medio del tablero, tres figuras que se observan se temen, se necesitan. Francisco Javier. Abel Martínez. Gonzalo Castillo. Ninguno puede avanzar sin el retroceso del otro. Ninguno puede ganar sin cargar, al mismo tiempo, con la sombra de los otros dos.
El PLD vive atrapado en su propia estructura. Lo que en su momento fue una maquinaria casi perfecta de poder —precisa, disciplinada, vertical— se ha convertido hoy en una maraña de lealtades cruzadas, ambiciones retenidas y decisiones aplazadas. La política ha dejado de ser un proyecto colectivo para convertirse en un baile de intereses individuales, donde cada paso es vigilado y cada movimiento depende de una mano invisible: la de Danilo Medina.
Francisco Javier es, sin duda, el más preparado de los tres. No solo por su formación, sino por el conocimiento quirúrgico que tiene de su partido. Ha sido estratega, operador, consejero. Ha construido candidaturas, ha desmontado otras, y conoce los pasillos del Comité Político como quien conoce los rincones de su propia casa. Si las primarias fueran un concurso de méritos internos, ya estaría proclamado. Pero el problema es que en política no siempre gana el que más sabe, sino el que más entusiasma. Y Francisco, por razones que escapan a la lógica, no despierta aún ese fervor en las masas externas.
Abel Martínez, en cambio, sí aparece en las encuestas. Ha logrado proyectarse como una figura fresca, ejecutiva, de resultados. Pero esa imagen pública contrasta con la percepción interna de los peledeístas, especialmente aquellos que no le perdonan ciertas decisiones durante el proceso electoral anterior. Su liderazgo, aunque visible, es frágil. Y lo que lo sostiene no es solo su nombre, sino la estructura heredada —o prestada— del equipo de Gonzalo Castillo.
Ahí es donde el juego se vuelve más complejo. Porque ese equipo —territorial, logístico, financiero— es la columna vertebral de la candidatura de Abel. Pero es también, o podría volver a ser, la base natural de Gonzalo. Si Danilo Medina, que aún manda en las sombras, decide reactivar a su delfín y lanzarlo de nuevo al ruedo, toda la estructura de Abel se desmoronaría como un castillo de naipes. Y entonces él, el actual favorito de las encuestas quedaría reducido a un nombre sin cuerpo. Un globo sin aire.
El PLD, paradójicamente, comienza a mejorar en las encuestas. Supera ya a la Fuerza del Pueblo, cuyo único rostro es Leonel Fernández. Pero ese crecimiento es todavía precario. El PRM, a pesar del desgaste, conserva la hegemonía. Y esa hegemonía solo podría tambalear si el PLD acierta con su candidato. Si lo elige mal, no pasará de ser una oposición funcional. Si acierta, podría volver a disputar el poder real y general que nadie gane en la primera vuelta electoral.
En este contexto, Danilo Medina no es solo un expresidente. Es el gran elector. El árbitro silencioso. El patriarca que, aunque desgastado, conserva la llave de los cuartos de guerra y la última palabra en las decisiones cruciales. Si convence a Gonzalo de competir, el tablero se reorganiza de inmediato. Si no lo hace, Francisco Javier ganará con relativa facilidad la primaria frente a Abel, aunque sin despertar la mística popular.
El dilema no es ideológico, ni siquiera programático. Es una elección entre la estructura y la simpatía. Entre la militancia y el marketing. Entre lo que funciona internamente y lo que seduce externamente. Y esa tensión explica por qué el PLD parece un cuerpo dividido, cuya cabeza no sabe si mirar hacia el futuro o hacia su propia historia.
Porque ni Francisco, ni Abel, ni Gonzalo son, por sí solos, el futuro del PLD. Son expresiones de una misma crisis. Ecos de una misma estructura que se resiste a morir, pero que no encuentra aún cómo renacer.
El próximo candidato del PLD no se definirá en los locales ni en los mítines. No será fruto de una gran movilización popular, ni de un repentino estallido de entusiasmo. Será el resultado de una conversación a puertas cerradas. Una decisión pactada, quizás ya tomada, entre Danilo y sus dos alfiles. Porque en el PLD, como en muchas cosas en la política el poder no se proclama: se administra. Y quien lo administra, rara vez aparece en la foto final.
El Caribe