Los seguidores de Trump le perdonan todo, ¿por qué no pasa lo mismo con el caso Epstein?
Por Michelle Goldberg
The New York Times
Columnista de Opinión
Durante la última década, muchos hemos abandonado la esperanza de que Donald Trump pudiera hacer o decir algo que sacudiera la fe de sus fervientes seguidores. En general, no se han inmutado ante sus alardes de agresiones sexuales y sobornos a estrellas del porno, un intento de golpe de Estado y sus planes con criptodivisas concebidos para enriquecerlo de manera obscena. Aplaudieron a rabiar sus promesas de construir un muro pagado por México, y luego se encogieron de hombros cuando no fue así. BBC informó sobre una inmigrante iraní de 39 años cuya devoción por Trump perduró incluso después de ser detenida por ICE. “Lo apoyaré hasta el día de mi muerte”, dijo desde el encierro. “Está haciendo que Estados Unidos vuelva a ser grande de nuevo”.
Por eso ha sido fascinante ver cómo una parte importante del movimiento de Trump se rebelaba contra la gestión que su gobierno había hecho de los expedientes del caso de Jeffrey Epstein, el financiero dedicado al tráfico sexual que murió en la cárcel en 2019 en lo que se consideró como un suicidio. Al postularse como candidato a la presidencia, Trump prometió hacer públicos los archivos de Epstein, que algunos pensaban que podían contener pruebas de asesinato. “Otra buena razón para votar por Trump”, escribió en las redes sociales el senador republicano por Utah, Mike Lee. “Los estadounidenses merecen saber por qué Epstein no se suicidó”.
Algunas de las personas influyentes que ahora forman parte del gobierno de Trump se ganaron a sus seguidores divulgando historias disparatadas sobre el caso, prometiendo revelaciones que acabarían con sus enemigos. La lista de clientes de Epstein “va a sacudir el mundo político”, dijo en septiembre Dan Bongino, que ahora es el subdirector del FBI. En febrero, en un programa de Fox News, preguntaron a la fiscala general Pam Bondi si su departamento haría pública “una lista de los clientes de Jeffrey Epstein”. Ella respondió: “Ahora mismo está sobre mi escritorio para revisarla”.
Ahora dice que no existía esa lista de clientes. La semana pasada, el Departamento de Justicia y el FBI publicaron un memorándum en el que se decía que Epstein se suicidó y que no se facilitaría más información: “El Departamento de Justicia y la Oficina Federal de Investigación han decidido que no es apropiado ni está justificado revelar más información”. Trump ha implorado a sus seguidores que se olviden de Epstein, escribiendo, en una petulante publicación de Truth Social, que los archivos fueron “escritos por Obama, y la corrupta Hillary” y varios otros supuestos enemigos del Estado profundo. “No perdamos tiempo ni energía en Jeffrey Epstein, alguien que no le importa a nadie”, escribió.
Pero se equivocaba: a mucha gente le importa. Los seguidores de Trump respondieron a su intento de hacer desaparecer a Epstein con una furia y una decepción poco habituales. Al parecer, Bongino ha amenazado con dimitir por la forma en que Bondi ha llevado el caso. Epstein fue uno de los temas principales de la Cumbre de Acción Estudiantil de Turning Point USA, una conferencia conservadora que comenzó el viernes en Tampa, Florida. Hablando desde el escenario, el comediante Dave Smith acusó a Trump de encubrir “una gigantesca red de violadores de niños”. El público vitoreó y aplaudió.
Tras haber impulsado teorías conspirativas durante toda su carrera política, Trump de repente parece en peligro de ser consumido por una. En muchos sentidos, es una delicia ver eso, pero también hay motivos para la ansiedad, porque para algunos miembros del movimiento de Trump, este revés no es más que la prueba de que se enfrentan a una conspiración más poderosa de lo que jamás imaginaron. “Lo que acabamos de saber es que enfrentar a la Operación Epstein está por encima del nivel salarial del Presidente”, publicó Bret Weinstein, un biólogo evolutivo que conduce un pódcast. Una cuestión importante, de cara al futuro, es ver a quién acusan de mover los hilos.
Los obsesivos de Epstein tienen razón al sospechar por los extraños giros que ha tomado el caso. Hay muchas cosas que parecen inexplicables, como el acuerdo favorable que obtuvo Epstein en 2008 y el hecho de que, al parecer, pudiera suicidarse a pesar de ser uno de los reclusos más vigilados del país. Incluso si resulta que la revisión del caso no implica a nadie que no haya sido acusado, debería ser un escándalo que Bondi engañara al público sobre la existencia de una lista de clientes.
Pero el gobierno miente todo el tiempo; eso por sí solo no explica por qué este asunto ha forzado tanto los límites de la coalición MAGA. Para entender por qué se ha suscitado esta crisis, hay que comprender el papel crucial que desempeña Epstein en las mitologías que sostienen al movimiento MAGA. El caso interesa por igual a los tipos de QAnon, que ven en los delitos de Epstein la prueba de su convicción de que las redes de pedófilos elitescos han secuestrado Estados Unidos, y a los críticos de derecha de Israel, que están convencidos de que Epstein trabajó para el Mosad, el servicio de espionaje del país.
El trumpismo siempre se ha basado en la idea de que está luchando contra fuerzas globalistas oscuras, incluso satánicas, y dentro del movimiento existe un feroz anhelo del momento catártico en que esas fuerzas sean expuestas y vencidas. Se suponía que los archivos Epstein mostrarían al mundo, de una vez por todas, la magnitud del sistema maligno contra el que los votantes de Trump creen que está luchando. “Epstein es una llave que abre la cerradura de muchas cosas”, dijo Steve Bannon en la conferencia de Turning Point.
La forma en que los trumpistas han convertido este caso en una causa célebre puede parecer extraña para los extranjeros. Después de todo, la amistad de Trump con el financiero del tráfico sexual ha sido ampliamente documentada. La víctima más conocida de Epstein, Virginia Roberts Giuffre, dijo que fue reclutada en Mar-a-Lago, el club privado de Trump. Y el presidente tiene su propio historial de presuntas actitudes perturbadoras con chicas menores de edad; varias concursantes adolescentes de uno de sus concursos de belleza lo acusaron de acercarse deliberadamente a ellas cuando estaban desvestidas. Como dijo el senador Jon Ossoff, demócrata por Georgia, en un mitin este fin de semana: “¿De verdad alguien pensaba que el presidente depredador sexual que solía salir de fiesta con Jeffrey Epstein iba a publicar los archivos Epstein?”.
Pero siempre he visto la fantasía de Trump como un guerrero contra el tráfico sexual como una forma de que sus seguidores gestionen su disonancia cognitiva sobre su evidente degeneración personal. Para creer que están del lado de la luz mientras defienden a un hombre de tan bajo carácter, los acólitos de Trump han tenido que conjurar a un enemigo de vasta y titánica maldad e inventar una versión de Trump que nunca existió.
Entre quienes, en la derecha, creen que existe un encubrimiento de Epstein, pocos parecen considerar la idea de que Trump se esté protegiendo. Eso, después de todo, exigiría una reevaluación de su integridad y de su juicio. Pero siguen dando por sentado que Epstein traficaba con chicas para hombres poderosos y luego los chantajeaba, y que lo mataron para que no pudiera hablar. Ahora tienen que averiguar por qué Trump no les da la información que tanto ansían. La explicación más lógica, según dijo Tucker Carlson en su pódcast de la semana pasada, es “que los servicios de inteligencia están en el centro mismo de esta historia, estadounidenses e israelíes, y se les está protegiendo”.
Esta noción se ha extendido tanto que el gobierno de Israel intentó abordarla. “No hay pruebas —ninguna— de que Epstein actuara en nombre del Estado de Israel”, escribió el ministro israelí Amichai Chikli en una carta abierta dirigida al jefe de Turning Point, Charlie Kirk. Pero Chikli no pudo resistirse a utilizar el caso contra sus enemigos políticos más centristas, diciendo que quiere entender la conexión de Epstein con “los ex primeros ministros israelíes Ehud Barak y Ehud Olmert, quienes aparecen en documentos relacionados con Epstein publicados anteriormente”.
Sospecho que esto no acabará con las teorías sobre Epstein como agente sionista. Sin ellas, los seguidores de Trump tendrían que admitir que fueron engañados, que MAGA nunca ha sido una batalla maniquea contra los delincuentes sexuales y que Trump se aferró a la historia de Epstein solo para ayudarlo a ganar unas elecciones.
El enredo del drama de Epstein con los debates estadounidenses sobre el Estado judío presagia algunos acontecimientos oscuros. No pretendo saber si Epstein llegó a trabajar para los israelíes, aunque no me imagino a Trump encubriéndolos a cualquier costo. Me preocupa, sin embargo, que la gente culpe a los judíos de las partes extrañas e irresolubles de su sórdida historia. Navega por X y verás que ya lo están haciendo.
Vale la pena recordar el origen de la expresión “disonancia cognitiva”, acuñada en la década de 1950 por Leon Festinger, autor del libro Cuando las profecías fallan. Él y sus coautores estudiaron una secta apocalíptica de ovnis, con la vista puesta en lo que ocurría cuando la nave espacial no aparecía como se había predicho. Algunos miembros, desilusionados, abandonaron el grupo. La mayoría, sin embargo, mantuvo o redobló su compromiso. El problema para Trump es que algunos de sus seguidores deben elegir entre su compromiso con él y con la narrativa que justificó su ascenso.
The New York Times