Más de 100 piezas de Medina Azahara, “la ciudad resplandeciente”, se exponen en Nueva York
Por Javier Otazu
Nueva York (EFE).- Más de cien piezas procedentes del conjunto arqueológico de Medina Azahara, la ciudad palaciega en las cercanías de Córdoba (España) que brilló apenas setenta años entre el siglo X y el siglo XI, se exponen en el Instituto para el estudio del mundo antiguo de Nueva York.
‘Medina Azahara, la radiante capital de la España musulmana’ consiste en piezas de cerámica, urnas de marfil, monedas, candiles, suntuosos capiteles califales y un cervatillo de bronce que cumplía las funciones de surtidor de una fuente en lo que se cree fue el palacio más lujoso en la Europa medieval.
Medina Azahara por piezas
Esas piezas proceden de museos españoles, pero también de tres centros de Nueva York: el Metropolitan, el museo de Brooklyn y la Hispanic Society. En el caso de las procedentes de España, son 111 las piezas que han viajado prácticamente en envases individuales y con temperatura controlada, una operación financiada por el instituto estadounidense.
Es la primera vez que se organiza una exposición tan ambiciosa sobre la ciudad califal, y la primera en que esas piezas salen de España, destacó Antonio Vallejo, director del conjunto arqueológico de Medina Azahara y que lleva treinta años de su carrera dedicado a una ciudad de la que apenas se ha excavado un 11 % de las 112 hectáreas que ocupaba.
La consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, Patricia del Pozo, también viajó a Nueva York para la ocasión y destacó que es una oportunidad única de dar a conocer a los estadounidenses “la importancia del califato omeya y su influencia en toda Europa”.
Un palacio único en la mayor ciudad de Europa
A mediados del siglo X, la dinastía de los omeyas reinaba indiscutiblemente en Al Andalus y había hecho de Córdoba la ciudad más grande y desarrollada de toda Europa, con grandes avenidas y un sistema de alcantarillado único en su tiempo, recuerda a EFE Eduardo Manzano, comisario de la exposición junto a Vallejo.
En aquella ciudad de algo menos de 100.000 habitantes, el califa Abderrahmán III hizo construir una ciudad-palacio a las afueras de Córdoba, en una suave colina en el valle del Guadalquivir, a la que llamó Medina Azahara.
Durante siglos se dijo que Azahara era el nombre de su amada, pero la arqueología ha demostrado que más probablemente el nombre significa “la ciudad fulgurante” o “resplandeciente”.
Dicen las crónicas de la época que los embajadores de los reinos cristianos, o los llegados del vecino Bizancio, recorrían con asombro los suntuosos pasillos antes del Salón del Trono, el corazón de la ciudad, donde les recibía el califa, que, según la leyenda, situaba en los corredores a visires ricamente vestidos para confundir a los embajadores, que iban haciendo reverencias creyendo en cada ocasión que habían llegado al califa, para ser sacados de su error.
Manzano dice que seguramente eso es solo parte del imaginario colectivo, pero da una idea del boato del que le gustaba rodearse a Abderrahmán III, y luego a su hijo Al Hakem II.
Una pléyade de símbolos
Se han encontrado en las ruinas de la ciudad abundantes columnas romanas reutilizadas -toda una costumbre muy ‘mediterránea’- pero también bustos romanos que se conservaban “para resignificarlos”, cuenta Vallejo, es decir, era una forma que tenía el califa de mostrar su superioridad sobre la civilización que le había precedido.
Las piezas más llamativas de la exposición son dos capiteles califales, labrados con una técnica de ‘nido de avispa’ que los hace completamente reconocibles y cuya factura es única en todo el mundo, también el musulmán.
El fulgor de Medina Azahara fue muy intenso pero muy breve: a la muerte de Al Hakem II, le sucedió su hijo con solo 11 años, pero el ambicioso ministro Almanzor le disputó el trono y comenzó entonces una ‘fitna’ o guerra civil entre clanes omeyas que tuvo por efecto inmediato el saqueo de la ciudad califal para que Almanzor levantase otra en su nombre.
A mediados del siglo XI, ya las crónicas hablan de cómo sus muros se caían a pedazos y la maleza se apoderaba del lugar. Las columnas, las vasijas, las monedas y todos los objetos palaciegos fueron robados y vendidos, terminando siglos después en manos de marchantes de arte, que los trajeron a lugares tan remotos como Nueva York o Toronto (Canadá).
Y sin embargo, los neoyorquinos probablemente desconocen que allá por el siglo X, Medina Azahara era una de las capitales del mundo.EFE