Migración internacional: fenómeno global tan intolerable como inevitable y, muchas veces, imprescindible
Por Isidoro Santana
Aunque la migración existe desde que el mundo es mundo o, mejor dicho, eso es lo que lo hace mundo, es en la época moderna cuando se ha convertido en un fenómeno intolerable y despierta sentimientos de rechazo en las sociedades de acogida, hasta el punto de generar polarización política y movimientos que amenazan la cohesión interna y la estabilidad institucional del mundo occidental.
Colón llegó aquí sin visa ni pasaporte y, probablemente, el proceso de integración interracial e intercultural se habría realizado pacíficamente en toda América de no haber sido porque a los europeos “se les vio el refajo” desde el principio: venían con la intención de apropiarse de todo lo que encontraran a su paso, entre ello, el oro, las tierras y hasta la misma gente. Y, además, venían armados.
Pero el fenómeno migratorio actual tiene lugar en condiciones diferentes. Dado que el cerebro humano ha sido moldeado para ver el mundo conforme a un determinado patrón, los países procuran mantener cierta homogeneidad demográfica, los pueblos ven como intruso al que llega a alterarles ese patrón y han establecido reglas para protegerlo. Obviamente, es deber y derecho legítimo de cada país aplicar sus leyes y defender sus fronteras
Como estas suelen ser violadas por los inmigrantes irregulares, que en la época moderna suelen ser la mayor parte de los que migran, a los mismos se les ve como el diferente, el indocumentado, el enemigo de la patria. Se fomentan visiones y se tejen leyendas en que el concepto de diferente se asocia al de “las razas inferiores”, el pobre, el feo, el que habla distinto, sostiene otras creencias, tiene costumbres distintas, el que viene a estorbar “el mundo apacible y feliz, el jardín” que teníamos, generando malquerencia en la sociedad a la llega.
Los más radicales en estas posiciones insisten en que los inmigrantes usurpan puestos de trabajo o acceso a los servicios públicos, a pesar de que múltiples estudios en diversos países muestran que aportan más que lo que reciben. La fobia antiinmigrante da sostén a teorías como las de amenaza a la soberanía, invasión pacífica, gran reemplazo demográfico, de las cuales son tan amigos los sectores de la ultraderecha política en el mundo, viabilizando barbaries como las vividas por la humanidad el siglo pasado y todavía hoy, propiciando matanzas y hasta genocidios.
Contrario a épocas anteriores, es el nativo el que propicia una especie de sistema de castas, en que la casta inferior se reserva al inmigrante y sus descendientes; se alienta una ideología del rechazo, hasta el punto de que surgen y ganan adeptos movimientos que inducen al odio incluso en sociedades como la dominicana, tan solidaria y amigable con el prójimo. Ahora no es extraño que “gente como uno” adopten como aceptables e incluso justifiquen barbaridades contra el inmigrante que provocan tantas injusticias, tanto dolor y hasta muertes como las que ocurren en “la camiona”, en los barrios y hasta en los hospitales públicos.
Lo de inevitable es porque los desplazamientos humanos son impulsados fundamentalmente por las grandes diferencias de bienestar que se han establecido entre las sociedades, exhibidas gracias a la televisión y medios alternativos comunicación, y más cuando se agregan motivos de seguridad personal o persecución política. Pero está claro que el principal motivo que induce a la gente a emigrar es de tipo económico, aunque otros, como el cambio climático, en particular el agua, van a ser cada vez más frecuentes.
Y cuando se trata de la comida o el agua, todo el que ha visto las enormes migraciones de mamíferos que tienen lugar en las sabanas africanas entenderá cómo el riesgo de morir en el intento puede ser pequeño ante la muerte segura por no intentarlo.
Pero acá viene otro elemento que no siempre es considerado: para cada vez más países, la inmigración (no necesariamente irregular) puede llegar a ser imprescindible. En diversos países de Europa y Asia la población está disminuyendo. Esto por sí solo no hace indispensable la inmigración cuando es posible mantener la actividad económica sustituyendo trabajo humano por progreso tecnológico. Sin embargo, la cosa se complica al observar cómo muchos países tienden a quedarse sin población joven. Y el ímpetu y la vitalidad de la juventud sí es esencial para el progreso, además de que los jóvenes se entienden mucho mejor con la tecnología. Y, para más, son los que pueden garantizar el sostén financiero de la seguridad social.
A esto se agrega otro factor: en la medida en que los países avanzan, muchos trabajos manuales, considerados precarios o sucios, son rechazados por la población nativa, al menos sin un cambio crucial en el sistema de remuneraciones, pasando a ser ejecutados por inmigrantes.
En definitiva, la xenofobia, el racismo y la aporofobia que tanta vigencia están alcanzando en todo el mundo, podrían chocar con lo inevitable. La única solución a este problema es un empeño crucial por aliviar las desigualdades entre países y grupos humanos, es decir, por el desarrollo.
Acento