“Multilateralidad” y la política exterior

Manuel Morales Lama

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En la actual dinámica de la política internacional los Estados deben enfrentar enormes desafíos con el propósito de lograr la efectiva consecución de sus objetivos en política exterior, cuya ejecución ha de estar enfocada básicamente “a obtener beneficios tangibles” para la respectiva nación.

Asimismo, la política exterior se ha convertido en una búsqueda permanente de equilibrios: equilibrio entre la defensa de la soberanía y la participación en los procesos de la globalización; entre la solución de los problemas domésticos y la participación con otros actores internacionales para resolver los externos; entre la búsqueda de nuevos mercados o la captación de inversiones y la protección de las estructuras económicas nacionales, por citar algunos.

Inequívocamente, “la política exterior es una más de las políticas públicas que un gobierno debe instrumentar con el fin de lograr el más amplio beneficio posible para la mayoría de la población” (Chanona Burguete).

Las líneas de acción de la política exterior en lo concerniente a las relaciones bilaterales deben establecerse conforme a criterios técnicos, en función de los intereses del Estado y con conocimiento pleno tanto del entorno nacional e internacional como de los fundamentos que sustentan el sistema internacional y el ejercicio diplomático actual. La misma regla aplica, en determinada medida, en las relaciones multilaterales, que, además, deben formularse teniendo en cuenta los propósitos de cada organismo y la colectividad de los países que cada uno representa.

En este ejercicio resulta esencial identificar, mediante labores de investigación y evaluaciones periódicas, el rol que debe desempeñar el país dentro de la comunidad de naciones en su conjunto y en los grupos regionales en particular.

Téngase en cuenta que existen organizaciones internacionales que interactúan de modo semejante a los Estados nacionales, pues tienen la facultad de recibir y acreditar representaciones, que era exclusiva de los Estados. Así como a los representantes de los Estados les corresponde el estatus de diplomáticos, los representantes de organismos internacionales son apropiadamente “funcionarios internacionales”.

Procede precisar, que las organizaciones internacionales son, básicamente, asociaciones voluntarias de Estados, constituidas para determinados fines, mediante tratados multilaterales de carácter permanente (Pérez de Cuéllar).

Generalmente, todo Estado miembro de una organización internacional, tiene derecho a crear su misión permanente (cuando corresponda). Su creación no requiere de “un acuerdo” como sucede en el intercambio de misiones entre Estados.

El término históricamente utilizado para referirse a las misiones destinadas a las organizaciones internacionales era delegación permanente, que conservan determinados Estados (Martínez Morcillo). Sin embargo, actualmente se denominan misiones permanentes.

No obstante, frecuentemente hoy se llama delegación a la misión destinada a participar en las deliberaciones de un órgano de una organización internacional o en conferencias. También existe la denominada misión permanente de observación, acreditada (cuando corresponda) por un Estado no miembro.

Como señala Pastor Ridruejo, el fundamental rol que desempeñan los organismos internacionales no ha supuesto el desplazamiento de los Estados, “porque las organizaciones internacionales no constituyen instancias políticas superiores a ellos. De ahí que la sociedad internacional sigue siendo de yuxtaposición de Estados, sus actores por excelencia”. Es justo reconocer, añade Pastor Ridruejo, que a través de los organismos internacionales se han institucionalizado sectores muy importantes de la cooperación entre los Estados.

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