¿Murió Trujillo? ¡Díganme en qué película estamos!
Por Miguel D. Mena
Hasta su muerte en el 2016, justo un día después y 55 después de haber participado en el ajusticiamiento de Rafael Leónidas Trujillo Molina, Antonio Imbert Barrera ofrecía los 30 de mayo una entrevista donde se refería al histórico hecho. Como si se tratara de Funes el Memorioso, el General iba entrando sin embargo en leves desvaríos: que si fueron tantas balas, que sí salió con el pie derecho, imprecisiones y alteraciones propias de hablar casi obligatoria e históricamente de lo mismo, como si fuese una Misa del Gallo Patrio.
Así que la tragedia se convirtió en comedia. Pues sí: al final “el dominicano se lo coge todo a relajo”. Pues claro: el cuerpo de 31 años de la Era desapareció con el tiroteo, pero su principal legado, el balaguerismo y el balaguerato, se instaló prodigiosamente en el alma moderna del ser dominicano.
¿Qué lecciones podríamos sacar de aquel homicidio? Nadie como Bernard Diedrich para dibujarnos el escenario: jóvenes salidos de una película del oeste en el Cine Olimpia, llenos de rencor por pérdidas personales durante aquellos finales de los años 50, y con una sed infinita de venganza. Y lo cumplieron. Mataron al chivo, y en la carretera. Pero el chivo, como si estuviéramos en un cuento de los Vedas, reencarnó. Vino luego toda especie de lo peor que ya teníamos: depredadores, abusadores, que lentamente fueron reocupando los curules de los viejos, porque aquí el “hijo-de-ísmo” es ley cuasi biológica. Desde un banco en la Barra Payán, la que da a la Calle Don Bosco, Fidelio Despradel me contaba cómo él y Juan Miguel Román, bajando un sándwich y un jugo, miraron cómo por ahí doblaba en su caravana rumbo al exilio la viuda, los hijos y sobrinos y demás familiares del tirano, rumbo al Aeropuerto Las Américas.
El 30 de mayo de 1961 no ha sido pensado todavía desde la sicología, la antropología ni la filosofía. Del asesinato de Trujillo solo se han beneficiado los historiadores. Desde esa noche y hasta ahora, el 30 de mayo es el día en que al zapato del “heroísmo” se le saca brillo y se lo ponen los funcionarios de turno, los historiadores de turno, los que siempre nos contarán la misma historia, pero sin sacarle otras aristas al tema, naturalmente, porque ahí se complica la cosa.
La noche del 30 de mayo no había “pueblo dominicano”, así como antes y después no lo han pintado. Es más, si sacamos contabilidad de las repúblicas que nos han acontecido desde 1844, el “pueblo”, así pensado, como la “Mariana guiando al pueblo”, de Delacroix, nunca ha existido. Si bien hubo un pueblo francés demoliendo la Bastilla, también hubo otro ya bipolar en 1871, en el mismo escenario donde el Barón de Hausmann se enfrentaba a los terribles augurios de un Arthur Rimbaud, tratando esto de “cambiar la vida”.
El pensamiento oficial dominicano nunca se ha ubicado en lo insular ni lo caribeño, sino que se ha supuesto una extrapolación de las narrativas clasicistas europeas. En vez de definir los sujetos, las acciones y los sentidos y escenarios de ambos, ha vertebrado una serie de cuentos cuasi mitológicos de hechos que al final tendrán todo lo curioso de la más simple vida cotidiana.
¿Dónde estuvo el pueblo “indómito y bravo” en la Era de Trujillo? Pienso que estuvo en los campos cañeros del este y un brote de oposición que fueron la Juventud Democrática y el Partido Socialista Popular. En los años 50, la oposición antitrujillista hizo un último intento de acabar con el régimen en la expedición del 14 de junio, pero internamente, simplemente, fuimos “dómitos e inbravos”. Así llegó el golpe a Bosch, los levantamientos guerrilleros -del 14 y de Caamaño-, los meses de abril de 1965, con una Revolución que ciertamente cierto gesto rebelde al orden de cosas, pero finalmente asfixiado por la falta de base popular. Podría seguir desenrollando este alambre inmenso de púas con preguntas, pero mis caros lectores no me ofrecerían dos minutos más de atención, así que aquí lo dejo. Dejo ese subrayar la idea de que “el pueblo” como hasta ahora lo hemos asumido solo existe en la imaginación. Recuerdo que esta noción de “pueblo” requeriría una mayor disección y amplitud de miras, y que naturalmente se seguirá despachando cada 30 de mayo, por secula seculorum, aunque el tío de Camber Imbert se nos haya ido el 31 de mayo del 2016. Por eso, siempre habrá otro día después del 30.
Acento