Observaciones imprudentes
Carmen Imbert Brugal
Miles de personas secuestradas en sus vehículos oraban, rabiaban y al mismo tiempo compartían un sentimiento de frustración y de- samparo.
Choferes de patanas, de grúas, los temerarios e impunes conduc- tores de las voladoras, jóvenes y viejos conductores de automóviles lujosos y desvencijados veían co- mo sombra el paso de decenas de motoristas cubiertos con plásticos desafiando las condiciones del tiempo –el desafío a la autoridad no existe porque pertenecen a la nueva casta de intocables-.
No había posibilidad de acelerar, detenerse ni huir, el colapso en la circulación impedía cualquier acción sin importar la creatividad como la de unos mozalbetes que salieron de su todoterreno, detenido frente a Plaza Lama-avenida 27 de febrero y decidieron abonar el pavimento con el desagüe de sus vejigas. Cuatro de la tarde, martes 21 de octubre, el cielo gris, las luces serpenteaban y contribuían a la desesperación por el temor a la llegada precoz de la noche sin posibilidad de adelantar un metro.
El Gran Santo Domingo con las primeras lluvias, antes de cumplirse la profecía climatológica, consecuencia de la tormenta Melissa, sufría el efecto de la imprevisión. Reinaba el desorden, el desprecio a los tímidos intentos de los agentes de la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre-Digesett.
Patente la dejadez oficial, autoridades indiferentes, abrazadas a la fantasía y a la autocomplacencia, lejos de las soluciones eficaces a problemas más que conocidos- aunque viejos, como diría el presidente de la república para eludir responsabilidad.
Algunos ilusos esperaban escuchar en medio del atasco, bau- tizado como “EL trancazo” por el Listín Diario, el anuncio de una transmisión especial, una cadena nacional para escuchar una voz autorizada solicitando calma o inventando esperanza de avance. Nostalgia de aquel buen hombre que con un fotuto dirigía el tránsito, advertía, orientaba, cuando otro era el país y otros, nosotros.
Una población atascada, cercada por el miedo, la angustia, la desesperación, aunque parezca título de bolero fue doliente realidad.
Entonces, la rueda de prensa desde Palacio, el interés manifiesto para cuidarnos y advertir. Prioridad: salvar vidas que lo demás vendrá por añadidura. Mejor vivos y viables y el drenaje queda para después, como la basura, los imbornales inservibles, esos desagües tapados, apenas presentidos. Con la novedad de la ciudad de Ovando ahora sumada al desas- tre. Inconcebible que se alterara un sistema inexpugnable gracias al excelente drenaje pluvial, a las alcantarillas coloniales que con fi- nanciamiento internacional fuer- on alteradas.
El general Méndez y sus advertencias, siempre pertinentes y su infaltable reverencia al jefe de Estado devoción confesada que aumenta con fuerza de huracán. Innecesario el subrayado de ad- miración, pero así él lo ha querido.
Entonces tres osados periodis- tas se atrevieron y le contaron al presidente lo que afuera ocur- ría. El rostro del mandatario re- spondió lo que el titubeo salvaba. Y volvió la consigna de salvar vidas, salvar vidas.
Los daños están, las consecuencias continuarán. Todavía no llega el ciclón, pero el efecto recurrente de los torrenciales aguaceros, obligan decisiones, obligan cumplimientos.
El peligro es inminente, estamos a la intemperie. Para protegernos el discurso no es suficiente, tampoco los enojos ni las excusas.
Hoy

