Oleaje de los trinos coloniales
Lo ideal sería que el Centro Histórico, siendo la principal área de ebullición musical en la Ciudad Primada de America, se distinguiera de su pares en el continente americano porque este orlado de sonidos musicales a diferentes horas del día y la noche.
Por JUAN LLADO
La música es un elixir universal que alimenta y reconforta el espíritu en todas las latitudes. Sus propiedades balsámicas son tan mágicas que el filósofo alemán Friedrich Nietzsche sentenció: “Sin música la vida sería un error”. El placer estético que se deriva de ella resulta más profundo y saludable cuando la música se escucha en un entorno apropiado. Por eso hay que poner atención al embrujo musical que está apoderándose del Centro Histórico de Santo Domingo. De seguir como va el seductor encanto del recinto podría deberse más a la música que a sus reliquias históricas.
No se conoce mucho sobre la música en el período colonial, pero se sabe que los habitantes de Santo Domingo escuchaban sobre todo música importada de Europa. Desde entonces evolucionaron la contradanza española, la danza, el danzón y otros géneros. “La calenda de origen africana también se encuentra en muchas de las islas y sobrevive en la actualidad en diversas formas que se encuentran en Martinica, Trinidad y Granada.” Pero no se conoce a fondo cuan frecuentes y diversas eran las manifestaciones musicales, y mucho menos lo que hacían los indígenas a la llegada de Bartolome Colon al Rio Ozama. Según algunos, en el mundo los sonidos no se comenzaron a registrar en grabaciones hasta finales del Siglo XIX.
Los efluvios musicales que adornan hoy el Centro Histórico son variados y algunos de larga data. Su prehistoria fue protagonizada por las procesiones religiosas. Algunas de estas son centenarias y acontecen como parte de los rituales de la Semana Santa. La cofradía “La Guardia Romana” lleva a cabo una de las más vistosas y solemnes, representando un desfile alegórico a la muerte y pasión de Cristo. La música, interpretada casi siempre por la banda de la Armada, persigue el fin último de evangelizar y la monotonía de su cadencia no inspira un gran alboroto estético. Mientras años atrás atraían a cientos de feligreses, su atractivo ha venido menguando con la creciente palidez de la religión.
Las más sobresalientes experiencias musicales que permeaban el recinto no causaban arrebatos de pasión por parte de los aficionados. Las llamadas retretas, unos conciertos de música popular ofrecidos los domingos en el Parque Colon –por bandas militares o de los cuerpos de bomberos– reflejaban una tradición europea, principalmente de Francia y España. “Se desarrollaban para que las familias más pudientes pudieran lucir sus mejores ropas al caminar en torno al parque y finalizar la velada escuchando la música en vivo.” Hoy día las retretas son muy ocasionales y muchos vecinos y visitantes anhelan que los cuerpos armados las restablezcan.
Amaury Pérez, pianista
De larga data son los eventos musicales patrocinados por el Centro Cultural de España. Este patrocina un programa de conciertos gratuitos de música popular, folclórica, alternativa, jazz y hasta de rock. Sus presentaciones de leyendas tales como Joseito Mateo, Luis Diaz, Cuco Valoy, Fefita la Grande y otros han sido grabadas en video para la posteridad. En años recientes los conciertos dominicales del grupo Bonye atraían un grupo de residentes y visitantes extranjeros que disfrutaban de la música antillana y hasta la bailaban. (La pandemia colapso el evento, pero se espera su restitución en otro lugar para evitar el deterioro de las ruinas de San Francisco.) Ocasionalmente tambien surgen eventos en Casa de Teatro y la presentación de orquestas y cantantes criollos en la Plaza de España durante los fines de semana. En la emblemática Plaza se celebra actualmente un festival de música, danza y artesanía por las fiestas navideñas.
A través de los años otras entidades tambien han patrocinado eventos musicales seriales o de una sola presentación. Y en el Parque Duarte aparecen ocasionalmente algunos grupos musicales que congregan a parroquianos y jóvenes de la vecindad. Los otros establecimientos donde impera la música popular y el baile son las discotecas, algunas de las cuales molestan a los vecinos con su alto volumen.
Pero tales antecedentes musicales no alcanzan a fascinar a aquellos que tienen oídos finos y gustan de música más selecta. Una de las más añejas de estas ofertas se da en torno al Coro de la Catedral, donde los números cantados van acompañados de música del órgano y algunas piezas recrean cantos gregorianos y hasta música gótica medieval. Los conciertos navideños y los Sacros de Semana Santa son una tradición, especialmente cuando se incluía el “Oratorio a la muerte de Cristo”. Pero, además, ha habido ocasiones en que algunas misas de muertos se amenizan con un fondo musical de exquisita selección.
Mientras, en el antiguo Club de la Juventud (actual CODIA) se inició el Octeto del maestro Ravelo, el cual se convirtió en la célula que inició la Orquesta Sinfónica Nacional. El homenaje a la música culta ha sido reeditado por otros programas de renombre. Los “Conciertos de la Villa de Santo Domingo” figuran prominentemente, presentando en cada edición músicos excelentes y autenticas estrellas internacionales en templos y sitios monumentales. Vale resaltar tambien el Festival Mozart Caribe donde participaban músicos de Vermont hasta que la pandemia lo traiciono.
Actualmente, un fenómeno musical de gran repercusión se está dando en el Parque Colon. Por iniciativa de un joven guitarrista (Camilo Rijo) el Parque se ha convertido en una escuela de música los domingos donde acuden estudiantes y profesores para ensayar sus números. Funcionando desde las 10 a.m. hasta las 2 p.m., la escuela se inició con clases de guitarra y hoy “acoge a unos 300 estudiantes asistidos por 38 músicos” que provienen de distintos puntos de la ciudad. Ya han emergido talentos que han merecido la admisión en el Conservatorio Nacional de Música. El fundador ambiciona crear otras escuelas en los parques del interior del país, pero no ha recibido apoyo de las autoridades, aunque algunas han expresado su complacencia con el invento.
Amaury Pérez, pianista
A pesar de que pudiera prevalecer una escuálida conciencia entre residentes y visitantes respecto a la música clásica, hace apenas unos cinco años que emergió una orquesta sinfónica juvenil. Auspiciada por la Fundacion Fiesta Clásica, la cual está encabezada por la mecenas francesa Corinne Bouygues Gobbi, según reportan uno de los más grandes accionistas de la telefónica Orange. Esta Fundacion “ensena a niños del Centro Histórico a tocar y cantar música clasica desde los cinco años, al mismo tiempo que dona los instrumentos musicales y paga los instructores para su aprendizaje.” Este aporte extranjero para el cultivo del buen gusto en las generaciones futuras merece un vivo reconocimiento.
Pero si esa orquesta juvenil cincela un perfil de buen gusto para el Centro Histórico, otra iniciativa de un ciudadano residente alcanza ribetes igualmente encomiables. Se trata del Círculo de Música Ciudad Colonial que patrocina el destacado profesor de piano Ivan Dominguez desde hace algún tiempo. (No se sabe si imitando al Club Germania de Nietzsche, un apasionado admirador y cultor de la música.) Presentando algunos de sus estudiantes más destacados, el Circulo celebra un recital de piano mensual en la residencia del fundador. Estos recitales no son tan bien conocidos como deberían serlo y, lamentablemente, la asistencia esta siempre compuesta por cultas personas con una marcada afición a la música clasica de piano.
El ultimo recital del Círculo, celebrado el pasado 19 de los corrientes, ofrendó la música de grandes y conocidos compositores (Beethoven, Chopin, Rachmaninoff, Liszt). El protagonista de la ocasión fue el joven prodigio Amaury Perez, quien deslumbró a los presentes con soberbias interpretaciones. Aunque todavía un estudiante que asiste a clases de música en Texas (ver gráfico), quedó claro que se perfila como uno de los más destacados concertistas de piano en el firmamento artístico dominicano.
Por supuesto, no toda la producción musical que emerja del Centro Histórico debe ser del género clásico. De hecho, lo ideal sería que la producción fuera diversa y representara los diversos usos y funciones de la música. Lo existente hasta ahora refleja solamente las expresiones espontaneas de aquellos que son residentes o que encuentran solaz en la visita a ese histórico recinto. Pero la diversidad musical es un requisito de las funciones pedagógicas y turísticas del Centro, apelando por ello a un diverso blanco de público. Los visitantes extranjeros preferirán ciertos géneros musicales, mientras los visitantes nacionales preferirán otros en función de su edad y cultura.
Lo ideal sería que el Centro Histórico, siendo la principal área de ebullición musical en la Ciudad Primada de America, se distinguiera de su pares en el continente americano porque este orlado de sonidos musicales a diferentes horas del día y la noche. Después de todo, la música facilita el desarrollo cognitivo de sus oyentes de diferentes procedencias. Otros han propuesto que se bañe y arrope con un manto de flores que proyecten el hechizo del trópico, elaborando un Plan Musical y Floralpara el recinto. Eso convertiría el producto en una “fruta fina” de incomparables encantos.
En agosto 2020 el Ministerio de Cultura inauguro en el Centro Histórico “la Casa de la Música, un museo que busca ser el eje de la comunidad musical del país y que cuenta con áreas destinadas para actividades artísticas y de exposición. El espacio, ubicado en la Arzobispo Merino esquina Mercedes, funcionará bajo el concepto de “ecomuseo”, una propuesta que está orientada a trabajar sobre la identidad musical de todo el territorio nacional. (El Museo de la Música fue creado por decreto en el 2006.) La crónica pobreza presupuestaria del referido ministerio es responsable de que todavía ese sitio no funcione. Lo mejor sería que los mecenas nacionales, algunos de los cuales tienen profundas raíces en el Centro, patrocinaran ese tipo de desarrollo. Así estaríamos engalanando nuestra historia con el buen gusto, alejándonos de los aspectos putrefactos de la vida.