Ortiz y su inservible relato
Carmen Imbert Brugal
Porque nunca hubo comisión para establecer la verdad, contar muertos, desparecidos y mencionar a los torturadores y asesinos. Después del tiranicidio, entre la vergüenza y el miedo, muchos espantaron fantasmas huyendo o transaron para salvarse y proteger a los suyos. A otros los sorprendió el heroísmo y sus descendientes no supieron explicar cómo y porque se produjo el tránsito de servidores del régimen a réprobos y callaron durante décadas.
El antitrujillismo no es homogéneo y por eso no existe cohesión ni fuerza cuando el agravio amerita exposición de pruebas, recuento de hechos irrefutables. El antitrujillismo ideológico, ese que se rebeló desde el 1930, fue encarcelado, exiliado, exterminado.
Hubo y hay antitrujillistas conservadores, liberales, autoritarios. Estuvieron en los partidos de izquierda, en partidos grandes y pequeños. También en la trinchera y en las cercanías de la Embajada. El antitrujillismo tardío y emocional demostró bravura después de tres décadas como colaboracionista. Los que pudieron sobrevivir a la saña vengadora protagonizada por Ramfis se parapetaron detrás de los gobiernos de Joaquín Balaguer. Aceptaron canonjías y protección sin rubor alguno.
El reportaje firmado por Paul Mathiasen con fragmentos de la entrevista realizada “por la oficina de campo del FBI en NY a “Ortiz”, un teniente de la marina del Servicio de Inteligencia Militar”, ha desatado las furias del averno. El señuelo de la desclasificación de los documentos de la CIA ha permitido que la imbecilidad con voz y mando, aposentada en el mugriento laberinto de las redes sociales se solace repitiendo sandeces que no resisten confrontación.
La mención de “Ortiz” descalifica el testimonio. El apellido corresponde a Clodoveo uno de los sádicos de la tiranía señalado de manera recurrente por sus víctimas.
Existe bibliografía más que suficiente para rebatir las infamias reproducidas. Quien quiso saber supo y quien quiera saber también. Bastaría acudir a uno de los textos más valiosos sobre el magnicidio y su secuela “Trujillo: la muerte del dictador”, escrito por Bernard Diederich. El autor pudo hablar con testigos de los hechos previos y posteriores al 30 de mayo 1961, logra un relato preciso y sin fisuras.
Julio Escoto Santana-QEPD- víctima de la insania del trujillato, en la presentación del libro autoría de Ramón Blanco Fernández: “1J4: De Apariencia a La Esencia”-1994- invitó a sus compañeros de lucha y sufrimiento a romper el silencio y a compartir lo vivido en las ergástulas de la satrapía. 24 años después de aquel exordio él lo hizo cuando publicó “Mi Testimonio 1J4: la súplica de mi padre y mis trágicas vivencias de la tiranía trujillista”. Pretendía que los más jóvenes conocieran detalles del horror antes de vociferar “Viva Trujillo”. El pionero fue Tomás Báez Díaz -1986- con la publicación de “En las Garras del Terror”. En esas narraciones el nombre de “Ortiz” es más que frecuente. 64 años después, la mísera fabulación de ese sujeto alborota la ignorancia. Lección para aquellos que se desgastan con reyertas fútiles, regateando merecimientos, ocultando culpas. Pierden espacio buscando sitiales en la gloria, en vez de convertirse en portaestandartes del Nunca Más. Con contundencia, no una vez al año.
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