Otra coyuntura muy triste en República Dominicana
Por Felipe Ciprian
Lo que hoy es República Dominicana, un conglomerado de personas de ascendencia aborigen, africana y europea que controla un territorio en el centro del mar Caribe, vive una aureola de delirios de grandeza y presunción, dignas de lástima y conmiseración.
Si en este pobre país todos los habitantes se van a la cama a dormir el sueño de grandeza, heroicidad, templanza y aciertos que quieren transmitirles las autoridades y una cofradía de alabarderos narcotizados por el derroche del erario, el mundo seguirá sonriendo a discreción, con pasmosa perplejidad.
La verdad es que no es la primera vez, ni la segunda ni la última, que este país paga un alto precio por su falta de fundamentos institucionales, democráticos y participativos, propios de un conglomerado donde históricamente no ha sido posible fomentar una cultura elemental de deberes ni de derechos.
Dominar y aplastar ha sido la norma, con distinta gradación del método empleado en consonancia con la evolución de la mediocridad y el nivel de resignación de la masa inerte e inconsciente que acepta el golpeo y se adapta al vasallaje.
Mi primo “Sal Andrews”, el hijo de Adolfina, me sorprendió hace años con una frase que vale más que un tratado de sociología.
Él me dijo que los perros toman agua a temperatura ambiente en cualquier pozo que encuentran en la calle para calmar la sed, mientras que los políticos solo la ingieren de un refrigerador para aprovechar la ventaja de que está mucho más refrescante.
Así actúan los políticos en todo. Al hablar de políticos me acojo al concepto que definió Máximo Gómez sobre esa casta, que para nada se parece a los patriotas y mucho menos a los revolucionarios.
Un político es un aprovechado. Un patriota, un revolucionario y un internacionalista (como Gómez), es un ser humano generoso, desprendido de ambición particular, listo para pelear por la dignidad, la libertad, la soberanía y el bienestar de pueblos.
¡A discreción!
En un país preñado de problemas de todo tipo: quiebra de la agropecuaria, desempleo creciente, migración de entrada y de salida descontrolada, inseguridad y muerte callejera indetenible, drogas invadiendo el corazón de la sociedad y sosteniendo la economía, un Congreso Nacional sobornado con el barrilón que se comporta, no como contrapeso, sino como un corroborador que siempre grita: ¡Yes, Sir!, es una infamia presentarlo como un modelo de bienestar y progreso.
Pero no solo se oferta el paraíso dominicano a hipotéticos turistas en los números, sino que con el plátano, el pollo, el huevo, los granos, los bulbos, los combustibles, los materiales de construcción, los impuestos y los servicios por las nubes, se trata de convencer a los dominicanos de que viven mejor que en ninguna otra etapa de su azarosa vida.
La nebulosa es total y, penosamente, también duerme a los políticos que se llaman a sí mismos opositores, pero que se entretienen como bobos con la primera pantomima que les ponen en acción.
El ogro haitiano
Es necesario estar muy desconectado de la realidad nacional y el terrible drama que se vive en República Dominicana para conseguir un empleo, para acceder a un servicio de calidad tanto para la producción como social, para dejarse distraer por un ‘mareo’ como lo es “la amenaza haitiana”.
Es lo que está pasando aquí y ahora.
El 27 de febrero pasado el presidente Luis Abinader, tras presentar un mensaje al Congreso Nacional vendiendo un país de idilio, donde sobra la bonanza y la pujanza, formuló un llamado a concertar un pacto para “defender la soberanía” de la amenaza haitiana.
Y cuando no se había apagado el eco de la voz aguda del gobernante ante un auditorio cautivo y magnánimo, ahí van, alineados, sin rubor ni cuestionamientos, una cadena de puntillas, arandelas, grapas corrugadas, bisagras y tachuelas ‘políticas’, a rumbar a Palacio para buscar “solución a la crisis haitiana”.
Los expertos líderes políticos dominicanos, según lo que acordaron hace pocas horas en la última reunión en el Palacio Nacional, tienen la vara de la virtud para convencer a la Unión Europea, a Naciones Unidas y, sobre todo, a Estados Unidos y a Francia, de que deben apoyar una agresión militar para desarmar las bandas que imponen el terror en Haití, pero que están imbricadas con la oligarquía binacional (RD-Haití).
Ahora veremos las comisiones del Pacto por la Soberanía partir a Europa y Norteamérica, con integrantes de partidos minoritarios de ‘oposición’ en busca de posición, mientras las amas de casa siguen rompiéndose el caco para rendir el locrio para saciar el hambre de la familia, con todos los artículos de primera necesidad muy caros.
Misión imposible
Los comisionados van a largos viajes para decir lo mismo que han dicho –aparte de las estridencias con falta de tacto y talento- el presidente Abinader y el ministro de Relaciones Exteriores (aquí no hay canciller) Roberto Álvarez, en todos los foros internacionales.
Entonces, ¿a qué van?
Sencillamente, a nada. Vendrán bien cenados, pero sin nada en las faltriqueras, salvo que sean magos.
Potencias sin prisa
Las potencias mundiales, Estados Unidos y la Unión Europea, no tienen prisa con solucionar la grave situación de inseguridad y barbarie de Haití por tres razones fundamentales:
-Haití no es Ucrania, ni Taiwán y mucho menos Corea del Sur, Japón o Israel, donde los tanques de pensamiento del Departamento de Estado y sus satélites subordinados de Europa y Asia, están ocupados, no por defender la democracia y el derecho internacional, sino para consolidar sus intereses geoestratégicos.
-Haití es un eslabón minúsculo de inseguridad y pobreza provocada por el saqueo colonial y las ‘intervenciones extranjeras’ neocoloniales, que desangra a un pueblo heroico al que se ha hecho pagar un alto precio por su atrevimiento de derrotar al ejército imperial francés y anunciar la primera revolución antiesclavista del mundo.
-La República Dominicana, porción este de la Isla de Santo Domingo con Haití al oeste, tiene una frontera de cerca de 400 kilómetros sin control, por donde, al igual que el curso normal de un río, los haitianos pueden ir y regresar para supervivir, aunque tengan que pagar para cruzar.
La situación en Haití es grave, muy grave, pero es para los haitianos, y solo potencialmente para los dominicanos si se decidieran a migran en masa.
La vida de los dominicanos está en calamidad y una parte de los políticos que han prometido luchar por un futuro mejor, ahora se emboban ‘buscando una solución para Haití’.
En el orden de prioridades de estos políticos, los apagones, la carestía, la muerte de jóvenes en el mar o en las selvas de Centroamérica huyéndoles al bienestar de la República Dominicana “vibrante” del gobierno, pueden esperar.
¡Duerman bien, patriotas preocupados por la amenaza externa y ciegos ante la desgracia interna!