Para la diáspora haitiana, la violencia de las bandas en su país es algo personal
TIJUANA, México, ,23 marzo — Cuando Vivianne Petit Frere huyó de su Haití natal a Brasil en 2019 y más tarde recorrió a pie la selva panameña hasta llegar a México, donde abrió un restaurante, siempre creyó que acabaría regresando a casa. Hasta ahora.
Con la violencia ejercida por las bandas azotando Haití, muchos de los más de un millón de personas que abandonaron la nación caribeña se sienten impotentes cuando llaman a sus aterrorizados familiares, que pueden marcharse porque los aeropuertos están cerrados y la travesía por mar hasta Estados Unidos es demasiado peligrosa.
“Antes se podía decir que las cosas estaban bien. Yo sabía que las cosas no estaban bien, pero tenía fe, esperanza en que algún día cambiarían. Hemos perdido la fe. No hay un camino a seguir por culpa de las bandas”, contó Petit Frere, de 36 años, sentada en una de las mesas del restaurante que regenta en el centro de Tijuana con su esposo, que también huyó del país.
La escalada de los disturbios ha reverberado entre quienes dejaron Haití en su día rumbo a Brasil, Chile, México y Estados Unidos. A medida que sus esperanzas de regresar a casa se desvanecen, esperan decisiones sobre la respuesta de Estados Unidos a los disturbios en un país asolado desde hace años por las crisis políticas, la pobreza generalizada y los desastres naturales.
El devastador sismo de 2010 llevó a muchos a emigrar a Brasil y Chile. Cuando la economía brasileña se hundió en 2016, los haitianos fueron una de las primeras nacionalidades en embarcarse en la peligrosa ruta a través del Tapón del Darién panameño en dirección a Estados Unidos, y algunos cruzaron la frontera entre Tijuana y San Diego y se asentaron en territorio estadounidense con otros que habían llegado antes, principalmente en Miami, Nueva York y Boston.
La Haitian Bridge Alliance contactó con migrantes en Estados Unidos y Canadá y descubrió que muchos tienen familiares atrapados en la guerra de bandas, apuntó Guerline Jozef, directora ejecutiva del grupo activista, cuyo vecindario de la infancia en Haití quedó arrasado por los ataques. Su primo murió allí a manos de las pandillas el año pasado.
“Esto no es algo que leamos en las noticias. Es algo que le ha pasado a mi propia familia y es la realidad para la mayoría de la gente de la diáspora. Empiezas a escuchar las realidades de mi primo, mi madre, mi hermana, mi padre, y pasa a ser algo muy personal”, afirmó Jozef.
En la esquina de la “Pequeña Haití” de Miami, el guarda de seguridad Jude Guillalime contó que habla a menudo con sus dos hijos en Haití, que recientemente pasaron dos días sin agua ni comida. Le preguntan si pueden ir con él a Florida y él les responde que no se preocupen.
“Todo es malo, terrible”, dijo Guillalime, de 47 años y con permiso de residencia en el país, que este año solicitó la reunificación familiar con sus hijos en Florida.
Estados Unidos es el principal destino de los migrantes haitianos, y el enfoque migratorio del presidente Joe Biden — promover nuevas vías legales y desalentar los cruces ilegales — ha funcionado en gran medida en esta comunidad, a pesar de las críticas al uso sin precedentes de su autoridad para permitir la entrada por motivos humanitarios.
Hasta febrero, unos 151.000 haitiano llegaron a un aeropuerto estadounidense luego de solicitar el ingreso por internet con el respaldo de un patrocinador financiero. Esta es un opción que también está disponible para cubanos, nicaragüenses y venezolanos.
Los cruces ilegales de ciudadanos haitianos a través de la frontera terrestre con México cayeron drásticamente ante el incremento de los que llegaron con un permiso condicionado de dos años que les permite trabajar. Los haitianos fueron apenas el 0,02% de los 140.000 arrestos realizados por la Patrulla Fronteriza en febrero.
Esta caída supone también una reducción del número de vuelos de deportación a Haití, a aproximadamente uno mensual durante el último año, según Witness at the Border, un grupo activista que monitorea los datos de los vuelos. Supone un notable descenso con respecto a los vuelos diarios que se efectuaban luego de que 16.000 personas, en su mayoría haitianos, acamparon en la pequeña ciudad fronteriza texana de Del Río en 2021.
El gobierno también renovó y amplió el Estatus de Protección Temporal para unos 150.000 haitianos en base a una ley que permite que quienes ya están en el país se queden si se considera que las condiciones creadas por un desastre natural o un conflicto civil no son seguras. El secretario de Interior, Alejandro Mayorkas, debe decidir si renueva la iniciativa antes de que expire este año.
La semana pasada, la Guardia Costera devolvió a 65 refugiados a Haití tras interceptarlos cerca de Bahamas, y el Departamento de Seguridad Nacional apuntó que mantendrá la política de devolver a los migrantes detenidos en el mar.
“En este momento, la inmigración irregular a través del Caribe sigue siendo baja”, explicó el departamento en un comunicado.
En 2016, Tijuana era una parada para miles de haitianos que esperaban a que el entonces presidente, Barack Obama, les concediese la entrada. Muchos esperaban en una barriada marginal rebautizada como “Pequeña Haití”, mientras trabajaban en lavaderos de autos, restaurantes y fábricas que producían bienes para exportar a Estados Unidos.
Desde entonces, se han extendido por toda la ciudad y lograron permisos para quedarse en México, donde son una de las principales nacionalidades que solicita asilo y sus hijos reciben la nacionalidad por derecho de nacimiento.
Petit Frere planeaba vivir en Estados Unidos, pero conoció a su esposo en su segunda semana en Tijuana. Tuvieron un hijo en el país, lo que los convirtió a los tres en ciudadanos mexicanos.
“Vine con mi sueño americano, pero Tijuana me reclamó», dijo riéndose mientras los cocineros preparan un menú que incluye polenta con frijoles negros y pescado frito con plátano. Una iglesia evangélica a dos cuadras de distancia ofrece misas en criollo los domingos, en otro indicio de cómo ha calado la cultura haitiana en la ciudad.
AP