Partidos, gobierno, conocimiento y espectáculo
Manolo Pichardo
Las proyecciones de crecimiento promedio para América Latina al 2023 serán del 1 por ciento, en medio de una crisis que sigue arrastrando los efectos derivados de la Covid-19 y la consecuente parálisis de la economía global; en medio, además, del conflicto bélico que tiene como protagonistas visibles a Rusia y Ucrania y la estela que va dejando en el comercio pasando factura a Europa que, inspirada en sanciones impuestas por Estados Unidos, se hunde en un desabastecimiento de productos energéticos que la encamina hacia un proceso de desindustrialización y, como consecuencia, de una estampida de capitales, debilidad del euro y falta de competitividad.
Para cualquiera pareciera que el bajo crecimiento proyectado para nuestra región tiene una relación directa con la situación descrita en el anterior párrafo. Pero no. Extrañamente no. Según un estudio revelado por un periodista suramericano alojado en EE. UU., la causa principal viene del bajo nivel de educación, agravado por el largo encierro que degradó los ya débiles programas de educación de nuestros países.
El estudio arroja el deterioro de la educación tras la pandemia, pero tras esa investigación deben esconderse hallazgos de los antiguos males que arrastra la formación de nuestros ciudadanos que comienza en la enseñanza básica, continúan en la media y estalla de forma devastadora en las universidades; tanto en las públicas como en las privadas, con excepciones. Pero aún estas excepciones, en las evaluaciones internacionales nuestros altos centros de estudios aparecen rozando el fondo. El progreso está estrechamente ligado a la educación. Todo país próspero, o camino a la prosperidad, ha apostado por la formación de sus ciudadanos apuntando hacia políticas públicas serias, centradas en la calidad y eficiencia del sistema educativo; apostando a programas que respondan a tecnificar o profesionalizar a los ciudadanos de acuerdo con las necesidades productivas del país, a su realidad geográfica – incluyendo a los socios del entorno- y condiciones específicas que hay que observar para planificar. Aún en los tiempos en que los clásicos factores de la producción -tierra, capital y trabajo- eran dominantes para la generación de riquezas, la formación daba ventajas en el orden competitivo. Hoy día, que el conocimiento paso a ser más importante que aquellos elementos base para la generación de riquezas, la educación se hace imprescindible. De ahí que, la lucha por el dominio del poder global esté concentrada en los avances científico-técnicos; pues el conocimiento, salido de programas dirigidos por los Estados, empuja a la innovación, que en su acumulación define la arquitectura de nuevos estadios civilizatorios que definen, en su cotidianidad, la vida de los ciudadanos y ciudadanas: de las sociedades.
Los partidos son los instrumentos para desde el gobierno del Estado ejecutar los programas ofertados a la población. La cuestión es que las formaciones políticas al tomar las riendas de la administración pública traspasan a ésta su carácter y perfil, por lo tanto, si la composición de estas entidades -su recurso humano- carece de la formación y la instrucción que le permita digerir conceptualmente el programa ofertado, no estará en condiciones de ejecutarlo, porque tres o cuatro técnicos responsables de elaborarlo, no serán los que asumirán las responsabilidades de todo el aparato de gobierno. Por ello siempre he afirmado que los gobiernos se parecen a los partidos que los administran, aunque algunos entiendan que la era del conocimiento está siendo acompañada por la sociedad del espectáculo que prioriza lo banal: un pasarela farandulera con ansias de “dirigir” el Estado desde la total imbecilidad.